Sentido de la Navidad | El Nuevo Siglo
Jueves, 23 de Diciembre de 2021

* El amor a Dios y al prójimo

* Reflexiones sobre la pandemia

 

 

Hoy llegamos a la segunda Navidad en medio de la pandemia. Hace un año los colombianos vivíamos un escenario diferente. Las vacunas apenas habían sido descubiertas. En tanto, en el país predominaba el escepticismo y la ansiedad. Exhaustos con el drástico cambio de costumbres hasta ahora se comenzaba a entender la dimensión de lo que estaba aconteciendo.

En principio, se habían dado señales de que la epidemia sería un fenómeno esporádico, pero poco a poco se fue demostrando lo contrario, mientras se seguían enlutando las familias. Desde que se propagó el virus, surgieron las cuarentenas, el aislamiento, las dificultades y la prolongación de la virtualidad como único antídoto. Todo aquello que se daba por sentado en la trayectoria de las relaciones humanas quedó en el limbo. De hecho, se comenzó a hablar de la “nueva normalidad”.

Hoy, aunque todavía en medio de la cautela, la responsabilidad con la bioseguridad y el temor por las nuevas variantes del coronavirus, la Navidad es un aliciente para renovar los preceptos cristianos. Ante todo, como lo ha dicho el papa Francisco, recordar la humildad con que Cristo vino al mundo. Acercarse pues al pesebre sin la dosis apabullante de materialismo contemporáneo. Además, muy por encima del tradicional intercambio de presentes de las épocas romanas en que nació Jesús. Y que son un símbolo grato, pero prudencial de los reyes magos.

Bajo esa perspectiva, más bien habría que concentrarse, con alegría, en lo que significa la oportunidad de renovarse espiritualmente y hacer votos porque el mundo pueda salir avante de la pandemia. De una parte, rezar por todos los que se han ido. Pero de otra agradecer que la ciencia haya permitido, en un lapso tan corto, salvar vidas con las vacunas, a diferencia de la peste en etapas históricas previas. Porque en nada son discrepantes los avances científicos con las creencias espirituales. Al contrario, ambas facetas hacen parte de la fe en el ser humano, sin eliminar su carácter trascendente, así unos se empeñen en disolver los vínculos. Como también lo hacen, de otro lado, estableciendo una aguda competencia entre cultura y ciencia. Lo cual, desde luego y por igual, es una anomalía en la visión integral de la humanidad.

En ese objetivo, la novena habrá de servir, en el día de hoy, para enfatizar el carácter solidario del cristianismo. No en vano es la única religión universal que se fundamenta en el amor, con base en la natividad redentora de Jesucristo, alumbrada por la estrella. Y eso es lo que también se representa en el belén.

Tanto que, en vez de códigos extensos o leyes complejas, el cristianismo se desenvuelve en diez mandamientos. No se trata de este modo de una filosofía, como puede reputarse de otras creencias, en particular las del lejano oriente. De hecho, encuentra solución en el amor a Dios y al prójimo. Por ende, no es una teoría: es una vivencia. Asimismo, compartida por más de 20 siglos entre las generaciones que se fueron, las que están presentes y las que están por venir, dada la fuerza indeclinable de su mensaje. Ese es, si se quiere, el corazón que palpita en el Decálogo. Y que se traduce tanto en lo espiritual como en lo terrenal, pues en lo absoluto el cristianismo es despreciativo, sino comprensivo del mundo.  

Justamente, podrá tomarse cualquier pasaje bíblico de la vida de Jesucristo, quien por demás habla textualmente muy pocas veces en libro tan extenso, y siempre la enseñanza es la inmanencia de Dios en todo cuanto nos rodea y la constante de la solidaridad en todos sus actos. Siendo así, la lógica vivificante del cristianismo se perfecciona en virtud de los elementos benevolentes que le permiten desarrollarse a partir de las enseñanzas de Cristo: la misericordia, la caridad, la bienaventuranza, entre muchas otras atribuciones del ser que, sin embargo, suelen erosionarse con el egoísmo, la avaricia, la envidia. Es decir, todas aquellas manifestaciones descritas en los círculos de la Divina Comedia.

Precisamente, cuando se está ante la sencillez del pesebre, la sensación automática que se produce es la de una apertura hacia el profundo sentido de lo humano en presencia divina. Hasta el momento, la lección prevalente de la pandemia es que, justo cuando el ser creyó haberse convertido en Dios, bajo la tesis peregrina de que bastaba demostrarlo con los vertiginosos avances tecnológicos, estaba hondamente equivocado. En efecto, todavía algunos buscan afanosamente otras respuestas, pero ese sigue siendo el punto.

Así queda claro que ni los “superhombres” de Dostoievski o Nietzsche existen, ni en el “Mundo Feliz” de Aldous Huxley es la salida. En esta ocasión, pues, la celebración del nacimiento de Jesús tiene una connotación superlativa, como afianzamiento de la espiritualidad ecuménica y la redención personal.

A nuestros lectores y colaboradores una Feliz Navidad. Y a todos los colombianos solidaridad y bienaventuranza.