Centenario de un divergente | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Junio de 2013

Con  la cuidadosa edición a la mano que promovió el grupo Fernando Mazuera y publicó Villegas Editores, nos deleitamos de cuando en cuando alejados del mundanal ruido, en el lento repaso de los postulados de los Escollos a un Texto Implícito de Nicolás Gómez Dávila, al cumplirse el centenario de su nacimiento; un caballero bogotano de rancia estirpe, alto, elegante, que se vestía  de oscuro, camisa blanca impecable y corbata acorde, de sombrero, que solía fumar finos tabacos cubanos,  con cierto aire de acudir a  un sastre  en Londres, de finos modales y un tanto distante y como ausente, que daba la rara sensación de estar reflexionando a toda hora. Por ser un observador de su época y de sus contemporáneos, los miraba cuidadosamente a través de sus  ojos que tras la gafas escondían la vivacidad y la ironía. Al observarlo más cuidadosamente se notaba que sus manos hablaban, pese a que las movía con cierta suavidad, por momentos reflejaban los movimientos  de un director de orquesta. Salta a la vista su personalidad irreductible, que huye del tumulto colectivo y lo manido. Estableció su casona  almenada y protegida de la curiosidad visual de extraños por altos pinos, en la calle 77 con 11, antes que surgieran las hileras de edificios adocenados de ladrillo en la zona, en la cual fue armando una de las bibliotecas humanistas en varios idiomas más completas del país.

La vida de “Colacho” como  le decían sus amigos, Alberto Lleras, Mario Laserna, los Pizano de Brigard o Álvaro Gómez, giraba en torno de su biblioteca, sus personales vivencias, dudas e inquietudes, como la razón de ser de su  país y sus gentes. Contribuyó como el que más a la fundación de la Universidad de los Andes, con la pretensión de formar dirigentes. Rechazó toda clase de cargos que los políticos influyentes le ofrecían cada cierto tiempo, carecía de las vanidades comunes a los autores que buscan el aplauso masivo y la justificación de sí mismos por lo que dicen los demás. En lo ideológico figura como un conservador y reaccionario, irreductible, amante del orden y la libertad, facultad esta ultima que consideraba que no todos los mortales parecen merecer, ni saben hacer buen uso de ella. Su postura de reaccionario se fundaba en el sentido heroico de defender a ultranza los valores eternos y rechazar la imposición de la vulgaridad masiva imperante y creciente en nuestra sociedad. Entendía que reaccionar frente a las agresiones del medio y la presión del tumulto colectivo era un derecho y un deber. Como reaccionario consideraba que en política no se trata de rebajar al hombre, ni de elevar el mal gusto, lo que importa es inculcar en los más el deseo de superación y de crecer espiritualmente  por medio de la cultura, como por el saber. Solía citar el caso de políticos y profesionales destacados que en el pasado habían salido de la pobreza, el anonimato y la frustración, descubiertos por algún jefe político conservador que percibía un raro talento en ellos y se movía para conseguirles una beca y estimular su inteligencia, ponía el caso de Marco Fidel Suarez, quien de la humilde cuna de una madre lavandera se eleva por sus exclusivos meritos hasta la Primera Magistratura, siendo uno de los ejemplares más finos de la cultura nativa.  

“Colacho” se recrea con los aforismos  que tienen la peculiaridad que pueden dar lugar a interminables juegos de palabras, puesto que es dado invertir el orden de las mismas  y decir todo lo contrario, en ocasiones, hasta desconcertar al lector, con el mismo efecto de profundidad aparente o real. Las sentencias, seguidas de otras sentencias, dan la impresión de esculpir verdades irrefutables. Al tiempo que en ciertos espíritus dionisiacos suscitan nuevas inquietudes y preguntas, que los llevan a explayarse sobre esos textos implícitos. En algunos casos se trata de notas, de apreciaciones que hizo para en el futuro escribir otras cosas, sin la pretensión de caer en sentencias irrefutables, puesto que no se trata de un libro religioso ni de establecer un nuevo dogma. Quizá, en esa falta de metodología, en esa colección de reflexiones al azar se encuentra el secreto de la fuerza de su influjo y la atracción que ejerce sobre los más selectos y variados públicos europeos y los conservadores de todas las latitudes. Sus escritos no tienen un plan deliberado de impactar al lector, son notas para solaz del autor, puntos de referencia de sus ideas, como las estrellas en el firmamento que les sirven a los viajeros que entienden la astronomía de guía, sin que signifiquen nada para el que apenas percibe sus destellos. Son bocetos de futuros cuadros, de talante renacentista, como los que se conservan en dibujos de las máquinas que soñaba e ideaba Leonardo Da Vinci.

Ese aspecto críptico sobre la razón de ser de lo conservador en un país tropical, de escapar a toda prisa del mal gusto, de no caer en lo prosaico, que suele ser la trampa de los autores que deliberadamente tratan de parecer originales, cuando no pasan del umbral de opacidad, puede ser el secreto de la singularidad y la universalidad de Nicolás Gómez Dávila, maestro de maestros, un reaccionario amigo del anonimato que se ha convertido en faro de los conservadores europeos, estadounidenses y de nuestra región,  al que en Colombia los políticos  ignoran. Entre sus múltiples reflexiones, que conservan una rara coherencia, pese a  la diferencia en el tiempo, basta recordar que dice: “La filosofía es el arte de equilibrar pasiones divergentes, Filósofo es el que no teme alimentarse de evidencias contrarias. La filosofía es la polifonía de una sola voz”.  

No recomendamos su lectura a todos, sus escritos pueden confundir, son para unas minorías selectas. Pueden ser una trampa, de improviso cuando los investigadores traten de escrutar estos tiempos se van a engañar, quizá creyendo que sus sentencias correspondían a la sabiduría de un pueblo. Puesto que como ocurre con los adagios populares, tal como dice Federico Nietzsche, fueron antes reflexión individual.