Exitosa versión de Otello | El Nuevo Siglo
Jueves, 7 de Mayo de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

RARAS, rarísimas, las oportunidades que tiene Bogotá de ver los grandes dramas de Shakespeare. Que son obras maestras del teatro de todos los tiempos: el Rey Lear del Teatro Libre a finales de los años 70, dirigido por Ricardo Camacho y Germán Moure, el Romeo y Julieta de Jorge Alí Triana para la reinauguración del TPB de la década del 80 y no muchas más.

Lo cual significa que las ocasiones que se brindan a los directores y a los actores -salvo desde luego puestas en escena académicas- son proporcionalmente más escasas aún. Lo cual no habla muy bien de la vida cultural de una ciudad de las proporciones y pretensiones culturales de Bogotá.

La puesta en escena de los clásicos, y también la educación del público, debería correr por cuenta del Estado. Por ello, creo yo, el dedo acusador no debería caer sobre las compañías privadas, que luchan contra el espectro de las finanzas.

Por eso la iniciativa del Distrito de la beca de creación distrital es una iniciativa que hay que aplaudir. La obtuvo la Compañía estable Colombia, que dirige Pedro Salazar -muy probablemente el más talentoso director teatral de su generación- con Otello, el moro de Venecia de William Shakespeare, en la traducción y adaptación del irlandés Joe Broderick, que subió al escenario del Teatro Mayor la noche del pasado sábado y el final de la tarde del Domingo; con algo que no hay que pasar por alto: la boletería fue de acceso libre. Eso, creo yo, sí es hacer cultura. Se traslada en los próximos días al Teatro Municipal del centro, también magnífica idea ponerla al alcance de otro sector de la población.

Un clásico en versión libre

La propuesta de Broderick, y también de Salazar, está a la orden del día con la tendencia más en boga en el mundo entero en el sentido de sacar la obra de su contexto original. Lo que tampoco es ninguna novedad. De hecho fue convertida en ópera, primero por Rossini en 1816 y luego por Verdi en 1887 que utilizó un magistral libreto de Arrigo Boito y José Limón en 1949, con música de Purcell, bajo el título La pavana del moro, hizo una obra maestra de la danza moderna. Y mejor no seguir con esto de las libertades, pues el origen del de Shakespeare hay que buscarlo en Cinthio del siglo XV…

Porque este Otello se sale del contexto original (Venecia y un puerto en la Isla de Chipre), se traslada a una realidad que es la contemporánea en Colombia, lo que para los ortodoxos, que los hay y son necesarios, debe ser un sacrilegio teatral, como debe serlo también que el lenguaje se trasforme y se haga asequible a ese público que tuvo acceso libre al Teatro Mayor y que lo tendrá en las representaciones del Municipal.

Buena idea haber abierto un debate (aún es tiempo) para poner sobre el tapete el asunto. Un debate de altura, desde luego, ver la dialéctica de los opuestos, porque en el caso de este Otello, para sólo citar un ejemplo, la versión de Salazar opta por denominar “negro” al “moro”, y hoy en día las grandes autoridades en materia shakesperiana, no logran ponerse de acuerdo sobre la raza del protagonista…

La producción

Otello es una obra enorme que paradójicamente no es multitudinaria (como sí lo es el de Verdi), generalmente hay a lo sumo dos o tres actores en escena, la solución escenográfica de Juan Aldana de crear un espacio dentro de la totalidad del escenario no puede ser más atinada, de irreprochable buen gusto y con la utilización, en buena hora muy sobria, de proyecciones que sacan el mejor partido de las transparencias del diseño; el escenario se comparte con quienes interpretan la música original de Samuel Torres, música incidental en el mejor sentido de la palabra, que subraya la intensidad de las escenas, pero que ni por un momento las distrae o las apabulla.

Lo propio con el vestuario de Sabina Aldana, etéreo para Desdémona, más audaz para Emilia, desfachatado para Bianca, desconcertante, en el mejor sentido de la palabra para Otello y perverso con Yago.

En cuanto al elenco, pues que Ramsés Ramos da la medida exacta que demanda este “Otello” con su actuación, digamos, naturalista; que Brigitte Hernández tiene la fragilidad de una Desdémona de hoy, obviamente no la de una Desdémona del romanticismo; y que Felipe Botero tiene la talla para resolver la complejidad perversa de Yago, pues Salazar dirige todas sus intervenciones como si de asuntos sin trascendencia se tratara, el público incluso se ríe de las atrocidades que máquina, porque la suya es ponzoña verdadera, el público, que se toma sus parlamentos a la ligera, se convierte en su mejor cómplice.

Bien el resto del elenco, el Casio de Nicolás Cancino, el Rodrigo de Andrés Rojas, la Emilia de Ella Becerra, la Bianca de María Soledad (que además secunda la audacia de Salazar de entregarle la parte del Duque, un giño a los y las feministas).

A la final, para disfrutarlo, hay que aceptar las reglas del juego que plantean Salazar y Broderick, que parecen decirle al auditorio: esto es tan grande que hasta se puede engrandecer en medio de nuestras miserias.

El público, al menos el de la función del domingo, lo aceptó de la mejor gana y el aplauso fue atronador.