El estado sionista celebra setenta años de su fundación en medio de un aumento de la conflictividad con Irán y nuevos choques con los palestinos durante la “Marcha del Retorno”, que ya deja 50 muertos. Tanto en materia militar como diplomática, su estrategia parece ir guiada por el nuevo enfoque de Trump en Medio Oriente, el cual busca frenar el expansionismo de Teherán y buscar un eventual diálogo con los palestinos
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ISRAEL se mantiene de pie en Medio Oriente, setenta años después de su fundación. Seis guerras, negociaciones fracasadas y una amenaza constante de sus vecinos, no han sido suficientes para que el Estado sionista renuncie a sus aspiraciones territoriales.
Esta semana, en el aniversario 70 del día en que David Ben Gurión proclamó el nacimiento del Estado de Israel, Medio Oriente, gobernado por otros líderes - pero sumido en antiguos problemas fronterizos- repite los mismos problemas que en ese entonces.
La árida geografía de la región, llena de un suelo y subsuelo ahogado en petróleo, está dividida en dos grupos marcados por sus diferentes corrientes religiosas. Irán, representante de los interés chiíes y gobernado por un gobernador totalmente teocrático (hay otros que, en la práctica, son medianamente teocráticos), domina la parte norte del golfo, apoyado por Siria y Líbano.
En zonas inhóspitas, pero ricas (muy ricas) en energías fósiles, Arabia Saudita lidera el otro, que es apoyado por la mayoría de emiratos. Algunos, desde una perspectiva religiosa, resumen el conflicto en una guerra entre sunís y chiís, aunque ésta parece una mirada reduccionista, si se tiene en cuenta otras variables explicativas: geografía, petróleo, descolonización y potencias.
Unas veces en el medio de la disputa, aunque casi siempre como uno de los antagonistas, Israel, que profesa el judaísmo a diferencia de todos sus rivales, se ha enfrentado a lo largo de siete décadas con Irán y Arabia Saudita. Aunque ahora está pasando algo inimaginable hace un año: su potencial alianza con los saudís, ante el incremento de los intereses iraníes en Siria, país con el que comparte frontera.
La historia, cíclica para algunos, inconmensurable para otros, está demostrando que todo se puede. Sí, todo: como esta alianza. Enfrentados en numerosas guerras, estos dos países han visto cómo Teherán ha avanzado en Siria y se ha convertido en la principal amenaza regional, dominando algunas zonas de ese país y de Iraq.
Para contrarrestar el auge de Irán, EU ha hecho varios movimientos estratégicos. Como en la política, uno de ellos ha sido juntar a dos enemigos. También, a propósito de los 70 años de Israel, ha empezado a trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén y ha apoyado los ataques ordenados por Benjamin Netanyahu contra objetivos iraníes en Siria. Un coctel de muchas cosas. Y, de muchos significados.
Esta semana, aviones israelíes bombardearon la base aérea T-4 en Siria, respondiendo a un ataque perpetrado contra un caza israelí por Irán, en febrero. Diez días antes, el secretario de Defensa de EU, James Mattis, no descartó posibles “enfrentamiento directos entre las partes”.
Semana tras semana, la tensión ha ido aumentando, mientras el mundo hasta ahora parece darse cuenta. Tomando una decisión que, para muchos es desacertada, pero para otros tendrá efectos positivos, Donald Trump ha anunciado que rompe el “Acuerdo Nuclear con Irán”, por las violaciones de Teherán para desnuclearizarse.
Aparentemente, la medida ha sido tomada después de que Netanyahu, en reiteradas oportunidades, denunciara que Irán seguía aumentando sus reservas de uranio para producir más armas nucleares.
Según Payam Mohseni y Hassan Ahmadian, expertos iraníes en el régimen de los ayatolás, Netanyahu piensa (en Foreign Policy) que “el objetivo de la campaña de Irán en Siria es expandir su proyección de poder convencional e instalaciones militares más allá de sus fronteras con el objetivo de destruir a Israel”.
En los últimos cinco años, Irán se ha expandido por el Golfo Pérsico ante las malas decisiones de los saudíes en Siria y Yemen. Desde el Líbano hasta Iraq, pasando por Yemen, Teherán ha apoyado a varios gobiernos de turno -la Guardia iraní ha defendido a al Assad con Hezbolá- y ha financiado grupos rebeldes, como los hutíes en Yemen.
Poco a poco, al Assad ha reestablecido el control de la zona nor-occidental de Siria, de acuerdo a información del Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Para Israel, la relativa paz de algunas zonas de Siria, con las que comparte fronteras, le da tranquilidad a sus fuerzas de seguridad, pendientes de la amenaza de Teherán y del conflicto con los palestinos.
Pero a Israel, dice el Gobierno, también le preocupa la expansión de Irán, que eventualmente construiría nuevas bases nucleares en Siria, fortaleciendo el “eje de resistencia”, la forma como los ayatolás llaman a ese grupo de países: Siria, Líbano, Yemen, que se contraponen a los intereses de Washington en Medio Oriente.
Palestina, ¿no hay solución?
Los retos de Israel no sólo vienen de Teherán. Anclado en una irresoluble disputa, hasta ahora, los palestinos no han logrado llegar a ningún acuerdo con el Estado judío. Setenta años después, “el estado de las cosas” es el mismo, desde aquel día en que Ben Gurión, en 1948, fundó una nación sionista desde una biblioteca de Tel Aviv.
Auspiciador de que se creara el estado de Israel, EU ha intentado diferentes fórmulas para lograr que coexista con Palestina. En uno de esos intentos, Donald Trump, uno de los presidentes más cercanos al lobby judío, ha propuesto la “solución de dos estados”, tesis que ha sido rechazado por Netanyahu.
La llegada de la embajada de EU es celebrada en Jerusalén, mientras en Gaza los palestinos festejan “la Marcha del Retorno”. Por dos meses, cada viernes, miles de ciudadanos han marchado hacia zonas controladas por el ejército israelí, generando numerosos choques, que han dejado más de 50 muertos.
Liderada por Hamas, grupo que gobierna la Franja de Gaza y es considerado terrorista por Israel y EU, la marcha tiene como propósito llegar a zonas israelíes, que, según los organizadores, pertenecen al pueblo palestino, desplazado por Tel Aviv.
La “solución de dos Estados” propuesta por Trump parece cada vez más lejana. Líderes palestinos han dicho que se “acerca” la Tercera Intifada, advirtiendo un cercano levantamiento de los palestinos. Aunque la reconfiguración de la Organización de Liberación Palestina (OLP), partido que gobernó Cisjordania e históricamente ha defendido las conversaciones con Israel, morigera una eventual tensión.
Nuevas formas de cohabitación o coexistencia deberán plantearse para que palestinos e israelíes logren convivir. La creación de dos Estados, según Yossi Klein Halevi, Director de un centro judío que fomenta la tolerancia entre distintas religiones, en The New York Times, es sumamente difícil, ya que representaría para ambos pueblos “sacrificios insoportables”. “¿Cómo puede un estado judío ceder la soberanía sobre Hebrón, la ciudad de Cisjordania que es el centro de vida judía más antiguo del mundo y se remonta a Abraham y Sara? ¿Cómo pueden los palestinos renunciar a la aspiración de regresar a los sitios de cientos de aldeas palestinas destruidas en lo que ahora es el Estado de Israel?”, se pregunta.
Mientras quedan tantas cosas en el tintero, el martes, en una ceremonia precedida por la hija del presidente de EU, Ivanka, y su esposo, el judío Jared Kushner, se inaugurará la nueva embajada en Jerusalén. Fuentes de la administración en Washington le dijeron a la AFP, que “durante las primeras fases del traslado de la embajada el embajador trabajará a medias entre Tel Aviv (donde está la actual legación) y Jerusalén, porque es un proceso de varios años”.
Este traslado, como el ataque de Israel en febrero y la potencial alianza con Arabia Saudita, demuestran la nueva estrategia geopolítica de Donald Trump en Medio Oriente, auspiciada, por supuesto, por Israel, que no ve una oportunidad más perfecta que el setenta aniversario de su fundación para lanzarla.