En la posverdad no importa quién pone las bombas | El Nuevo Siglo
Israel publicó imágenes del hospital atacado en Gaza para evidenciar que la falta de cráteres demuestra su inocencia. El impacto fue de un misil fallido lanzado por la Yihad Islámica. /Europa Presa
Sábado, 28 de Octubre de 2023
Pablo Uribe Ruan*

El bombardeo a un hospital en Gaza que presuntamente dejó más de 500 civiles muertos ha mostrado con claridad que la era de la posverdad y la desinformación, así como sus peligrosas consecuencias, limitan la posibilidad de valorar la verdad y la mentira, y diferenciar una de otra.

Independientemente de las posiciones de Israel y Hamás -para no citar las dos partes en conflicto-, los hechos que ocurrieron en el hospital de Gaza se han interpretado en el mundo conforme a valoraciones ideológicas, políticas y culturales que están por encima de le evidencia fáctica y la investigación.

Esta semana, los servicios de inteligencia de Francia probaron con evidencia que la explosión se dio como consecuencia de un misil de Hamás ubicado en la zona del estacionamiento del hospital. Este ejercicio adelantado por organismos técnicos de investigación no ha sido suficiente para mostrar que Israel no bombardeó el hospital -sí ha cometido otros crímenes de guerra, esta no es una defensa de sus acciones de guerra-.

En gran parte del mundo árabe y, en general, en occidente, la versión de que Israel bombardeó el hospital sigue vigente y parece inevitable que en el desarrollo de esta guerra en Medio Oriente muchos se mantengan en una posición que contradice la evidencia.

 

El relato algorítmico

¿Cómo hemos llegado a negar la evidencia? La respuesta, como lo vienen advirtiendo los expertos, está en el tipo de sociedad en que vivimos, en la que, en medio de la revolución tecnológica y de las comunicaciones, se construyen narrativas paralelas que reemplazan la verdad y se convierten en el relato dominante. A esto le llaman posverdad y oficialmente con la guerra en Gaza hemos entrado en ella globalmente.

Los investigadores y algunos periodistas llaman a este perverso ciclo de desinformación “niebla de guerra algorítmica”, en la medida en que el conducto para masificar la información falsa son las redes sociales que no están concebidas como servicios para distribuir noticias -medios de comunicación- sino para masificar contenidos que vendan el mayor número de pauta publicitaria por medio de algoritmos que optimizan contenidos polémicos, controversiales, sensacionalista o violentos.

Del algoritmo cada vez conocemos más y, sin embargo, seguimos inmersos en las redes sociales que operan bajo su lógica, pero el caso del hospital en Gaza nos muestra también que en esta época los medios de comunicación dan credibilidad a noticias falsas y que ellos terminan siendo los principales amplificadores de la desinformación. Esto hace tan diferente a este momento de otros en las que usualmente había algún amplificador de contenido mentirosos con fines políticos, culturales o sociales, pero no eran los medios.  

AFP

Sobre Heródoto -el primer historiador- se decía que acomodaba los hechos para narrar las victorias de Atenas y someter a sus adversarios a la deshonra de la derrota al menos desde el relato. Piensa uno en la en las dictatadura de partido único, como el nacional socialismo o los soviéticos, y encuentra que la verdad se acomodaba a los fines propagandísticos del régimen, sin variación alguna.

Lo impensable, hasta ahora, es que los medios de comunicación -quizá con la división de poderes, uno de los inventos más importantes del liberalismo- entren en el camino de la desinformación, como si fueran el periódico Izvestia, fundado por los bolcheviques en San Petersburgo de 1917. Están presos del algoritmo y las narrativas paralelas, no de un bolchevique que le apunta con una pistola para que escriban titulares a favor del régimen.

Las audiencias igualmente acuden a las redes sociales para buscar, muchas veces, información inmediata. Frente al apetito de la inmediatez no hay medio de comunicación que pueda competir, salvo que caiga en la trampa misma de lo inmediato. Conseguir, verificar y contrastar pruebas toma tiempo, las audiencias no tienen el tiempo para esperar, quieren consumir algo ya, que no es información -es mentira, muchas veces-. 

Por la hiperactividad digital en la que estamos inmersos, las audiencias prefieren, y muchos medios también, leer en redes sociales de “detectives aficionados” -así los llama Rohitha Naraharisetty, en The Swadle- que, en el caso del hospital en Gaza, escribieron hilos constituidos por imágenes de satélites disponibles y de cohetes disparando, posicionando un relato que la mayoría de medios de comunicación del mundo compartió.

Hace diez años, estos “detectives aficionados” -que todo lo investigan, de todo opinan, de todo hablan- se unieron en Reddit luego del atentado en Boston y señalaron que un transeúnte que paseaba por la calle al momento de la explosión era el culpable. Las autoridades cayeron en la trampa, lo culparon, hasta que se dieron cuenta que habían caído en una noticia falsa, materialmente bien construida con videos de celulares.

 

Distopía digital

Algo habrá qué hacer y no pasa necesariamente por los dueños de las redes sociales cuyos intentos de regular estas empresas terminan por el contrario amplificando la desinformación. Es el caso de Elon Musk, dueño de X, que ha modificado las políticas de esta red social para beneficiar cuentas verificadas y pagas que, sin embargo, hacen poco esfuerzo por verificar la información.

Es mejor creer en la capacidad de las audiencias. Mike Caulfield, experto en analfabetización digital, de MIT (Massachussets Institute of Technology), ha propuesto un marco para aprender a evaluar los mensajes en línea o que provocan indignación. Se llama el método SIFT (stop, investigate, find the source, and track statements). “Detenerse, investigar la fuente, encontrar una cobertura mejor y rastrear afirmaciones, citas y medios hasta el contexto original”, dice Culfield.

En ustedes, audiencias, está el futuro de la información veraz y, de paso, de los medios de comunicación. Si la inmediatez y la emoción son los únicos criterios de consumo, no hay verdad que aguante.