Paz y afanes proselitistas | El Nuevo Siglo
Martes, 15 de Diciembre de 2015

Urgencia por lanzar a De la Calle

Riesgosa politización del proceso 

 

La precipitud en materia de aspiraciones presidenciales, por parte de quienes están en el Gobierno, muestra a todas luces el nerviosismo que les causa el nombre de Germán Vargas Lleras. Por lo menos así puede deducirse de una información dominical en el periódico de mayor circulación titulada “Presidenciales de la Unidad Nacional se asoman al ruedo”. 

 

Entre los candidatos está, como es común escucharlo en los corrillos de la coalición gubernamental, el jefe negociador de paz, Humberto De la Calle Lombana, carta del Partido Liberal. Al menos eso es lo que se viene ventilando, incluso por los jefes de esa colectividad, de modo que se vaya moviendo su nombre a fin de mostrarlo como una carta viable.

 

Él, por supuesto, lo niega. Pero está claro que existe la pretensión de convertirlo en figura del continuismo, bajo el expediente de que el proceso de paz necesitará desarrollos futuros por cuanto es insuficiente, o por lo menos incompleto, lo que pueda firmar en el acuerdo de paz el presidente Juan Manuel Santos.

 

En tal sentido sería la mancorna con las Farc para poder darles garantías de que no se modificará en una coma lo que con ellas se acuerde. Y con esto podrá pavimentarse la ruta hacia lo que se cacarea como el denominado posconflicto.

 

En ello, desde luego, será vital el llamado gavirismo que hoy cuenta con el manejo político de las riendas pacificadoras.  Es así, ciertamente, porque no solo está el jefe negociador, que sobresale a distancia en el equipo correspondiente, sino igualmente el ministro-consejero del Posconflicto,  Rafael Pardo, y el mismo jefe de Planeación, Simón Gaviria, quien ha articulado el documento de cómo sería la paz en materia económica si se llegan a firmar los acuerdos de La Habana. En la misma dirección se suma Fabio Villegas, exministro gavirista y expresidente de Avianca, como eventual organizador del Sí, en el miniplebiscito recién aprobado en el Congreso, así como los asesores jurídicos  del Gobierno en materias muy difíciles, como Manuel José Cepeda y Carlos Gustavo Arrieta.

 

No es cosa nueva saberlo, puesto que ya la única revista colombiana de información general había hecho un informe con una extraordinaria caricatura del asunto. No en vano, claro está, De la Calle aparece como el personaje del año en algunas de las primeras planas.

 

De la Calle tiene viejas aspiraciones presidenciales, inclusive desde que hace años aceptó ser fórmula de Ernesto Samper, luego de la consulta popular liberal de entonces. Varias veces ministro, embajador y comentarista periodístico de quilates, aparte de otros cargos y funciones, tiene los merecimientos para volver a engranar una candidatura presidencial.

 

El problema está, entre tanto, en que volver el proceso de paz una plataforma proselitista puede ser indudablemente arriesgado. Verán en ello los colombianos una maniobra que no se compadece necesariamente con los altos intereses nacionales, desprevenidos de cualquier figuración. No obstante podrá deducirse que el proceso lo necesita, puesto que alguien tiene que encarnar la continuidad, sin chistar en una coma.

 

Es claro que lo peor que le puede pasar al proceso de paz es que a la crítica de muchos sectores en torno a que se trata de un modelo de negociación muy cerrado y excluyente, en el que las voces y opiniones extragubernamentales no son tenidas en cuenta, se le sume ahora que se volvió una plataforma electoral abierta e intencional. Semejante escenario terminará siendo un elemento complicado que más temprano que tarde se atravesará en forma sustancial en las campañas para la refrendación popular de lo que finalmente se pacte con la subversión, ya que no se sabrá si la puja entre los partidarios y contradictores se debe a una contraposición objetiva sobre las ventajas y desventajas de lo acordado en La Habana, o será un capítulo más de emulación entre los que aspiran a la sucesión en la Casa de Nariño. La paz, como se ha reiterado en estas páginas, es un asunto de alta política y no de política al menudeo. Si se opta por esta última vía, la polarización nacional se ahondará aún más y lo que debería ser un esfuerzo que lleve a sumar voluntades a favor de una salida pacífica a la confrontación militar de décadas, terminará siendo un motivo más para el divisionismo colombiano. Craso error.