Colombia y el Derecho de gentes | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Agosto de 2014

*El reto de la Tercera Vía

*Los compañeros de viaje

 

Nuestra política exterior se fundamenta en los principios que estableció casi desde los primeros latidos el Libertador Simón Bolívar en Angostura, cuando se gesta la República de Colombia, con la unión de la Nueva Granada y Venezuela, en donde mediante su elocuencia persuade a los representantes del pueblo de forjar la unión para la grandeza de los pueblos que pretendía liberar. Luego viene el ejemplo conmovedor de en vez de pretender concentrar el poder en sí mismo a la manera de los caudillos bárbaros que señorearon en varios países de Hispanoamérica al derrumbarse el Imperio Español, después de la Batalla de Boyacá en 1819 que consagra la Independencia Nacional, convoca al Congreso de Cúcuta de 1821, donde   renuncia a los inmensos poderes excepcionales que le habían otorgado la Nueva Granada y Venezuela, para fomentar la democracia sostenida por   una Constitución y leyes que garanticen los derechos y deberes de sus conciudadanos. Ese es un ejemplo sublime del cesarismo democrático, que lo distingue del resto de gobernantes de la época. Bolívar comparte con su maestro  de juventud, don Andrés Bello, el respeto por los derechos de los individuos y la necesidad de dotarlos de una armadura de derechos invulnerables que les garanticen el libre ejercicio de la política. En lo internacional, lo mismo que Bello, entiende que: “el Derecho Internacional o de gentes es la colección de las leyes o reglas generales de conducta que los nacionales o Estados deben observar entre sí para su seguridad y bienestar común”.  

El Libertador entiende que: “el Derecho Internacional o de gentes no es, pues otra cosa que el natural, que, aplicado a las naciones, considera al género humano esparcido sobre la faz de la Tierra, como una gran sociedad de que cada cual de ellas es miembro y en que las unas respecto de las otras tienen los mismos deberes primordiales, que los individuos de la especie humana entre sí”. Eso lo diferencia de varios de sus seguidores formados en otra escuela en el Colegio Mayor de San Bartolomé y explica cómo el Libertador le perdona la vida al valiente Barreiro, en tanto su Vicepresidente, formado en la vieja ley colonial de ojo por ojo y diente por diente, estando ausente el gran hombre de Bogotá, ejecuta con vesania artera y cruel sangre fría al soldado realista y a varios de sus hombres, a sabiendas de que el Libertador estaba por canjearlos por soldados presos por los realistas. A lo largo del siglo XIX, parte del XX y del XXI en Colombia se ha padecido ese concepto primitivo de la política y de la guerra, que se burla del derecho natural y proclama la vindicta contra el enemigo político, origen de la violencia a la cubana.

El Gobierno actual se inspira de nuevo en el respeto por el Derecho, como lo hizo el Libertador, para avanzar en la política de convivencia que intenta cristalizar en su segundo mandato. Lo mismo que en su esfuerzo por la inclusión de Colombia en los grandes proyectos internacionales por medio de instrumentos propios como la Alianza del Pacífico. Lo que explica la cumbre que se efectuó en Cartagena con los exmandatarios de la Tercera Vía, Bill Clinton, Tony Blair, Fernando Cardoso y Felipe González, que impulsa ese proyecto para dar una vigorosa visión de país dentro de un gran compromiso por la educación con desarrollo, la paz con justicia social y equidad.

Se pretende provocar un cambio de tales dimensiones que el país logre competir en el exterior, recuperar su iniciativa productiva y creatividad. Las alianzas, que no serán solamente de intereses, se enfocan a conseguir la solidaridad de otros pueblos y gobiernos que tienen grandes aspiraciones de crecer y jugar un papel fundamental entre las naciones. Como Santos dice: Juntos podemos, juntos somos  más fuertes. Para sacar avante esa política es preciso restablecer a plenitud el imperio de la ley y la reforma de la justicia, factores esenciales sin los cuales la paz mejor intencionada se desvanecería en la frustración colectiva. Es el momento para avanzar en objetivos económicos y educativos  de gran aliento, puesto que las energías nacionales que se liberan con la paz, permitirán que se duplique o triplique la inversión extranjera y nativa. Se trata de aprovechar la ocasión excepcional por la que atravesamos para mejorar el diario vivir de los humildes y romper para siempre con la brecha del atraso secular.