El último portazo | El Nuevo Siglo
Martes, 18 de Abril de 2023

 * Naufraga reforma a la salud

* Verdadero cambio está en el Congreso

 

 

Como era de esperarse, el Gobierno dio ayer un nuevo portazo, esta vez seguramente definitivo, a las posibilidades de concertación de la reforma de la salud con los partidos no adscritos a la férula radical con la que se ha pretendido dirigir a la coalición oficialista. Es decir, los partidos Conservador, Liberal y de La U. De hecho, el propio presidente Gustavo Petro les deseo “buena suerte”, desde los Estados Unidos, descartando cualquier alternativa diferente a someterse a su irrestricta voluntad y a los múltiples inamovibles de su proyecto, que es precisamente lo que está en discusión. Y obligarlos a satisfacerse simplemente con las modificaciones periféricas que pretendían distraer a la galería y con las cuales la ministra Carolina Corcho quiso convencer a los incautos.

Tampoco es de sorprenderse. Desde el principio, hace ya un par de meses, cuando el Ejecutivo supuestamente abrió el espacio para llegar a un consenso, se vio a las claras que por su conducto el primer mandatario mostraba una cara conciliatoria, propiciando puntos de encuentro, pero de otra parte enviaba a las reuniones a su delegada ministerial a no ceder un ápice, ni moverse un milímetro de los propósitos estatizantes, burocráticos y hegemónicos, transversales a la propuesta esencial. O sea, como desde el comienzo se ha reiterado en estos editoriales y en muchas otras columnas, así como inclusive entre autorizadas voces del gabinete ministerial, volver por los trágicos fueros del Instituto de Seguros Sociales, con todo el significado de muerte, negligencia y desolación que llevó a su sepultura después de la entrada en vigencia de la Constitución de 1991 y cuyos lesivos fundamentos ahora se pretenden revivir como la gran panacea, dejando a los colombianos irremediablemente huérfanos de un verdadero sistema de salud.

Pero esta vez ya no es la ministra Corcho, sino el propio Presidente el que finalmente fijó su posición. Mucho desgaste se habría ahorrado el país si así lo hubiera hecho desde que se presentó el texto de la reforma a la salud a la opinión pública por primera vez, supuestamente dando curso a lo prometido en la campaña presidencial. Pero basta ver el programa de gobierno para encontrarse con dos cosas: primero, que allí se habla de hacer una reforma para garantizar el derecho fundamental de salud, modificando la norma correspondiente (Ley Estatutaria 1751 de 2015); y, segundo, que ello se haría en el marco de una gran Pacto Nacional.

Pues bien, si se trataba de modificar una ley estatutaria para garantizar el derecho fundamental de la salud, como reza el inicio de la propuesta programática, se está incumpliendo lo prometido cuando actualmente se recurre a una ley ordinaria, en las comisiones respectivas de Cámara y Senado, con el fin de evadir las cláusulas que obligan a un trámite constitucional determinado y exigente por tratarse de cambios sustanciales que atañen a los derechos de todos los colombianos. Y, en el mismo sentido, para todo el país es claro que, en vez de un gran Pacto Nacional, lo que hoy pervive es exactamente lo contrario. De modo que se incumple tanto lo jurídico como el alcance político de lo dicho en el programa de gobierno. Todavía peor, cuando se cita a las volandas a congresistas, al menudeo, a la Casa de Nariño; se amenaza con la extorsión clientelista en torno a pingües viceministerios y se busca violentar la Ley de Bancadas, emitida en su momento precisamente para desterrar del hemiciclo la compra de conciencias y patrocinar la discusión libre, democrática, técnica, disciplinada y de altura, sin ningún tipo de coyundas clientelares.

No obstante, a decir verdad, los partidos políticos han sabido estar al nivel de las circunstancias. Aquellos declarados en oposición han presentado sesudos proyectos que ameritan un debate de fondo. Y los declarados oficialistas, pero que al menos advirtieron que mantendrían su vocación independiente, no han traspasado las líneas rojas y azules que se autoimpusieron para lograr una reforma que, si bien necesaria, no significaba en absoluto la demolición del sistema de salud. Posiblemente el Gobierno pensó que serían una mera decoración, si se quiere, apenas unos perritos falderos, olvidándose de que son mayoría y superan con creces la votación del propio primer mandatario.

Bajo esa perspectiva, no podrá decir el Ejecutivo, en ninguna circunstancia, que los partidos no han querido la reforma y que no han trabajado para lograrla. Pero, claro, de portazo en portazo, nadie llega a ningún Pereira. Si los partidos no son bienvenidos; si el gobierno prefiere naufragar en sus sofismas políticos en vez de aceptar la dialéctica seria; si considera que el Congreso es apenas una moneda de cambio y cree que todo lo resuelve con el clientelismo, se habrá de encontrar con que el país sí ha cambiado. Pero que ha cambiado a pesar de él.