El ciclón Boris | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Julio de 2019
  • ¿Una era o flor de un día?
  • Talante decisivo del conservatismo

 

La llegada del líder conservador Boris Johnson a la pequeña casa de gobierno británica ha opuesto patas arriba la política en ese país y, en cierta medida, en el mundo. Porque tiene el ahora Primer Ministro, no solo una nueva noción de las estructuras sociales y de la economía, sino que encarna una forma de ver las cosas en las que suele combinarse carisma, historia, excentricidad, oratoria, riesgo, metidas de pata y convicciones. Y eso tiene con los nervios de punta a quienes, en la isla, prefieren el statu quo a un futuro incierto.

En ese sentido, sus opositores ven en Johnson la encarnación de lo políticamente incorrecto, frente a la zona de confort establecida durante el período de la posguerra a través de las instituciones internacionales que unificaron a Europa y de las cuales el Reino Unido comenzó a hacer parte un poco tardíamente, puesto que nunca hubo un consenso definitivo de que eso era lo mejor para la isla. De modo que aquella discusión ha estado latente por décadas y no es del todo sorpresiva, como lo han querido señalar algunos.

Asimismo, ha sido Boris, como le dicen familiarmente, no solo un oxfordiano característico, sino periodista y un buen biógrafo de Winston Churchill, uno de sus héroes. Además de ser un especialista en literatura clásica, es proclive al combate en la arena política y a frases de impacto de las cuales a veces se arrepiente. Como Alcalde de Londres, en dos ocasiones, generó una reconocida modernización de la ciudad. Pero el verdadero ascenso político de Boris se dio en medio del pleito interno del conservatismo británico (tories) por la salida o el mantenimiento del Reino Unido en la Unión Europea, intenso debate dentro del gabinete que, como se sabe, fue llevado por el entonces primer ministro, David Cameron, para dirimirlo en un referendo popular cuyas mayorías del 52% ordenaron salirse ipso facto del pacto continental (Brexit). A partir de entonces la división conservadora se hizo más patente.

En consecuencia, la democracia participativa, con los resultados que son sagrados para los ingleses y por tanto resultan inmodificables, pese a las propuestas en contrario, se decantó por donde menos se esperaba. Y para cumplir el dictamen popular ya se llevan años de tira y afloje con las autoridades europeas, puesto que las cláusulas de salida del convenio internacional exigen una serie de compromisos, pactados con la anterior administración de Theresa May, que no fueron aceptados por el Parlamento inglés, originando finalmente la reciente dimisión de la Primera Ministra de emergencia, quien había accedido al cargo luego de la renuncia inmediata de Cameron -al ver derrotados sus anhelos de permanecer en la Unión Europea- y que luego trató de afianzarse en unas elecciones en las que, por el contrario, no alcanzó el voto de confianza que pensaba. Las acciones de May además no fueron “ni chicha, ni limoná”, y parece ahora haberse llegado a una instancia política que debió, en cambio, resolverse una vez confirmado el resultado del evento referendario. En general, darle larga a las cosas no suele ser la mejor decisión para resolver los problemas y los hechos políticos británicos así parecen constatarlo.     

Siendo Boris, pues, uno de los principales propulsores del Brexit y de los euroescépticos, lo que le ha valido rayos y centellas en Europa, era lógico que tuviera la posibilidad de haber accedido con anticipación a comandar la operación de salida del pacto continental. Mucha agua hubo de correr bajo el puente, ciertamente, para que pudiera presidir el gabinete como Primer Ministro. Y por eso sus decisiones de entrada han sido las de conformar un grupo de colaboradores que esté sincronizado en el mismo empeño, bien de un acuerdo justo para la separación, adecuadamente entendido por las autoridades europeas, o bien de una salida sin necesidad de acuerdo (Brexit duro) antes del 31 de octubre.

De antemano, ya algunos apuestan a que el gobierno de Boris no durará mucho. Es la apuesta de quienes quieren ver al Reino Unido sumido en la inviabilidad nacional, dando vueltas a un tema que hace tiempo debió resolverse. Prefieren eso a tomar una decisión clara que despeje el futuro en el mejor sentido posible, vistas las realidades concretas a la mano. Pero, desde luego, no se compadece ello con el talante conservador británico. Ese conservatismo se ha caracterizado, esencialmente, por la facultad de tomar decisiones en tiempos difíciles. De allí, el ejemplo de una figura como Benjamín Disraeli, en la época victoriana; el inolvidable protagonismo de Winston Churchill, durante la Segunda Guerra Mundial; y la veneración que se mantiene alrededor de un personaje fascinante como Margaret Thatcher, cuando lo políticamente incorrecto era darle cara al comunismo tan de frente durante la Guerra Fría. Hoy son otras las circunstancias, pero en la capacidad decisoria de Boris Johnson estará el fallo histórico de pertenecer a la estirpe de sus mayores o simplemente de ser flor de un día.