La embestida del Eln | El Nuevo Siglo
Martes, 27 de Octubre de 2015

No hubo elecciones en paz
Negociación que nunca se abre

No muchas veces las elecciones en Colombia habían tenido un desenlace tan fatal como el asesinato de 12 uniformados, por parte del Eln, anteayer en Boyacá. El caso se produjo, precisamente, cuando la guerrilla atacó a los delegados electorales, que transportaban las urnas para su escrutinio, escoltados por un pelotón de 35 militares y policías. 

De modo que, objetivamente, no fueron estas las elecciones más pacíficas en la historia reciente del país, tal cual se alcanzó a decir, sino que por el contrario estuvieron signadas por la macabra mancha de sangre fruto del terror en el municipio de Guicán, sobre la sierra del Cocuy, en la frontera con Arauca.

El luto que hoy embarga a los colombianos es, por supuesto de la misma dimensión del que se produjo hace unos meses  con la matanza de las Farc sobre los soldados, en la vereda Buenos Aires, en Cauca y que finalmente significó la ruptura de la tregua unilateral ordenada por esa organización subversiva en diciembre.

El gobierno del presidente Juan Manuel Santos lleva alrededor de tres años de diálogos confidenciales con el Eln, liderados por el alto comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, el exministro Frank Pearl, el exprocurador Jaime Bernal Cuéllar y el general (r.) Eduardo Herrera Verbel, en ocasiones coadyuvados también por el exviceministro José Noé Ríos, académicos como Alejo Vargas y algunos dirigentes políticos. Es una nómina más que suficiente para sacar avante lo que se supone la otra pata fundamental del proceso de paz, si en verdad se pretende una reconciliación integral.

Hay varias diferencias, desde luego, entre ambos procesos. Las Farc, en el ejercicio y aplicación del Plan Colombia y lo que entonces se llamaba la “Seguridad Democrática” se vieron claramente minadas en la composición del ‘secretariado’  y el ‘estado mayor’, incluso hasta muy recientemente cuando el Ejército dio de baja a “Jairo Martínez”, uno de los participantes de los diálogos de La Habana. El Eln, por su parte, mantiene su comando central intacto y recientemente ha sido reforzado con un miembro nuevo, nombrado como “jefe militar”. Sería él, precisamente, quien habría coordinado las recientes acciones terroristas del Eln. Está claro, por lo demás, que ambas organizaciones, si bien independientes, han conversado recientemente en el propósito de una paz conjunta.

Pero no hay que equivocarse sobre la naturaleza de las dos organizaciones subversivas. Mucho se ha hablado sobre la procedencia de las Farc, incluso insertada dentro de la guerra civil no declarada de los liberales y conservadores a mediados del siglo XX, mientras que el Eln tiene origen, no solo en el Ché Guevara como doctrinario directo de los primeros grupúsculos que intentaron implementar la teoría del “foco guerrillero” en Colombia, sino que nutrido por manifestaciones de los años sesenta como la Teología de la Liberación, la paradójica mezcla de marxismo y cristianismo y la incorporación del psicoanálisis social. Como tal el Eln, con el padre Camilo Torres de emblema y otros sacerdotes españoles, se convirtió en una especie de “temperamento” revolucionario, cuyo interés ha sido, más que la rebelión en masa de las Farc, situarse en determinados puntos del país para generar, con las comunidades, ‘zonas de liberación’. De ahí su nombre.

En tal sentido, la primera organización que comenzó a hablar en el país, mucho antes de que lo hicieran académicos como periodistas o políticos, de Derecho Internacional Humanitario fue el Eln, inclusive lustros  previos a que Colombia se acogiera a los Protocolos I y II de Ginebra.

Igualmente desde los años setentas y ochentas se concentró en hablar de medio ambiente, cuando muy escasos dirigentes colombianos así lo hacían. Y desde entonces se concentró en los temas mineros y petroleros, hoy en auge. De hecho, el Eln, tanto en sus sectores armados como de base, es el líder del país en minería criminal, incluso un problema de mayor envergadura al del mismo narcotráfico, por la fácil monetización procedente de esta actividad cada día más en ascenso.

A diferencia de las Farc, que da prevalencia a las conversaciones de paz de tú a tú con el Gobierno, el Eln hace énfasis en los diálogos con la sociedad civil y considera a los actores gubernamentales como unos más frente a otros de la ciudadanía en general. Conocida es la vieja consigna del Eln, según la cual, en caso de paz, las armas no se entregan ni se dejan, sino que se archivan, al estilo de lo pregonado por Eta.

Tanto desde el punto de vista nacional como del internacional no hay división de las estructuras subversivas entre Farc y Eln, ni hay clasificación en cuanto a si unas tienen más miembros que el otro. El aleve asesinato de los doce uniformados anteayer, no es solamente una gravísima mácula sobre las elecciones que dio la vuelta al mundo, sino que pone de presente que un desequilibrio en las conversaciones que se adelantan en La Habana no llevará a la paz integral. Y que por el contrario el Eln está en capacidad de ocupar el lugar de las Farc en la larga historia del terrorismo colombiano.