Democracia y libre expresión | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Marzo de 2013

Es un hecho reconocido que sin el derecho a la libre expresión la democracia sucumbiría por asfixia en poco tiempo. Un pueblo sumido en la oscuridad y la ignorancia no es capaz de consagrar la democracia. Eso ya lo anotaba Platón en la antigua Grecia, al analizar el comportamiento de la multitud y su irresponsabilidad grupal, como la imposibilidad que esta pudiese asumir la responsabilidad de gobernar. Siendo evidente que sin intermediarios que  a nombre de ella gobiernen no sería posible la “democracia”, lo que quiere decir que la famosa definición de Abraham Lincoln según la cual “La democracia es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, en realidad se refiere a la delegación del gobierno a un grupo, un partido, un movimiento, incluso, un caudillo de origen popular. El pueblo, según Platón, al no conocer de los asuntos de gobierno no está en capacidad de gobernar y debe buscar elementos capaces que por delegación suya lo ejerzan con sabiduría y prudencia.

Es más, la oclocracia como gobierno de la muchedumbre, aparece en los tiempos de mayor oscuridad y corrupción de las sociedades, cuando se desmoronan los gobiernos, caen las monarquías o se pierde la guerra. Son cierto tipo de reacciones populares que ya se observan en la antigua Roma. Es ahí cuando la masa irredenta aparece en las calles reclamando víctimas y sus peores instintos afloran contra los restos de la sociedad organizada. Una muestra elocuente y ominosa de la reacción a la  oclocracia de la multitud  se da en Colombia, el 9 de abril, por cuenta del vil asesinato perpetrado por Roa Sierra en la humanidad del caudillo Jorge Eliécer Gaitán. La debilidad del Estado, unida a la aparición de grupos minúsculos de poder y la abolición del equilibrio de poderes, que envilecen con sus negocios la cosa pública desacreditando los partidos políticos y las instituciones, son la antesala de las reacciones brutales de la oclocracia.

Cuando la democracia se mancha de ilegalidad y de violencia, cuando la corrupción se extiende por la piel del sistema  y la sociedad se regodea codeándose y celebrando las hazañas de quienes deslizan su garra por los fondos estatales, las cosas van de mal en peor. En ese momento la democracia deja de ser el eje del sistema. La historia muestra que en tales encrucijadas de la historia, las masas en vez de buscar la orientación de los mejores se entrega a los demagogos, a los políticos inmediatistas que resuelven repartir la riqueza acumulada por el esfuerzo de generaciones sucesivas o la del país, no con fines de inversión o mejorar la calidad de vida de todos, sino para llenar sus alforjas y consumirla. Y los pueblos, desde los romanos se satisfacen por aquello de pan y circo, sin atender a las dificultades del mañana. Y no les importa que se acalle a la oposición, ni a los medios de comunicación que denuncian las barbaridades que cometen los gobernantes populistas, ni los que gobiernan para las encuestas efímeras y, en ocasiones, amañadas.

Esa cierta incapacidad de las masas para defender la democracia, las instituciones que la hacen posible y la misma libertad de expresión se manifiesta en nuestra región cada vez que se dan enfrentamientos de los gobiernos con los medios de comunicación, cuando se elimina o encarcela un periodista, cuando se silencia una rotativa, al momento que un canal de televisión es asaltado por esbirros oficiales para sancionar injustamente el derecho a la libertad de informar. Lo que indica que, tal como lo planteaba en su tiempo Platón, cuando la población permanece sumida en la ignorancia, dominada por sus instintos primitivos, no tiene noción exacta de la importancia de defender la libertad, siendo el momento que aprovechan en todos los tiempos los agentes de la corrupción para envilecerla al extremo y conculcar sus derechos al comprarle el voto. Y lo único que salva a la población castigada por los agentes políticos del mal,  por la corrupción y el pillaje del tesoro público sería desconfiar y vetar a los demagogos, salir a votar por verdaderos hombres de Estado y espíritus superiores.

En donde no existe verdadera libertad de prensa, el pueblo sigue sumido en la ignorancia. La gran misión de los medios es informar, educar y trasmitir objetivamente los hechos. Esa no es una virtud del periodismo, es un deber irrenunciable e insobornable de la prensa comprometida con la Nación. No pocos de los elementos disolventes de la corrupción y demagogia, que han degradado la sociedad en otros países de Hispanoamérica  para consagrar el despotismo y el despilfarro de los dineros públicos se manifiestan entre nosotros con fuerza degradante en algunas administraciones regionales y citadinas, lo mismo que en la administración central, en donde  los anticuerpos todavía reaccionan, como se demuestra en casos conocidos como el de la Dian, destapado por su valeroso y competente director  Juan Ricardo Ortega,  proceso donde  la justica condena a los elementos venales.