Las secuelas de Fukushima | El Nuevo Siglo
Viernes, 25 de Agosto de 2023

*¿Japón envenena el Pacífico?

*Preocupación de China y la región

 

En las últimas horas, las autoridades sanitarias de la República Popular China prohibieron la importación y el consumo de todos los productos de mar provenientes de Japón. Era la respuesta prevista y temida por la propia industria pesquera nipona, a la decisión del gobierno de Tokio de comenzar a verter desde esta semana en el Océano Pacífico millones de toneladas de aguas residuales “ligeramente radioactivas” de la central nuclear de Fukushima Daiichi, tres de cuyos reactores se derritieron tras un tsunami que destruyó sus sistemas de refrigeración, en el año 2011.

El accidente hizo que el agua que se utilizaba para la refrigeración se contaminara con carbono-14, cesio, estroncio y otros radionucleidos y, desde entonces, la carga ha aumentado significativamente con las filtraciones de agua lluvia y desde el suelo, más las del agua usada para enfriar los remanentes de combustible de los reactores.

Bajo la supervisión del gobierno, Tokio Electric Power, la compañía operadora de la planta, tiene la obligación de recoger el agua contaminada y someterla a tratamiento y almacenamiento ‒unas 100 toneladas diarias, cantidad enorme, pero la quinta parte de la inicial‒. El agua tratada se almacena en 1.000 tanques que hoy alcanzan 98% de su capacidad de 1,37 millones de toneladas.

El gobierno de Japón afirma que las aguas son sometidas a un Sistema Avanzado de Procesamiento de Líquidos, que logra reducir significativamente la contaminación radiactiva. No menos de 70% del agua almacenada mantiene elementos nocivos, en porcentajes superiores a los mínimos permitidos por las normas, por lo cual deben ser tratadas de nuevo.

Con los tanques cerca del nivel de saturación, liberar el agua almacenada es un requisito fundamental para limpiar y desmantelar la planta, un proceso que tomará varias décadas. Ese es el mecanismo que pusieron en marcha el jueves de esta semana cuando iniciaron el vaciado de los diez tanques que contienen el agua menos radioactiva, a través de una tubería que la conduce hacia una zona vecina, a un kilómetro de la costa, donde se diluye con cientos de veces su volumen en agua de mar. Esta primera etapa se prolongará hasta marzo de 2024 y esperan liberar en la misma 31.200 toneladas de agua.

La medida causó sorpresa y alarma en varios países y reacciones enérgicas e inmediatas de parte de China y Corea del Sur. Está en juego nada menos que la contaminación del Océano Pacífico con consecuencias imprevisibles para la salud humana y el medio ambiente marino en el planeta. El Ministerio de Relaciones Exteriores de China dijo al respecto que “la liberación de aguas residuales transmitirá los riesgos al mundo entero y extenderá el dolor a generaciones futuras de la humanidad”.

El gobierno del Japón responde que ha tomado las medidas necesarias para garantizar que el proceso sea seguro y ajustado a las normas, lo cual ha sido certificado por la Agencia Internacional de Energía Atómica que sostiene que, si el vertimiento se realiza de acuerdo con el protocolo definido, tendrá poco impacto para el ambiente y la salud humana.

Las preocupaciones al respecto, desde la comunidad científica, tienen que ver con los efectos a mediano y largo plazos que pueda ocasionar el tritio, elemento que no se elimina con el tratamiento, unido al de docenas de otros radionucleidos de dosis bajas, también presentes en las aguas. No mejora el panorama la enorme cantidad de agua por liberar, proceso que también tomará varias décadas y que representa una contaminación permanente de uno de los principales mares de la Tierra y que, en definitiva, es solo la cuota inicial del mucho más complejo y riesgoso proceso de eliminar los desechos radiactivos de la central nuclear de Fukushima.

Por el momento las principales fuentes de angustia y de protesta están en la industria pesquera de Fukushima y de Japón que perdieron sus mercados clave ‒China y Hong Kong‒, y en los gobiernos de China y Corea del Sur que temen por la seguridad de sus litorales en el Pacífico. Potencialmente, es una obvia preocupación sobre desarrollos, por ahora difíciles de precisar, para el resto de la humanidad.