*Cuatro estudiantes víctimas de “papas-bombas”
*Frenar infiltración de violentos en los campus
La absurda tragedia ocurrida ayer en Bogotá, en donde, según las primeras informaciones oficiales, tres estudiantes universitarios murieron y otro más resultó gravemente herido cuando manipulaban explosivos con el fin de armar lo que comúnmente se conoce como “papas-bombas”, se produjo apenas unos días después de que en Tunja, en medio de otra protesta estudiantil en la Universidad Pedagógica y Tecnológica, la explosión de otro de estos artefactos hechizos dejó seis alumnos heridos, uno de los cuales falleció días después. En octubre del año pasado, en medio de las marchas contra el proyecto de ley que reformaba la educación superior, otro joven, esta vez en Cali, perdió la vida también por la misma causa.
Como se ve, en menos de un semestre ya son cinco las víctimas fatales de las “papas-bombas”, cuya peligrosidad queda más que demostrada, no sólo por las muertes y lesiones causadas, sino porque el rango de afectación del estallido en algunos casos llegó a los diez metros a la redonda. Así las cosas, es claro que si en medio de las pedreas estas “papas-bombas” fueran lanzadas contra la Fuerza Pública, el estudiantado o las personas que transitan alrededor de algunos campus universitarios, se estaría frente a un claro y consciente intento de asesinato colectivo que, dada la comprobada infiltración de la guerrilla en varias de estas protestas, bien podría rayar, ya no en simples acto de protesta social, sino de terrorismo. No hay que olvidar que el año pasado las labores de Inteligencia militar y policial pusieron al descubierto un nuevo plan de las Farc para reactivar milicias urbanas que volvieran a camuflarse entre la población universitaria e instigaran desde allí paros y manifestaciones contra el Estado. Para nadie es un secreto que la subversión tiene una red de agitadores expertos que sabe penetrar algunas organizaciones sociales y busca convencerlas de acudir a la violencia y el vandalismo para expresar su inconformidad.
Lamentablemente esta racha de muertes de estudiantes en casos relacionados con “papas-bombas” se produce apenas unos meses después de que el grueso del alumnado diera una de las más grandes muestras de protesta pacífica e inteligente para forzar el retiro del proyecto de reforma a la educación superior, objetivo que finalmente consiguió. La mayoría de los actos de presión no estuvieron signados por la violencia y las pedreas, sino por la no asistencia a las aulas, besatones, abrazatones, marchas culturales… Esa actitud beligerante pero pacífica, unida a la creación de una instancia seria de diálogo como la Mesa Ampliada Nacional Estudiantil (MANE), le transmitieron al país la sensación de que los alumnos de universidades públicas y privadas no estaban buscando generar caos gratuito, sino que se repensara todo el esquema de educación superior, bajo un modelo de mayor consenso, equidad e inclusión, a lo que el Gobierno, presionado por el riesgo de que miles de jóvenes perdieran el semestre académico, pero avalado, a su vez, por la madurez de los interlocutores, accedió finalmente.
Todo ese terreno que se logró avanzar está en peligro por culpa de unos minúsculos grupos de desadaptados, radicales y los focos de infiltración guerrillera en los campus. Llegó el momento de superar la eterna y desgastada polémica que se arraigó en el imaginario nacional en torno de que la incursión de la Fuerza Pública y los organismos de seguridad en los claustros universitarios afecta la libertad de cátedra y la autonomía de esas instituciones. Seguir trayendo a colación ese argumento, sin duda anacrónico, propio de pensamientos radicales y profundamente ideologizados de antaño y que atenta contra la imagen institucional de un Estado democrático y sometido a la ley y el derecho, lo único que está conllevando es que los violentos encuentren un ropaje para camuflarse entre el estudiantado y, como quedó en evidencia con las muertes de los últimos meses, utilizarlos como carne de cañón para cumplir sus objetivos de desestabilización, caos y vandalismo. ¿Hasta cuándo?