Pasó casi inadvertido en el país el último informe de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), expedido esta semana, sobre el futuro del crudo mundial al corto, mediano y largo plazos. La primera conclusión del documento anual consiste en que el recambio de combustibles fósiles por energías alternativas está más lejos de lo que inicialmente podía presupuestarse. Y al contrario determinó que la demanda del oro negro seguirá incrementándose de aquí a 2050 y que, como están las cosas, es previsible que continúe por esa senda.
En ese sentido, la OPEP avizoró en sus pronósticos, por lo general atinados, que el mundo aumentará el consumo, desde 2030 a ese año, de 102 a 120 millones de barriles de petróleo diarios. Es decir, un incremento cercano al veinte por ciento. Esto quiere decir que, en vez de disminuir, la demanda planetaria se mantendrá en ascenso en los próximos lustros. Todavía más, la Organización se atreve a consignar literalmente que “la salida gradual del petróleo y el gas no está en consonancia con la realidad”. Incluso llega a calificar esa idea de “fantasía".
Por supuesto, es de tener en cuenta que la OPEP no suele estar a favor de todo aquello que suponga revertir la cadena energética a partir de elementos diferentes de los combustibles fósiles. Pero sí es de llamar la atención la gran diferencia existente entre sus vaticinios y los planteados por la Agencia Internacional de Energía (AIE), que preveía el descenso del pico de la demanda de carbón, petróleo y gas al final de la década actual. Nada de eso ciertamente parece estar ocurriendo, producto de lo que se pensaba por la electrificación consolidada del transporte y el ascenso de las matrices energéticas limpias.
En efecto, en la última conferencia sobre el clima (COP28) se suponía que para 2030 debería ser preponderante la matriz mundial de las energías renovables. De hecho, la meta de la neutralidad del carbono para 2050 continúa siendo el objetivo, aunque luzca cada día más lejana. Desde que estalló la guerra entre Rusia y Ucrania, la descarbonización ha tomado, por el contrario, un camino incierto y antagónico. Países que supuestamente estaban en vías de abandonar el carbón y clausurar definitivamente esa variante energética, han regresado al combustible térmico e incrementado su consumo, entre ellos varios de la Unión Europea. Y tampoco es claro que China ni India vayan abandonar por entre un tubo este tipo de energía, más asequible para los lugares más apartados en países de territorio y poblaciones tan dilatados.
No quiere decir, sin embargo, que la demanda de energía eólica y solar no se vaya a quintuplicar en los siguientes 25 años. Inclusive, la propia OPEP así lo reconoce. No obstante, al mismo tiempo la demanda de gas seguirá en ascenso en las décadas por venir y también es claro, como en el caso de Colombia, que uno de los puntos cruciales estratégicos de aquí en adelante será la necesidad de subir la oferta gasífera en la medida en que el crecimiento del país así lo exija, tanto a nivel doméstico como industrial.
No basta con pensar, entonces, que esto podrá sortearse solo a partir de importaciones, como las que con cierto optimismo se suponen desde Venezuela, sino que es menester entender del mismo modo que las diferentes facetas energéticas son asunto de soberanía nacional. Ya hemos dicho en editoriales anteriores que, sin una política sistemática, coordinada y coherente, exenta de ideologismos, afincada en la práctica y que articule debidamente los diferentes componentes, es imposible abocar con sensatez un tema de semejante envergadura y que compromete el futuro de la nación.
Suficiente, a los efectos, constatar lo que está ocurriendo con Ecopetrol que, también en esta semana, vio declinar de forma preocupante el precio de su acción. Cuando más debería fortalecerse esta empresa clave entre los activos nacionales, más parecería demeritarse su operatividad. En su momento, el gobierno de Laureano Gómez fundó esta compañía justamente en dirección a garantizar el manejo adecuado de los hidrocarburos en el país.
Desde luego, un aumento de la población mundial hasta los 9.700 millones habitantes en 2050 supone una demanda de energía de las mismas características. No quiere decir ello que la transición energética no deba acompasarse de la misma manera y estimular los ingredientes y procedimientos nuevos en torno a la electrificación y otras alternativas.
El punto, en todo caso, es que hoy y hacia el futuro la plataforma de energía mundial se compone y seguirá componiendo de diferentes factores que, antes de excluirse los unos con los otros, como muchos piensan, seguirán desdoblándose en virtud de la creciente demanda orbital en todas sus facetas. Por una parte, aún con todas las dificultades que se están presentando, la transición energética gradual y sensata es un norte indeclinable; pero, por otro, tampoco se puede hacer caso omiso de la realidad, como obliga a sentar los pies en la tierra el último informe de la OPEP.