La deriva del Perú | El Nuevo Siglo
Miércoles, 9 de Febrero de 2022

* De cómo la ineptitud acaba un país

* 1,2,3 … ¿cuándo se irá Castillo?

 

 

Aunque el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, sacó de la manga dizque una campaña del “conservadurismo” para defender a su homólogo inca, Pedro Castillo, la verdad es que la erosión gubernamental en el Perú viene dada por la estruendosa ineptitud de que a diario hace gala el primer mandatario del país hermano.

No se trata, por supuesto, de ninguna circunstancia política diferente a que Castillo ha sido incapaz de tomar las riendas del gobierno desde que se posesionó hace poco más de un semestre. Y esconder ese hecho palmario, no solo en América Latina, sino en el mundo entero, es tratar de tapar el sol con una mano, según lo intenta hacer López Obrador como decano del izquierdismo latinoamericano. Por supuesto, queda mal. O al menos da la sensación de que no importa lo que suceda en Perú, lo que interesa es que de todas maneras su pupilo izquierdista permanezca en el solio, aun a pesar del descalabro inocultable para la economía, los campesinos y la comunidad en general.     

En efecto, con un cuarto cambio de gabinete, en tan corto lapso, no es factible tampoco sostener, como lo hace el mismo Castillo, que simplemente el Congreso lo quiere destituir… Y todos tan tranquilos. Por el contrario, emergida en toda la línea su inexperiencia política y bajo la total ausencia de claridad conceptual es imposible avanzar en el afianzamiento de ningún gobierno. Hasta el punto, ciertamente, de que el torbellino de críticas no solo procede de los sectores conservadores, lo que de antemano era presumible puesto que perdieron la presidencia por una cifra minúscula, sino que también proviene de parte considerable de la propia izquierda peruana que se sintió gananciosa con la inverosímil irrupción de Castillo.

En esa medida, el primer mandatario inca ha sido abiertamente inferior al cargo. Sus determinaciones le han significado al Perú, asimismo, convertirse en un barco a la deriva, mientras que el descontento ciudadano crece como espuma. De hecho, habiéndose posesionado con una aprobación del 51 por ciento, ahora esa favorabilidad se ha visto reducida vertiginosamente a la mitad. Incluso, situaciones tan insólitas según las cuales los ministros se posesionan para renunciar casi de inmediato, como ocurrió hace unos días con el jefe de gabinete, son demostrativas de la incoherencia absoluta en medio de la tormenta. Circunstancias, por demás, que llevarán el ya exiguo respaldo popular a mínimos insostenibles de los que Castillo no podrá levantarse fácilmente.

Mucho menos, claro está, si como es evidente a cada momento pierde mayor vigencia entre sus bases en el llamado “Perú profundo”. De suyo, un 81 por ciento de los ciudadanos cree que el presidente no ha sabido nombrar funcionarios preparados en ninguno de los niveles de su administración. En consecuencia, ya nadie quiere entrar a su gobierno. Además, en no pocos casos las críticas más duras provienen de los mismos que en algún momento hicieron parte del Ejecutivo, dejando en claro que no tiene las capacidades para cumplir con la complejidad de una función de este tipo.

En ese sentido, el defensor del Pueblo, Walter Gutiérrez, arguyó recientemente que Castillo no tiene la “madurez” para ejercer la presidencia del Perú y que ha transgredido la Constitución en no pocas oportunidades, camuflando la corrupción y paralizando las acciones gubernamentales. Por ello considera que el país se está quedando sin opciones diferentes a su retiro, bien por la vía voluntaria, o bien por la vía de un juicio político.

El problema, pues, no son los ministros, sino el propio Castillo. De la conformación del cuarto gabinete pende su suerte, en especial en cuanto al nombramiento del jefe del Consejo de Ministros, que en Perú es el cargo de mayor poder después del presidente. Pero como están las cosas, salvo por una persona inédita que logre concitar todas las voluntades en medio de una polarización que hoy se presenta irreversible, es muy posible que la crisis se siga agravando.

El punto central, en toda democracia, consiste en tener un equipo de gobierno para poder llevar a cabo las propuestas de campaña. Si bien es común que los ministros o los funcionarios departamentales y municipales actúen de fusibles, para conjurar ciertas crisis normales en cualquier ejercicio gubernamental, lo que no es admisible es que, por el contrario, la propia crisis se deba a que el gobernante es ineficaz para hacer los nombramientos y cuando los hace igualmente fracasa en las labores de coordinación. Bajo esa perspectiva, no hay remedio que valga. Efectivamente, con Castillo la calentura no está en las sábanas. Y con él, mejor dicho, sin capitán, el barco seguirá irremediablemente a la deriva...