“El Brexit ha fracasado” | El Nuevo Siglo
Archivo AFP
Sábado, 27 de Mayo de 2023
Pablo Uribe Ruan

UN mes antes del referendo, Nigel Farage, el activista más popular a favor del Brexit, le hacía culto a la identidad de los británicos. Era septiembre de 2016. A cada pueblo que llegaba, se bebía una pinta de cerveza. Él sabía que la salida de Europa era más que un asunto de métricas económicas. Por ser distintos en muchos sentidos, los ingleses querían independizarse.

Hoy director de un canal de televisión inglés, Farage esta semana dio de que hablar: reconoció la ignominia de su populismo antieuropeo. Tuvieron que pasar siete años, cinco primeros ministros -Truss duró 1 mes y medio-, recesión, inflación y escándalos, para aceptar, con su rimbombante voz, que el “Brexit ha fracasado”. Como el ejército inglés en Fromigny, Francia, durante la Guerra de los Cien Años, echó para atrás. Aunque le falta retirarse, los soldados sí lo hicieron. 

Culpas populistas

En entrevista con la BBC, el populista de derecha, que creó su particular perfil tras escindirse del Partido Conservador y fundar el Ukip, culpa del fracaso del Brexit a los tories británicos, por ser incapaces de aprovechar “la oportunidad de salir de Europa”. No ve en el Brexit una equivocación histórica. Apunta, típico de los populistas, a los políticos conservadores que han sido los únicos responsables del fracaso.

Hasta cierto punto esto es verdad.  Boris Jhonson, ni Theresa May, ni la triste Lizz Truss, fueron capaces de finiquitar la salida de Reino Unido del bloque europeo y cumplir con el mandato popular de octubre de 2016, cuando un poco más de la mitad votó por esta alternativa.

Detrás de la acostumbrada petulancia de Farage se esconde ese temor a reconocer que el Brexit como modelo es un sueño de un pasado imperialista sumergido en Waterloo. Ya no estamos en los tiempos de Benjamin Disraeli y William Gladstone, diría Chesterton, un declarado nacionalista del humor inglés. La economía de Reino Unido representa hoy un porcentaje menor a escala mundial, necesita migrantes para sostener su fuerza de trabajo y comercia con los mercados internacionales principalmente a través de la Unión Europea.



En la era de la política de identidades, sin embargo, no había un discurso, una idea, que uniera tanto las clases obreras del Cinturón de Acero del norte de Inglaterra con los astilleros de Portsmouth como el Brexit. A todos ellos, sin distingo, les caló aquella idea de que Bruselas imponía y sometía a Londres con sus políticas que, además, eran pro-inmigración.

La migración, desconocieron, viene mucho antes de que en Bruselas pidiera cuotas para migrantes de Siria y no les pusieran restricciones a los polacos. Por supuesto que no nos vamos a remontar a la oleada migratoria normanda, pero sí a Winston Churchill. El popular primer ministro, a pesar de que se arrepintió como muestran los archivos, les abrió las puertas a los hijos de las colonias inglesas. A Londres llegaron los jamaiquinos con su música y los indios con su comida, y otros. Entonces, los hijos de los ingleses crecieron oyendo música jamaiquina -punk y ska- y comiendo fuertes curries amarillos.

Es el devenir normal de los países acomodados: depender de los migrantes. Muchos, en la Inglaterra del 2023, se han ido. El canal 4 pasa un reportaje sobre la falta de asistentes de pesca en el norte, mientras que en Manchester faltan meseros. Los obreros del norte que hoy viajan por Europa en Ryan Air, ya no tienen quien les sirva en el pub.

No hay quien sirva, pero sí existen muchos problemas. Las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) estiman que Reino Unido será el país que menos crezca del G20, detrás de Rusia, golpeado por las duras sanciones de la comunidad internacional. Como en los años de Harold Wilson (1970-79), la inflación y el costo de vida son los asuntos que más preocupan a los ingleses. La diferencia es que ahora no hay un socialista acorralado por huelgas y empresas estatales quebradas, sino unos conservadores confundidos por su propio invento.

Mandato popular

Ya lo decía hace poco Douglas Murray en una columna en The Spectator: “Si no salimos de la UE, o si de alguna manera nos engañan (…) no creo que me moleste en volver a votar”. Murray es hoy uno de los principales pensadores de la derecha, no sólo de Reino Unido, sino del mundo. Abiertamente seguidor del Brexit, el escritor también dice tener “cierta admiración por el hecho de que el Gobierno británico parezca estar intentando al menos cumplir la voluntad del pueblo”.

La paradoja, ahí está, del mandato popular y quienes lo ejecutan. En Reino Unido, ganó salir de Europa. Pero en el transcurso de estos siete años, ni Boris Jhonson ni Farage ni otros tantos han querido que esto se materialice del todo.

Como estrategia electoral, el Brexit ha sido la mejor que se puede tener: han ganado elecciones, con el discurso a favor de salir, por casi una década. Pero después de las urnas, y en el caso de Jhonson de los artículos de opinión, viene la vida: la vida de los políticos y de la economía y de la canasta familiar. Del mito al hecho.

A comienzos del milenio, en Bruselas, Jhonson fue quien construyó el mito de la Unión Europea como un titán anti-Inglaterra. Escribía para el Daily Telegraph artículos que narraban una estructura decimonónica que impedía el progreso de Inglaterra. Con el tiempo, el mito empezó a convertirse en una idea que llevó a David Cameron a convocar un referendo en 2016.

Han sido décadas de discursos y artículos para labrar un hecho histórico que este mes pasa por un momento de insoportable confusión. No sabe qué busca, para dónde va. Sea cual sea su destino, Farage ha dejado claro que el Brexit purista -cuasi religioso- ha sido derrotado.

Ya no creen en él ni sus mismos creadores. Es un mito.