* Discurso de triunfo colombiano
* Plan Colombia como activo conservador
Es curioso que justo cuando Colombia puede proclamar avances certeros en la lucha contra las drogas ilícitas, no se tome ello como un triunfo de carácter mundial, sino que se salgan con evasivas y se cambien los escenarios, como la propuesta de legalización.
Es evidente que así lo ha hecho el presidente Juan Manuel Santos sólo como base de una plataforma académica y dentro de los criterios categóricos de participar en la discusión en caso de que otros países así estuvieran dispuestos a hacerlo. No es, pues, una posición de Estado, pero sí es de las primeras veces que un Mandatario en ejercicio propone hacerlo. La verdad, en nivel de Estados, ha sido poca la recepción, aunque ha servido de base para que algunos ex presidentes e intelectuales latinoamericanos vean en ello una apertura hacia otros rumbos.
Frente a ello, el presidente del Congreso, Juan Manuel Corzo, ha sostenido que, aunque “suene anticonservador”, es factible llevar el debate a los escenarios internacionales, bajo la tesis de que el orbe ha dejado sola a Colombia en el combate contra el narcotráfico.
Hace más de tres décadas parecía evidente que el país no podría sobreponerse a los flujos de liquidez del narcotráfico, causados por el prohibicionismo, y que el Estado sería inferior para asumir un combate de frente. Decía entonces, con razón, Álvaro Gómez Hurtado que un kilogramo de cocaína salía en guerra de Colombia y llegaba en paz a Estados Unidos. Muchas, desde entonces, han sido las víctimas colombianas por cuenta del narcotráfico, desde el Palacio de Justicia hasta la depredación paramilitar y la financiación subversiva. Pero las cosas cambiaron sustancialmente desde el Plan Colombia, hace diez años, cuando Estados Unidos aceptó la corresponsabilidad en el tema y produjo la más grande financiación para enfrentar el narcotráfico, hasta el punto de que ello sirvió para volver las guerrillas un problema periférico y quebrar el ascenso paramilitar a través de la infiltración política y la modificación en la propiedad de las tierras. De alguna manera, la extradición, que fue caldo de cultivo para el narco-terrorismo, terminó por ser procedimiento común, sin que hoy cause aspavientos luego de convertirse, asimismo, en método para incurrir en negociaciones judiciales.
La realidad monda y lironda, después de tantos años de sangre y desestabilización, es que Colombia, antes que nada, debería mostrarse ante el resto del mundo como un triunfador en la materia. Y no es voluntarismo. Las cifras lo demuestran. Desde el año 2000 hasta hoy, el cultivo de hoja de coca en el país disminuyó 70 por ciento. Alrededor de 8.000 millones de dólares, entre ayudas norteamericanas e inversiones colombianas, en lo que se conoce como Plan Colombia, sirvieron para fracturar la tendencia creciente, reducir las siembras, reventar los carteles de la droga, neutralizar la vida útil de un criminal y drenar el combustible de la guerra. De 163.300 hectáreas de cultivo de hoja de coca el país pasó a 57.000, y de 730 toneladas métricas de coca que se producían en 2001 pasó a 270, según datos de la ONU. Es posible que se haya producido el efecto globo en Venezuela, Perú, Bolivia y México. Pero hay que decirlo con todas las letras, ya no es el problema central colombiano, ni Colombia la incógnita en el mundo, sino por el contrario, la demostración fehaciente de que sí se podía.
No puede, pues, Colombia en la próxima Cumbre de las Américas presentarse como un legalizador, sino como uno de los pocos países en el concierto de naciones que está en mora de reclamar la victoria. Lo contrario, asumir un bajo perfil, sería desdecir no sólo de los ingentes esfuerzos policiales y militares, sino de una Justicia y unas instituciones que, aun a pesar del amedrentamiento y la amenaza, lograron imponer la Ley y la soberanía sobre la parapolítica, el Proceso 8.000 y los grupos irregulares. Desde luego, falta por hacer, puesto que es sabido que las alimañas saben penetrar los intersticios, pero se va en la dirección correcta. Es más, sería, de alguna manera, contradictorio que por un lado la Ley de Víctimas y de Tierras sea epicentro gubernamental, pero de otro se pretenda incurrir en la legalización de las drogas, el mismo tráfico que sirvió precisamente para el desplazamiento campesino y la matanza horrenda. Podrá hablarse genéricamente de legalizaciones, pero nunca desconocer que Colombia está ganando y es ejemplo mundial.