* Una patología mental
* Nadie está en capacidad de entender a las Farc
Ya las palabras están agotadas. En Colombia, la dinámica de la guerra y su crudeza han llegado a los límites de no tener ya adjetivos para comprender. Y están ciertamente agotadas en su criminalidad hasta el punto de que los actos de terror, como el fusilamiento de los últimos suboficiales por parte de las Farc, ya no tienen nombre. En todo caso es esto a lo que toda la vida se ha llamado guerra sin cuartel y que no necesita tipificarse dentro de las violaciones al Derecho Internacional Humanitario, DIH, bien por ser crímenes de guerra o de lesa humanidad, porque no tiene calificativo diferente al de entrañar el exterminio.
La guerra sin cuartel, fruto de la barbarie de hace tantos siglos, es lo que se pretendió justamente eliminar con el Estatuto de Roma y los Protocolos de Ginebra. Pero ello no ha sido de ningún recibo en Colombia. Está claro que las Farc no están incursas en sus preceptos y que, por el contrario, sus acciones de crueldad han permanecido por fuera de todo canon, es decir, como se dijo, bajo la óptica exclusiva de la exterminación. No hay, pues, campo para los sofismas, ni para los aspectos disuasivos del llamado Derecho Internacional Humanitario. Desde hace tiempo en Colombia se vive la crueldad sin parangones.
Dicen las Farc que las acciones sobre “Alfonso Cano” fueron “desproporcionadas”, tratando de aducir que se extralimitó el DIH. Pero nadie podría sostener que no fue ello producto de la guerra convencional y que las operaciones estuvieron ajustadas a los elementos contemplados en los Protocolos de Ginebra. Es un hecho fehaciente, sin duda alguna, que al país le ha ido mucho mejor dentro de la guerra regular que con la guerra irregular que supuso haber permitido el paramilitarismo o las acciones estridentes.
Lo que no ha tenido justificación alguna es el proceder de las Farc durante tantos años, especialmente en la última década. Buscando lo que llamaron el canje de prisioneros de guerra, terminaron por quedar incursas en la más grande depredación de que se tenga noticia en su historia. Desde que así procedieron, hasta hoy no han hecho más que naufragar y hundirse en la sangría, como si ello fuera un propósito igual al que tuvo Adolfo Hitler en sus últimos días, que prefirió inmolar a Alemania y a si mismo en una especie de suicidio colectivo, bajo los incendios y la esquizofrenia. Ya incapaz de ver la realidad contante y sonante. Al final los alemanes perdieron todo norte y el marco mental de lo que significaba mínimas dosis de humanidad. Así están las Farc, completamente energúmenas y exasperadas, ya desprovistas de contacto con la realidad.
Su pretensión de buscar beligerancia, pues, por vía del llamado canje, que algunos bautizaron Acuerdo Humanitario, terminó en que asesinaron a la gran mayoría de quienes tenían en cautiverio. Y lo hicieron a sangre fría, con tiros de gracia. Semejante actitud, que comenzó con la tragedia de Urrao, siguió con la infamia de los Diputados del Valle del Cauca, y ahora se repite con los suboficiales de la Fuerza Pública, demuestra el estado de enfermedad mental en que se encuentran. En el mismo lapso, en medio de liberaciones unilaterales, fugas o rescates, las Farc perdieron todo horizonte, seguramente bajo la neurosis paranoica de haber desperdiciado la gran oportunidad histórica que tuvieron de haber hecho la paz en el Caguán. Ya la habían perdido en 1992, en Caracas y Tlaxcala, cuando ciertamente fue tal vez el momento más adecuado y maduro, luego de la Constituyente, para haber logrado ese objetivo. Ahora, a casi veinte años de ello, las Farc parecieran haber adoptado el camino de no retorno, como de pronto lo hicieron desde entonces.
Esta nueva matanza hará poco en profundizar el desprestigio de las Farc, definitivamente en el último escalafón del sótano. No pueden caber más calificativos negativos, como en efecto se han expresado en radio, televisión y editoriales. Ya ni siquiera hay mecanismos para entender. Las Farc se fueron por el desbarrancadero.