España a las urnas | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Diciembre de 2015

*Indecisos, el fiel de la balanza

*Corrupción, flagelo transversal

 

Con un inédito 40 por ciento de indecisos en España, según el reconocido Centro de Investigaciones Sociológicas, prevalece la incertidumbre sobre cómo se moverá ese sector de votantes, a última hora, de cara a las elecciones legislativas del 20 de diciembre próximo. Es claro que esa franja será clave para determinar en manos de qué partido y de qué política quedará el futuro del país.

En la recta final proselitista las distintas colectividades apresuran cálculos y proyectan escenarios dimensionando los triunfos que podrían sumar y minimizando las derrotas que sufrirían si no se producen timonazos políticos en los pocos días que restan para la cita en las urnas.

Aun así, y en medio de encuestas con disímiles resultados y variables a considerar, todas esas proyecciones se estrellan con las dudas en torno a cuál será el camino que tomarán los indecisos, a qué partido los escándalos de corrupción le pasarán una factura más costosa y si pesarán al final más las promesas y rectificaciones de las colectividades tradicionales o las estrategias de choque que enarbolan los movimientos políticos emergentes. Como nunca antes, el bipartidismo en España enfrenta un desafío superlativo.

Según los sondeos, una parte de los indecisos considera que la economía podría estar mejor, pero advierte que su calidad de vida está siendo afectada por los impuestos. La mayoría, como es obvio, está en contra la corrupción, que ha sido la lacra que corroe la política en las grandes, medianas y pequeñas urbes de la península. 

Paradójicamente en este aspecto, muchos españoles que parecieran ignorar que es la justicia la encargada de investigar y castigar este flagelo, le atribuyen al Gobierno responsabilidades en este campo que no están dentro sus facultades ni órbita funcional. Lo cierto es que la corrupción se evidenció como un fenómeno transversal a muchos sectores políticos, económicos, gremiales, institucionales, regionales, locales, de farándula y hasta en los linderos de la realeza… De allí que sea el tema central de los comicios.

Otra de las grandes quejas de quiénes aún no han decidido por quién votar es la precariedad en la creación de nuevos empleos.

Otro tanto sencillamente considera que no es positivo el continuismo, sea cual sea el gobierno. Frente a todo ello, bien haría el Ejecutivo en recordar con más énfasis en este remate de campaña que el presidente Mariano Rajoy recibió de su antecesor Rodríguez Zapatero una España en quiebra, que se ahogaba en la corrupción, las deudas y el despilfarro, crisis que incluso se temía pudiera evolucionar a una situación peor que la de Grecia. No hay que olvidar tampoco que la banca internacional perseguía, como buitre de mal agüero, a las nuevas autoridades económicas ibéricas. Y que fue entonces cuando Rajoy, contrariando a los temerosos y a cuantos le auguraban que hacer el ajuste, según lo acordado con la Unión Europea, era ponerse la soga al cuello, demostró el suficiente carácter y valor civil para aplicar las medidas fuertes aunque impopulares que, al final y no sin grandes sacrificios de la ciudadanía y costo político gubernamental, terminaron por salvar a España de la catástrofe anunciada.

Las encuestas hoy por hoy son disímiles. La mayoría dan como ganador en los comicios al gobernante Partido Popular, con segundo lugar para Ciudadanos, después el Partido Socialista y por último Podemos, el movimiento de origen chavista que, según los últimos análisis, resentirá sin duda la debacle electoral de Maduro y compañía en las legislativas de este último domingo en Venezuela.

Uno de los trasfondos de la cita electoral del 20 de diciembre es, sin duda, la controversia por la insistencia independentista de un sector catalán, que pese a la ilegalidad de sus maniobras para forzar a la escisión española, insiste en la vía del desmembramiento.

Por igual, es claro que si bien España no ha sido golpeada en forma grave por crisis como la de la ola de refugiados, como sí ha ocurrido en otros países de la Unión Europea, el interrogante en torno a qué hacer con la inmigración, si frenarla o auspiciarla en un país en donde la economía apenas se recupera y el empleo es la mayor urgencia en muchos sectores poblacionales, tendrá un efecto político en las urnas. Eso es claro.

Por lo pronto, es evidente que España se juega mucho de su futuro en los comicios legislativos y el mapa político que de allí se derive, no sólo en cuanto al juego de las coaliciones a la hora de formar gobierno, sino frente a la bitácora económica, social e institucional para lo que resta de esta década.