Fracasó el separatismo | El Nuevo Siglo
Martes, 29 de Septiembre de 2015

*Hora de un nuevo presidente

*Cataluña se mantiene atada a España

Lo  que se suponía iba a ser una rotunda declaración electoral en favor del separatismo catalán terminó siendo un fiasco. En efecto, los independentistas, en las elecciones internas del pasado domingo, no lograron llegar al 50 por ciento de los votos que les servirían, supuestamente, para sustentarse en las mayorías de un eventual plebiscito. Podrán cantar victoria como factor divisionista, pero queda claro que no tienen la fuerza ni el embate para escindir a Cataluña del territorio de España.

No ha sido fácil para este país, ciertamente, fraguar la unidad nacional. Desde el propio comienzo, cuando se produjo la aglutinación hispánica, en manos de la Casa de Austria, se hablaba de las españas y no necesariamente de España. De modo que siempre se aceptó una especie de confederación, inclusive con fueros determinados para las regiones. De allí que la tensión entre ellas se ha mantenido vigente por más de 500 años. Es claro que en la península ibérica cada provincia tira para su lado, siguen manteniendo nacionalismos efervescentes y compiten entre sí, a veces de manera insólita, increpándose los unos con los otros.

Nadie dudaría, por supuesto, que esos nacionalismos se han generado fruto de una riqueza histórica en un país proveniente de múltiples reinados, ducados y condados. Pero de alguna manera, a la salida de la dictadura de Francisco Franco, se obtuvo un equilibrio constitucional para que las provincias pudieran ser parte de España dentro de las diferencias correspondientes. La Carta constitucional de los años 70, como se sabe, no solamente fue la solución para salir de una dictadura prolongada excesivamente y como temor a una nueva guerra civil, sino que se convirtió en una especie de Tratado de Paz de plebiscito afirmativo.

A partir de entonces, sin embargo, muchos han querido tensar los nacionalismos internos frente a la composición universal del pueblo ibérico. En principio, fue el terrorismo vasco, fundamentado en ETA, que terminó derrotado por la propia democracia que en un comienzo dijeron defender. Al mismo tiempo, los catalanes siempre dejaron en claro que pretendían un tratamiento especial dentro de España.

Nadie duda, ciertamente, de que las dos regiones más ricas de la península son las del llamado País Vasco y Cataluña. Y también es cierto que los primeros, rechazando en su gran mayoría la línea terrorista, lograron una fuerte dosis de autonomía, en tanto los catalanes no obtuvieron tanto. Pero de ahí a plantear el separatismo como la única vía a la mano hay mucho trecho. Tan así como que la propia Cataluña ha dado un No a las pretensiones de romper la Constitución española y converger en un pequeño país que podrá tener ingredientes para serlo, pero desde luego no será más que una de las grandes provincias españolas.

El punto central está determinado, de antemano, porque de romperse la estructura de la península con el separatismo catalán habría quedado hecho añicos el equilibrio establecido y, por lo tanto, vendrá un dominó paulatino. Es posible que detrás de ello vengan los vascos y luego los gallegos. Y de ahí en adelante posiblemente Andalucía y finalmente España hecha trizas y vuelta a los múltiples territorios previos a la invasión árabe, en el siglo VIII. De modo que lo que se presenta como vanguardismo es un retroceso a la Edad Media.

Está bien, claro, como lo ha dicho el presidente Mariano Rajoy, que se establezca un diálogo franco y abierto, sin amenazas temerarias, para escuchar las voces independentistas catalanas y equilibrar el fallo de los tribunales de hace un par de años, dándole salida política al asunto. Igual, es obvio que cualquier decisión sobre Cataluña no se podría dar sino a través de un plebiscito nacional, tanto en cuanto el enlace entre las provincias es uno de los puntos constitucionales centrales. Seguramente izquierdistas y derechistas radicales, obnubilados por el separatismo, seguirán insistiendo, distrayendo a su vez la solución de los verdaderos problemas económicos y sociales que requiere Cataluña. Aun así, también es claro que no pueden obligar a una ciudadanía que en su mayoría, con un registro electoral sin antecedentes, se ha mostrado fiel a su raigambre y territorialidad hispánica. El fracaso frente a las proyecciones que se tenían hace, a no dudarlo, que no se tenga un voto de confianza en Artur Mas y que sea hora de un recambio presidencial, con una decidida coalición mayoritaria.