Migración ilegal, desafío global | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Septiembre de 2015

*Atacar la causa más que morigerar consecuencias

*Tres ópticas en emergencia europea

Hay  tres formas de abordar la emergencia que se está presentando en la Unión Europea por la ola de migrantes ilegales que está flanqueando las fronteras de ese bloque multinacional. La primera es enfocarse en el aspecto humanitario, en el marco del cual el plan de acción debe dirigirse a socorrer con alimentación y albergue temporal a los miles de niños, mujeres y hombres que se arriesgan por mar y tierra en las costas del Mediterráneo o el paso de los Balcanes en busca de un futuro mejor o, al menos, de no morir víctimas de las guerras o de la hambruna que hoy campean ya sea en Siria, Irak, o en los países del norte de África, entre otros territorios. En esta primera óptica, es claro que el cortoplacismo es el que prima, bajo la tesis de que lo importante es evitar más tragedias en alta mar o muertes en las arriesgadas rutas terrestres, siempre bajo la premisa de que los migrantes ilegales tienen estatus de refugiados y más temprano que tarde tendrán que ser repatriados o, si es del caso, deportarlos masivamente.

Una segunda manera de abordar el problema de la migración ilegal que tiene a la Unión Europea en situación de emergencia, es que todos los gobiernos acepten de entrada que esas más de cien mil personas que han arribado o tratan de hacerlo a los países fronterizos en el último mes, no pueden ni deben ser devueltos a sus atribuladas naciones de origen y, por lo tanto, debe buscarse una solución permanente para que puedan ser acogidos, e inmersos en el desarrollo político, social, económico e institucional de cada uno de los países miembros del bloque comunitario. Esto implicaría, entonces, que la ola de migrantes ilegales no tiene reversa y que las políticas deben enfocarse en la amortiguación del fenómeno poblacional exógeno a una Unión Europea que, quiera o no, no tiene opción distinta a mantener abiertas sus puertas a las mareas de desesperados que llegan buscando ayuda, un futuro mejor o, simplemente, un acto de humanidad de parte del llamado mundo desarrollado.

La tercera forma de enfrentar el desafío global que significa la irrupción de miles de personas por una línea fronteriza tan extensa como porosa en la mayoría de sus flancos europeos, lleva obligatoriamente a entender que la solución no está única y excluyentemente en atacar las consecuencias de los flujos migratorios ilegales, sino en neutralizar sus causas in situ. Es obvio que por más que la Unión Europea flexibilice sus políticas para acoger a los extranjeros que buscan allí refugio o una vida con oportunidades más allá de la mera supervivencia diaria, esa misma apertura funcionará como incentivo para que en el corto plazo otros miles de desesperados también emprendan rumbo a esa nueva ‘tierra prometida’.

Como se ve el debate sobre la emergencia en Europa va más allá del mero e inmediato enfoque humanitario, y supera también, el rifirrafe entre países del bloque transnacional en torno de la repartición de los ciento cuarenta mil migrantes ilegales de esta última ola poblacional de extranjeros. La solución tiene que ser obligatoriamente global porque lo que se está demostrando es que la premisa de las grandes potencias occidentales, respecto de que lo importante era mantener allende sus fronteras los efectos de la guerra y las tragedias económicas y sociales de las naciones más emproblemadas, ya quedó rebosada por fenómenos incontenibles como este de la migración ilegal o como, incluso, los coletazos del terrorismo que se han dado en sus propios territorios pero que tiene génesis en otras latitudes.

Sobre lo que está pasando hoy en Europa la principal pregunta no debe ser si el operativo humanitario funciona, o si es equitativa la repartición de los contingentes de refugiados acorde con el tamaño, el PIB, la densidad poblacional de los países miembros del bloque. Es el mundo en su totalidad el que debe abrir el debate y entender que mientras no se actúe de manera eficiente para neutralizar los conflictos bélicos en cualquier país, o mejorar los índices de calidad de vida de naciones empobrecidas al extremo, más temprano que tarde las consecuencias de esas crisis y tragedias golpearán a la puerta de los países más desarrollados, y aun si no se las abren, encontrarán la manera de irrumpir por cualquier rendija territorial. Ya no hay pues fronteras inexpugnables ni naciones que puedan enconcharse frente a lo que está pasando en el resto del planeta.