Una guerrilla paria | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Enero de 2012

* La libertad como ‘botín’ de guerra
* Desprestigio imposible de reversar

El proceso de liberación de un nuevo grupo de militares y policías secuestrados por las Farc prendió las mismas y desgastantes polémicas que surgen cada vez que esa organización armada ilegal acude a la entrega a cuentagotas de los cautivos. Es claro que no hay fórmula alguna que le permita a la guerrilla exculparse de uno de los delitos más graves en el conflicto armado colombiano.
Las Farc son consideradas parias a escala nacional e internacional y es tal la barbaridad y sevicia de su accionar que sus reiteradas proclamas políticas y de reivindicación social no tienen el menor eco en Colombia y el extranjero. En ese orden de ideas, es obvio que por más que insistan en acudir de nuevo el ropaje humanitario para disfrazar el proceso de liberación de los uniformados plagiados, no habrá rédito político o de imagen que puedan derivar. La facción subversiva arrastra tal nivel de desprestigio que, incluso, si mañana decidiera devolver a todos los secuestrados, tanto aquellos a los que les quitaron la libertad por móviles políticos como a los que mantienen en cautiverio por asuntos extorsivos, el mundo no aplaudiría ni llenaría de elogios a los captores, sino que les reclamaría al unísono por la infamia a que sometió a las víctimas y por hacer de la libertad un ‘botín de guerra’, violando todas las normatividades de derechos humanos y el Derecho Internacional Humanitario.
Así las cosas, el temor y la prevención que expresan algunos sectores nacionales en torno de que las Farc acuden de nuevo al viejo expediente de las liberaciones para recuperar algo de terreno político y legitimidad de su causa, resulta infundado. A la guerrilla colombiana el único hecho que podría reversarle en algo el estatus de paria mundial sería un desarme voluntario y el sometimiento a un proceso de desmovilización en el que, bajo los protocolos de la justicia transicional, estén garantizados los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición.
El Gobierno, haciendo eco del sentir nacional, ha advertido que no permitirá que la devolución de seis militares y policías se convierta en un nuevo show mediático. Le asiste la razón pues hiere la dignidad nacional que las Farc utilicen la expectativa que siempre producen estos eventos  para hacer arengas políticas y tratar de reforzar su intención de que se les abra una ventana para un eventual diálogo preliminar de paz. Sin embargo, como se dijo, por más que los líderes subversivos hablaran por horas a través de los medios de comunicación y lanzaran proclamas por doquier, nadie les creería en lo mínimo. Esa es la más contundente y grave derrota que ha sufrido esta organización ilegal en toda su historia. Una derrota que, según parece, los únicos que, encerrados en un anacronismo suicida, no quieren admitir son los propios cabecillas insurgentes.
Es urgente que la opinión pública nacional e internacional les dejen en claro ese mensaje a las Farc. La negativa a permitir que este proceso de liberaciones se convierta en un show mediático se basa en que darle vía libre sería ofensivo para la dignidad nacional e irrespetuoso con el dolor y el drama que han sufrido cautivos, sus familias y los colombianos en general. Mal se podría dar la impresión, sobre todo a la comunidad internacional, que el temor a darle pantalla a la guerrilla se sustenta en el miedo a que sus discursos puedan llegar a impactar o convencer a algún sector de la población. Nada más contante en el accidentado devenir de nuestro país en las últimas dos décadas que el desprestigio subversivo y su nulo apoyo en los nichos populares por los que dicen luchar y que, paradójicamente, son los más afectados por las prácticas terroristas y de lesa humanidad que distinguen el accionar guerrillero.
Los colombianos no son ingenuos ni crédulos. Saben, y han sufrido, lo que son las Farc y por más que discursivamente éstas quieran disfrazarse y esconder sus verdaderos móviles y ejecutorias bárbaras, no hay nada que puedan hacer para convencer a la comunidad nacional e internacional. Así de simple.