* Pandemia dispara pérdida de oportunidades
* Urgente reconfigurar las políticas laborales
Una de las imperfecciones más antiguas e inquietantes del sistema laboral colombiano es que excluye y discrimina a las mujeres, que concentran las más altas tasas de desempleo en todas las regiones de nuestro país.
El tema adquiere interés y relevancia en estos días porque los últimos datos del DANE sobre la materia indican que la crisis por la propagación del Covid-19 está acentuando el problema. El número de mujeres ocupadas cayó 28% en julio de este año respecto al mismo mes del anterior (el de los hombres 12%) y la tasa de desempleo femenina llegó a 26.2% mientras que la masculina se ubicó en 16.2%.
Colombia no solo tiene las mayores tasas de desempleo de mujeres en Latinoamérica, también las más grandes brechas laborales entre hombres y mujeres. Además, en promedio, ellas ganan significativamente menos que ellos por realizar las mismas tareas. Otro dato: según el ente estadístico, dos millones de mujeres perdieron sus trabajos entre marzo y mayo pasados.
A lo largo de la crisis desatada por la pandemia y el consecuente confinamiento se ha podido contemplar nítidamente el efecto que conservan entre nosotros los estereotipos de género que impulsan y explican las diferencias: se concibe a los hombres como los principales proveedores económicos de los hogares y el ingreso de las mujeres como complementario, en tanto que las tareas de crianza y administración del hogar se ven una exclusividad de la órbita femenina.
El ingreso masivo de la mujer a la educación y al trabajo, en la segunda mitad del siglo XX, impulsó una de las mayores y más profundas transformaciones de nuestra realidad económica y social. Pese a ello millones de mujeres se siguen viendo obligadas a definir sus caminos en la vida con la pesada interferencia de tradiciones culturales y sociales absolutamente obsoletas. Limitadas, además, por acontecimientos trascendentales para la sociedad, en particular por la maternidad.
Desde esa óptica se entiende mejor por qué el 62,9% de las mujeres que perdieron sus empleos entre marzo y mayo de este año se dedican ahora a oficios del hogar no remunerados, mientras que ese porcentaje para los hombres es apenas del 15,4%.
Como lo señala el estudio “Desempleo femenino en Colombia: visión panorámica y propuestas de política”, de Jaime Tenjo, Oriana Álvarez y Ana María Jiménez, en Colombia la probabilidad de que una mujer vinculada al mundo laboral pierda su empleo es menor entre mayor sea su educación y su edad (hasta la de 46 años aproximadamente). También depende del tipo de educación que hayan recibido, -la técnica y la profesional concentran el nicho con mayor empleabilidad-. Cuentan, igualmente, las circunstancias familiares: enfrentan mayor vulnerabilidad frente al desempleo mujeres casadas y/o a cargo de niños menores de dos años.
La pérdida masiva de empleos en la pandemia revela los sectores que concentran el empleo femenino: empresas pequeñas, muchas informales, en sectores como textiles, ropa y cuero, servicio doméstico y de atención remunerados, así como el comercio de vehículos, administración pública, educación y salud, actividades artísticas, hoteles y restaurantes. También es claro que muchas mujeres tuvieron que dejar sus trabajos para atender a sus hijos tras el cierre de escuelas y colegios debido a la crisis sanitaria.
El hecho es que actualmente por cada hombre que cae al desempleo, lo hacen dos mujeres. El dato que más preocupa es que el segmento que enfrenta la mayor problemática es el de las mujeres jóvenes. Según el informe de Mercado Laboral de la Juventud, las de edades comprendidas entre 14 y 28 años tienen la mayor tasa de desempleo (32,6%) y los hombres (22,3%). El porcentaje de mujeres jóvenes “nini” (las que ni estudian ni trabajan) pasó de 35% en abril de 2019 a 65% en igual mes de 2020.
Nada justifica que persistan la discriminación y la restricción de oportunidades laborales para las mujeres, cuando es cada vez más evidente la dimensión y fortaleza de sus aptitudes. Es claro, además, que en el caso de las que son cabeza de familia, promoverlas en el trabajo determina el futuro de todo su grupo familiar. Incluso, en nuestro país las mujeres cuentan, en promedio, con un grado superior de escolaridad respecto de los hombres.
Así las cosas, es necesario replantear los roles de género tradicionales, reconfigurar las políticas de empleo para corregir los desniveles, fortalecer la inversión estatal en sistemas de protección social más ambiciosos, rescatar mujeres de la informalidad que agrupa al 46,1% de todas las trabajadoras y, algo tan sencillo, flexibilizar horarios y espacios, que es una pequeña gran barrera en la cual se pierden muchas oportunidades.
Son tareas difíciles y algunas de largo aliento. Esto empeora el panorama actual, que es extraordinariamente crítico pues se estima que por causa de la pandemia al menos seis millones de mujeres están en riesgo de perder sus empleos. Colombia, entonces, tendrá que reconstruirse. Es vital que ese proceso abarque un mercado laboral incluyente y racional, que integre y valore el formidable aporte de la mujer.