Es desafortunado tener que llamar la atención sobre estos temas, pero se hace necesario. Tal y como se ha puntualizado recurrentemente, ante las calamidades, son las sociedades más disfuncionales las que profundizan su ya tradicional condición de crisis. Son las que llevan la peor parte, las que ven exacerbados y ampliados los ámbitos de sus habitantes viviendo en condiciones de vulnerabilidad, de extremas carencias y de indigencia.
Con este devastador cisne negro que es la pandemia del covid-19, son las naciones con instituciones débiles, las que ya tenían un largo rezago de condiciones económicas y sociales lamentables, donde se agudizan los sufrimientos. Lógico. Son las inequidades, la corrupción, la impunidad, la pobreza, la indiferencia, golpeando duramente. Es allí, en donde los planes de contingencia se hacen indispensables, pero ello contrasta con la realidad: la carencia precisamente de esos mismos programas de acción efectiva que se demandan.
En general, esto es particularmente evidente en los países de lo que se denominaba el Tercer Mundo. Hoy en día, sin embargo, los nombres se “suavizan”. Se les identifica como países emergentes, en vías de industrialización, y otras tantas designaciones. El punto por recalcar aquí es que los eufemismos del “hablar correcto” no impiden lamentablemente, la dinámica realidad que efectivamente mueve los fenómenos.
Los hechos -las evidencias empíricas, comprobables- son esenciales. Si razonamos con base en ellos, utilizando el abordaje de la ciencia, es elemental en esto, que no se valen “realidades alternativas”. Se trata de hacer proliferar entenderes sólidos en esta época de espesos bullicios y nebulosas. Y ese es uno de los rasgos que debemos comprender inicialmente. En este caso particular, se aborda lo que está ocurriendo respecto a la profundización del hambre en Latinoamérica. Desde luego, en unos países más que en otros.
De conformidad con lo que expone y documenta Santiago Torrado desde Europa y corroboran cifras del Banco Mundial y la FAO, el golpe a la alimentación corre parejo con la informalidad, con los ya altos niveles de pobreza extrema y no extrema. Se estima que incluso antes de la pandemia, cerca de una tercera parte de la población latinoamericana no tenía acceso a una dieta que permitiera su adecuado desarrollo orgánico-fisiológico.
De manera más actualizada, tomando en cuenta los efectos al menos de los ocho primeros meses de la pandemia, se está demostrando que los efectos sobre la nutrición han sido mucho más negativos. Ese es el resultado del doble choque simultáneo que han tenido que soportar las diferentes sociedades, tanto por el lado de la demanda como de la oferta.
Es el efecto también del desempleo y de cómo la carencia de movilidad ha golpeado las ya de por sí, escasas oportunidades que presentaban los circuitos informales. Todo esto afectando más drásticamente a las naciones que pertenecen al grupo o “clúster” de los menos funcionales: Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala, y hasta cierto punto a Bolivia, El Salvador, Guyana y Paraguay.
Es cierto que las naciones latinoamericanas más funcionales también se han visto afectadas. Pero es innegable que su más consistente andamiaje institucional ha permitido en cierto grado, amortiguar relativamente el golpe. Estos últimos serían los casos de Uruguay, Costa Rica, Chile además de Trinidad y Tobago.
La mencionada dicotomía entre salud y economía -que carece de asidero lógico estructural- se vive en muchas de las áreas donde la pobreza y la falta de oportunidades son monedas de uso corriente. “Prefiero morir de covid-19 que de hambre junto a toda mi familia” ha sido una frase reiterativa en muchos de los testimonios de quienes han sido las mayores víctimas de este Gran Confinamiento que aún no concluye.
Una verdad decisiva, de plenilunio, se impone en estas situaciones. Tal y como lo da a conocer uno de los más recientes estudios sobre hambre en la región producto del impacto del covid-19: “Sin redes de protección sólidas en forma de subsidios, la enfermedad supone una condena al hambre, para quienes viven del día a día de la economía informal. Han perdido su fuente de ingresos debido a las restricciones de movimiento, a la vez que, dada la pandemia, también encuentran alimentos cada vez más caros en los mercados”.
Las cifras alrededor de las cuales hay consenso, señalan que para 2019, considerado este año como referente pre-pandemia, 3.4 millones de personas padecían hambre, algún grado de carencia en relación con la dieta mínima deseable. Para fines de 2020, esa cantidad ascendía a 10 millones en toda la región latinoamericana. El valor se ha triplicado.
Otro dato importante de reciente estudios da cuenta que, en un área de especial interés, dada su vulnerabilidad previa al ataque del covid-19: el denominado corredor seco de Mesoamérica (de Nicaragua al sur de México) la tragedia se ha multiplicado. A la pandemia, se agregan las afecciones de El Niño (grandes sequías) de La Niña (grandes lluvias) y para 2020, el paso en Centroamérica de los huracanes Eta y Iota. Esto ha repercutido gravemente en amplias extensiones de siembra, ganadería y de centros urbanos.
Las acciones ahora, más que nunca, requieren de voluntad política sostenida en los diferentes países. Se demanda que los liderazgos estén a la altura de los requerimientos nacionales. Es indiscutible el retroceso social y económico al que ahora están expuestos los pueblos. Es tiempo de oportunos montos de Ayuda Humanitaria de Emergencia.
Se requiere de innovaciones efectivas en pro de políticas fiscales y monetarias expansivas. Se trata de salvar los muebles en medio de la inundación. Se requiere de mayor integración comercial, de sentar las bases para instalar oportunos y sostenibles circuitos de lo que una vez contribuyó a salvar a Europa luego de la devastación heredada de la Segunda Guerra Mundial: mecanismos incluyentes, y de economía social de mercado.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario
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