La Roma de II Cavalieri | El Nuevo Siglo
Jueves, 11 de Abril de 2013

Comentaba  un embajador español que al ser nombrado en Italia, Manuel Fraga Iribarne, le recomendó que al llegar a Roma y antes de posesionarse conversara con el influyente político Giulio Andreotti, con el que mantenía una cordial relación, para sondear la corriente subterránea de la política. Habló con el ducho político y de improviso le solicitó que le diera un consejo sobre cómo moverse en las altas esferas... Andreotti le respondió que si la Cancillería española quería descubrir  los  hilos de la intimidad política del país, no le diría nada. Su olfato diplomático lo debía orientar. En cuanto al desarrollo de la  mutante política italiana no tenía ni la menor idea, en décadas de estar sumergido en esa actividad  había llegado a la conclusión de que lo inesperado hacía su aparición como en las películas de misterio, el pan que se quema muchas veces en la puerta del horno. Era un esfuerzo  vano buscar un desarrollo lógico en las pugnas partidistas y sociales sometidas al vaivén de las coaliciones, los intereses creados, los egoísmos, las pasiones y contradicciones del sistema parlamentario en un país multipartidista y con poderoso ascendiente regional. Que si quería un consejo, lo mejor era que visitara monumentos, museos, que leyera, que fuera a espectáculos musicales y culturales, que hiciera amistad con interesantes y bellas damas que se aburrían de tedio en los círculos de poder... En fin, que viviera y analizara los acontecimientos según se fueran produciendo.

La prensa nativa e internacional ha dado por muerto político a Berlusconi varias veces y varias veces la oposición lo ha enterrado  en medio de los peores improperios. Berlusconi es millonario, dueño de un imperio de las comunicaciones y se le acusa de ser un  político vanidoso,  un codicioso  insaciable, que mientras hace política se esfuerza por multiplicar su fortuna, lo que lo conduce a situaciones peligrosas por aquello del conflicto de intereses. La sociedad querría un político neutro, un burócrata, que simplemente tuviera las habilidades de éste para mantenerse a flote en la turbulenta marea política del país. Sus enemigos lo abominan y dicen que es  más peligroso que Mussolini, que combatió a los socialistas y comunistas, sin poder aniquilarlos. Berlusconi en sucesivos gobiernos y en repetidas elecciones, los dejó tendidos en el asfalto, restándoles el apoyo popular. Lo mismo hizo con la Democracia Cristiana. Los  neofascistas  y nacionalistas irreductibles lo apoyan, así como los separatistas de la Liga Norte y otros movimientos extremistas o regionalistas. En un país que ha dado notables pensadores y animales políticos de casta está lejos de ser un intelectual, es un  formidable hombre de acción cuyos líos sentimentales se convierten en parte de la crónica política. Así como sus movimientos políticos derivan en inoportunos escándalos por su propensión a los festejos con jovencitas y señoras de dudosa ortografía. Manía que le viene a los poderosos de ese país desde los tiempos de emperadores romanos quienes solían celebrar sus victorias políticas y militares en alegres bacanales en las que corría el buen vino y las doncellas danzaban para alegrar el público.

Sus detractores lo han llevado mil veces a los tribunales, en donde se refugia la izquierda formada en la jurisprudencia y agazapada en la alta magistratura a la espera de darle el zarpazo y  encerrarlo en prisión. Su principal crimen es  ganar sucesivamente las elecciones y exiliarlos del poder. Algo imperdonable, les gustaría condenarle  a la hoguera. Los conservadores lo rechazan, su cinismo hiere sus oídos, lo mismo que los de la refinada aristocracia que lo considera un patán con modales de tabernero. Berlusconi  se comunica directamente con el pueblo, con la gente del común. Cercado por la envidia y el recelo que produjeron las noticias sobre sus festejos con diversas jovencitas que alojaba en un palacete de su propiedad, en medio de la crisis económica que agitaba el país; citado por los jueces y con presiones internas de los que querían hacerlo a un lado, de manera intempestiva renuncia al cargo y apoya a Mario Monti, un prestigioso economista ligado a la banca internacional. Monti siguió al calco las fórmulas del Banco Europeo y consiguió efímera resonancia por obedecer a Berlín. La prensa lo adulaba y exalta, como el gran economista que sacaría al país de la crisis. Italia no reacciona y los problemas sociales se acumulan. No importa, sus aduladores lo instan a lanzarse a la política y combatir  a su antiguo benefactor,  quiere pisarle la cabeza al  millonario libidinoso.

Monti fracasa e impide el triunfo holgado de Berlusconi, gana el izquierdista Bersani, por estrecho margen. Quien jura no llegar a ningún acuerdo con el odiado magnate. Mas como trascurren los días  y no puede conformar gobierno, se pliega y se reúne con Silvio Berlusconi para apuntalar la gobernabilidad. Andreotti sabía dónde ponen las garzas los huevos.