La hora conservadora | El Nuevo Siglo
Sábado, 12 de Diciembre de 2015

No hay, naturalmente, ánimo diferente en el Partido Conservador a que las cosas le salgan bien al Gobierno. Porque en los momentos cruciales que vive Colombia mal se haría en dictar una política de mula muerta atravesada en el camino cuando, por supuesto, el palo no está para cucharas en el aspecto económico, existen múltiples vicisitudes sociales y se intenta cambiar el rutinario escenario de la guerra por uno inédito de paz.

 

De modo que es apenas obvio, como lo viene haciendo en las votaciones del Congreso, que el Partido Conservador ingrese formalmente en la Unidad Nacional. No pudo, ciertamente, realizarse así cuando parte sustancial del partido quiso avalar expresamente la candidatura del presidente Juan Manuel Santos, en 2014. Pero el país sabe que una parte considerable de la dirigencia como de las bases conservadoras se hizo presente y se sintió triunfante, bajo ese propósito ideológico y electoral. Y en tal sentido la participación del partido fue vital para que se diera el mandato por la paz que actualmente se intenta aplicar con los altibajos naturales y las dificultades propias de una negociación de semejantes características.

 

Esto es así, desde luego, porque si algo ha demostrado el conservatismo en su trayectoria es que la paz es consustancial a su doctrina y programas. No sólo, por ejemplo, como forjador del Frente Nacional que dio por terminada la guerra civil no declarada de mediados del siglo XX, sino igualmente en la reiterada pretensión de encontrar salidas diferentes a la confrontación estéril entre los colombianos, hasta épocas recientes. Nunca, por lo demás, abandonando los criterios de autoridad que le son esenciales, como en efecto lo hizo al lograr la defensa de las Fuerzas Militares, recomponerlas estructural y operativamente, en lo que se llamó el Plan Colombia que le permitió a la nación salir del atolladero. Y que bien merece la reunión de homenaje que el Presidente Barack Obama citó para las próximas semanas con quienes, de parte colombiana, fueron sus artífices y  operadores.

 

Por igual, nada es hoy más ajustado al talante conservador que las palabras aun palpitantes del papa Francisco, de acuerdo con las cuales no se puede permitir un fracaso más en la paz, pero el proceso debe avanzar sobre las bases sólidas del derecho nacional, el internacional y el respeto a las instituciones, para que exista una reconciliación estable y duradera. Esa la apreciación completa y no como algunos han pretendido cercenarla para convertirla en una consigna favorable al propagandismo hirsuto, irrespetuosamente glosándola y reduciéndola a la primera parte.   

 

Ha tocado al conservatismo, durante el doble mandato actual, manejar las riendas económicas del Gobierno. No ha sido, por descontado, un camino de rosas. Pero dentro de la turbulencia propia del mundo contemporáneo, donde prepondera el barrigazo económico por la caída de los precios del petróleo y sus efectos colaterales, el país ha venido sorteando el ajuste ineludible dentro de márgenes razonables. De hecho, Colombia mantiene el respaldo irrestricto de las agencias multilaterales, presenta índices favorables en la región y está a años luz de las dramáticas circunstancias que se suceden en Venezuela o Brasil. Tanto así como que avanza con exámenes positivos en el difícil ingreso a la OCDE, sin ceder la plataforma social y la revolución de la infraestructura, tras décadas de abandono. No es, por supuesto, el conservatismo dado a exaltar su gestión, teniendo más bien un temperamento que se compensa con la satisfacción del deber cumplido. Pero sus aportes, en el transcurso de los últimos años, han prevalecido en la política de empleo, el enrutamiento de la agricultura por la senda del crecimiento, la reorganización minero-energética y el progreso dentro de la sostenibilidad y salvaguarda de los recursos naturales.

 

Una cosa, sin embargo, es la situación actual del Partido Conservador como adherente de la Unidad Nacional, papel al que se vio abocado recientemente por el embeleco divisionista ya superado en la bancada parlamentaria, y otra muy diferente tener el espíritu de pertenencia que merecen sus responsabilidades dentro del proyecto político y económico que en la actualidad se adelanta: desarrollo con equidad social y paz con vocación de futuro. Una cosa, pues, es actuar por adhesión, donde se aceptan pasivamente unas cláusulas prestablecidas, y muy otra participar activamente en una alianza a partir de las convicciones, los programas y la dialéctica. El adherente apenas si habla, no contribuye, vive temeroso de sus opiniones y se reduce a consignar su voto. En cambio, el aliado participa, abre luces donde algunos ven oscuridad, está al tanto de las cosas y ventila sus ideas dentro del marco propositivo que supone una coalición vigorosa más allá de lo meramente procedimental.

 

Posiblemente, para algunos, sea más conveniente o más cómodo actuar de adherente, pasar un poco de agache, pero para el Partido Conservador es indispensable retomar la visibilidad de quienes creen en la paz y aceptar los retos de la economía. No es fácil, por supuesto. En ambos casos hay nubarrones. Y graves. Pero para eso, precisamente, un partido tiene su dinámica fundante en la capacidad de opinar, de movilizar, de colaborar, inclusive de no conciliar ciertas posiciones. También, claro está, puede pasarse a la oposición. Pero para ello, en la misma medida, tiene que oponer unas ideas, unos programas, porque de lo contrario es caer en las aguas cenagosas de la oposición porque sí, como el niño que se lleva el balón a mitad del juego.

 

El deplorable espectáculo de la Unidad Nacional, donde algunos partidos y sus dirigentes se dan trompicones por las preminencias en una actitud desesperada y llegan incluso a la insensatez política de desmerecer la eficiencia de los mejores funcionarios gubernamentales, tratando de pescar en rio revuelto, necesita la sindéresis, el temple y la serenidad conservadora. Ya no es el tiempo, si esa es la ruta escogida, de la adhesión caduca. Es el instante de la responsabilidad y el compromiso, en toda la línea, sabiendo de antemano que tocará liderar las impopulares reformas económicas que sean menester y recordando, en todo momento, que el único camino viable para la paz estable y duradera es la sabiamente sujeta al espíritu del derecho y la vigencia de las instituciones.