La voluntad política | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Mayo de 2013

La  debilidad en política engendra más debilidad, los partidos desactualizados en cuanto  la lucha por el poder y a la dialéctica de la confrontación de las ideas languidecen. Es evidente que el Frente Nacional contribuyó a rebajar las tensiones políticas y moderar casi hasta el extremo agónico el antagonismo ideológico, lo que contribuyó en grado sumo a desmantelar la artillería de los bandos partidistas tradicionales que habían derivado en la violencia homicida. Es de reconocer que en ese sentido el Frente Nacional, pactado por Laureano Gómez y Alberto Lleras, para combatir y derrocar la dictadura, así como para restablecer la civilidad democrática, cumplió con creces su magno objetivo. Lo que no se esperaba desde el punto socio-político es que la mentalidad frentenacionalista, forjada al compartir el poder y tener objetivos similares, así como por la práctica de la alternación al culminar el experimento bipartidista, con la costumbre de repartirse el poder entre los bandos sigue viva, así se manifieste de diversas formas. Fenómeno que ha facilitado la conformación de grupos de poder de distinto calibre que se mueven en coalición, al aprovechar que se van marchitando los dos partidos que históricamente han tenido mayor tiempo en el poder.

También esa modalidad de alianzas y coaliciones se da en las ciudades  y concejos donde los alcaldes, haciendo uso  del manejo burocrático y el control de los fondos públicos, suelen constituir con el personero y algunos concejales alianzas sórdidas con contratistas venales. Lo que deriva en ese partido sin nombre, sin jefe aparente, sin principios que no es otro  que el de la corrupción o el Régimen de la corrupción cuyos tentáculos se extienden como una enredadera por todo el país. Ese descalabro democrático en las ciudades determina que se multipliquen los males al mismo tiempo que las urbes crecen y los millones se acumulan en sus arcas. Por existir ese contubernio los alcaldes no denuncian a los concejales corruptos y los concejales callan para favorecer la iniquidad. Lo mismo pasa con los personeros cuando caen en las garras de los contratistas inescrupulosos. Todo lo cual se ha constituido en una desgracia para el desarrollo urbano a la que se suma la politiquería en la aprobación del POT, asunto en el que están envueltos millones de intereses de los urbanizadores y especuladores. Y para colmo, se encadena esa situación con la de algunos curadores urbanos que favorecen la construcción en lugares en los cuales no está permitida, por lo que se anarquizan y se destruyen zonas históricas o de valor arquitectónico especial.

Las anteriores reflexiones escasamente muestran la decadencia de la práctica política de nuestras ciudades, que suele estar ligada también a los efectos de malas y corruptas administraciones, en las cuales no se ha podido revocar el alcalde, por cuanto la ley que reglamentó la revocatoria, que estuvo a cargo de Humberto de la Calle, en la práctica la hace inoperante, así como por cuenta de la ley no solamente se vota contra el alcalde, sino que, también, los partidarios de este pueden sufragar a su favor y para que se mantenga en el cargo. Lo que empuja a la administración cuestionada a intentar comprar con los fondos públicos a los ciudadanos, generalmente los sectores más débiles de la población para buscar convertirlos en votantes cautivos. La normativa  que presentó el procurador Alejandro Ordóñez para intentar regular las relaciones de la administración con la población  en medio de la agitación y la zozobra que desata la censura y el rechazo que implica convocar al pueblo para conseguir las firmas de la revocatoria, y, posteriormente, ir a una justa electoral debe constituir un freno para que la administración no derive en desesperados intentos populistas o de retaliación por parte del sector oficial contra aquellos que estampan su firma en los listados que buscan la revocatoria. Listados y firmas, los cuales, mientras se verifica su autenticidad y legalidad la Registraduria debiera mantener en el anonimato. En las pequeñas poblaciones de Colombia donde los alcaldes pueden convertirse en verdaderos sátrapas y en determinadas zonas de la periferia están bajo el dominio de los grupos alzados en armas, los intentos de los ciudadanos por revocar a un mal alcalde son infructuosos y suelen terminar con amenazas y atentados, que cobran la vida a los que se atreven siquiera a insinuar la revocatoria.

Así prestigiosos constitucionalistas, distinguidos abogados y políticos,  manifiesten que los alcaldes están en el derecho de defenderse y hacer política cuando se les amenaza con la revocatoria. Semejante estado de cosas debe tener algunos límites para que no degeneremos en situaciones  de persecución y violencia o de escarnio contra aquellas personas que osan intentar revocar el mandato de un alcalde elegido popularmente. ¿Esto qué quiere decir? Que  lo que defiende a los alcaldes son sus obras y no la palabrería ni los discursos. Por tanto, mientras avanza la recolección de firmas el alcalde debe limitarse a trabajar, trabajar y trabajar. Por el contrario, de aprobarse la revocatoria por parte de las autoridades electorales, dado que las gentes también van a votar en algunos casos porque el mandatario se mantenga en su cargo, ese debía ser el momento en el cual dicho funcionario podría defender su obra. Naturalmente, en la mayoría de los países en los que existe la revocatoria simplemente se vota  en contra y no como aquí, en donde de manera exótica se le da al alcalde cuestionado la oportunidad de hacer campaña para que  puedan votar por él.  Lo que nos muestra las falencias de la ley. Todo esto para destacar que en el caso del Partido Conservador, que en las grandes ciudades de Colombia ha perdido protagonismo y cauda electoral, debe asumir responsabilidades frente a los malos manejos en nuestras grandes y pequeñas urbes, lo que reclama  presentar políticas urbanas novedosas y mostrar la garra y la voluntad de poder para el cambio. Un partido moderno sin política urbana en un país, donde la población citadina supera de lejos a la de los campos, está condenado a seguir languideciendo y hasta desaparecer.