El régimen impunitivo | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Noviembre de 2015

*El asesinato de Álvaro Gómez Hurtado

*Una conjura que lleva más de dos décadas

NO es cierto, como suele decirse en Colombia, que los magnicidios y otros asesinatos queden generalmente impunes. El único caso fehaciente que ha sufrido la impunidad plena es el de Álvaro Gómez Hurtado y sobre el cual se ha enquistado un régimen impunitivo que demuestra las intenciones certeras de que nunca se sepa quiénes fueron los autores intelectuales y materiales del homicidio.

En Colombia suelen asesinar a quienes han mostrado temple en su carrera pública y que precisamente por las condiciones de ese carácter férreo, fueron capaces de hacer la paz. Y el segundo aspecto relevante es que eran hombres incómodos para quienes oteaban en ellos una superioridad intelectual o temperamental y estaban en el apogeo de su lucidez. Es decir, que eran peligrosos para el mantenimiento del statu quo. De manera que el país, en esa vía, hubo de nivelarse por el rasero de la cobardía asesina.

No vale la pena volver a hacer el listado de Sucre, Uribe Uribe, Gaitán y Galán, entre los tantos de los caídos, para entender que en todos ellos quedó al menos clara la autoría material y en algunos casos la intelectual.

En cuanto a Álvaro Gómez Hurtado, sin embargo, todo es tan sórdido como su propio asesinato, confuso como el que más y de antemano previsto para que nunca se llegue a conclusión alguna. En dos ocasiones Gómez Hurtado hizo la paz, una en el Frente Nacional y otra con los captores de su secuestro, los miembros del M-19. Al momento de su asesinato, estaba en el apogeo de su lucidez y las desviaciones de las investigaciones han llegado, en estos 20 años de régimen impunitivo, a asociarlo dizque con un golpe de Estado que sólo estaba en la mente de conspiradores de café, a los que jamás abordó.

En un editorial de este periódico, ocho días antes de ser asesinado en medio del connivente proceso que se le seguía al entonces presidente Ernesto Samper en la Comisión de Acusaciones de la Cámara,  Álvaro Gómez sostuvo: “Nosotros lo hemos señalado muchas veces: hay que tumbar al Régimen. Esto parece una invitación a que se empleen las vías de hecho, no es ese nuestro propósito. La caída del Régimen puede no ser súbita sino por un progresivo debilitamiento. Hay que crear una solidaridad nacional en torno del anhelo de realizar un cambio global, en el cual la voluntad de salvación sea el móvil colectivo predominante…Es tiempo de que se puedan presentar soluciones por las vías previstas en la Constitución y que le evitarían, no solo al país, sino a las propias personas que constituyen el Régimen, el tremendo desgaste a que están sometidos”

Para Álvaro Gómez el Régimen era, acorde con una conferencia dictada meses antes, un “sistema de compromisos y complicidades que está dominando la vida civil. Nuevamente decimos que el Régimen está integrado por diversos factores que operan en conjunto, en virtud de una red de compromisos de impunidad en torno al aprovechamiento de los gajes del Estado. El Régimen es más fuerte y duradero que cada uno de sus componentes. Para que vuelva a haber política se requieren grandes objetivos. La enumeración de estos puntos apenas se está empezando a hacer: la represión del bandolerismo, la restauración de la seguridad, la desnarcotización de las relaciones con Estados Unidos, la disminución valerosa de la cuantía del gasto público y una limpieza general de los sistemas de compromiso en la burocracia”. Y a eso era lo que convocaba, sobre la base de que el enemigo era ese Régimen que impedía concretar los verdaderos  propósitos nacionales.

No hay, en ninguno de los dos casos señalados, ninguna invitación a trabajar por fuera de las vías constitucionales y lo que incitaba era al estremecimiento de la opinión pública y, desde luego, de no haberlo matado, Álvaro Gómez se situaba, como la cumbre en que se había convertido,  por encima de la gritería que se había formado en torno al caso Samper, sin que en el trayecto  se hubiera logrado conseguir un punto de masa crítico que impactara políticamente. El chascarrillo pudo más que la protesta amorfa, los artículos dispersos y ciertos debates parlamentarios sin resultados.

No era, pues, que Álvaro Gómez fuera a dar golpe de Estado alguno, sino que paulatinamente se mostraba como el único capaz de aglutinar la opinión pública en torno de un propósito nacional. Ante la pregunta de por qué lo mataron, la respuesta es que lo hicieron por ello. Lo que no se ha respondido es quién lo mató y el régimen impunitivo ha colaborado, en estos 20 años, para que ello permanezca incontestado como reproche ineluctable de un Estado que se pretende legítimo.  

Ninguno de los crímenes antedichos han tenido, por lo demás, el carácter nefasto de mantenerse dentro de una secuela de asesinatos, hasta el último hace unos meses de José Ignacio Londoño Zabala, quien había sido comprometido en múltiples declaraciones al respecto del caso del Dr. Álvaro Gómez. Lo que muestra la evidencia es que su magnicidio no fue en absoluto una situación aislada, sino que se produjo en torno a los hechos escabrosos asociados con la exoneración parlamentaria de Ernesto Samper.

Resulta evidente que mucho más allá de las hipótesis criminalísticas en cuanto a los bajos fondos,  las circunstancias apuntan a que fue el mismo Régimen que Álvaro Gómez denunciaba, el que lo mató. Y en su caso, como ningún otro en la historia del país, está por lo tanto, evidentemente claro que fue un crimen de Estado.

Y es en tal sentido que obviamente se inscribe dentro de los crímenes de lesa humanidad y la denuncia internacional, porque ha quedado demostrado que los agentes colombianos no pudieron o no quisieron, en tantos años, develar todo aquello que señalaba la conjura estatal desde el mismo día en que se cometió el asesinato.