Dadas las circunstancias actuales, las acometidas de la pandemia del Covid-19 se hacen más evidentes en Estados Unidos, llevando a esa nación a constituirse en el trágico ejemplo de indiscutible desastre e ineptitud. Quien lo hubiese podido predecir. Que la secuencia de un virus estable, muy estable en su constitución genética, hubiese sido capaz de tener de rodillas recurrentemente, a la primera potencia del planeta. Los datos son imparables: en tan sólo 7 meses, más de 215,000 muertos y casi 8 millones de infectados.
Sin embargo, en el ámbito mundial, América Latina es la región más azotada por la pandemia. La disputa mortal la encabeza el Brasil del excapitán Jair Bolsonaro, pero también están presentes las tragedias que asolan al México de Andrés Manuel López Obrador o al Perú de Martín Vizcarra. Imitando la esencia genuinamente mefistofélica de Donald Trump, esos mandatarios dan muestras de compartir estilos similares en el cultivo de legumbres. El drama viene aparejado con bajas en producción, carestía, desplomes de empleo y oportunidades.
Ya con un poco más de siete meses de afectaciones, los reportes de varios organismos internacionales identifican tanto estragos como perspectivas derivados de este Gran Confinamiento. Allí están los respectivos reportes por parte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Hablando en plata blanca, se tendría que, para fines de diciembre próximo, se habrán perdido en la región 44 millones de puestos de trabajo. Esto pone de manifiesto uno de los resultados más notables producto de dos choques simultáneos que han tenido que soportar las sociedades latinoamericanas: drástica baja en la oferta y severa contracción de la demanda.
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Es obvio que este descenso en las oportunidades laborales tiene importantes secuelas. Una de ellas, un indicador por demás dramático: los niveles de pobreza en Latinoamérica retrocederán a los que se tenían en 2005. Estos sombríos efectos estarían golpeando de manera más directa a unos 231 millones de personas en Latinoamérica, incrementando los niveles de pobreza total y extrema en toda la región.
Se estima por parte de CEPAL -en un informe de julio pasado- que diciembre de 2020 concluiría reportando a 96 millones de personas viviendo en condiciones de pobreza extrema o indigencia. Cifra similar a la que se tenía en 1990. Todo un retroceso de 30 años en este indicador para América Latina en su conjunto.
Esta situación de pobreza se relaciona con el empleo, toda vez que los ingresos de los hogares tienen un origen laboral entre un 70 a un 90% de los casos. Con todo esto, es de prever un aumento drástico a los ya altos niveles de informalidad.
La devastación desde luego no viene sola. Consecuente con el drama actual, se espera que la producción regional tenga un descenso en su producto interno bruto (PIB) de -9.5%. Evidentemente y aún con el virus intacto, infectando galopantemente, a medida que las economías vuelven a abrirse, las señales de recuperación se avizoran con ritmos que tienen exasperante lentitud y perspectivas de largo plazo.
Dados los diferentes grados de consolidación del andamiaje institucional y presencia del Estado, la embestida de la pandemia no afecta por igual a los diferentes países de la región. Las condiciones y proyecciones de desempeño económico y social en Latinoamérica se han determinado con base en cifras actualizadas de 7 países latinoamericanos -Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México y Perú- quienes son responsables de cerca del 90% del total de producción regional.
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De esa cuenta se tiene que la contracción de PIB para 2020 será histórica, no tiene precedentes comparables. La caída ya mencionada de -9.5% regional se ve acompañada por las caídas de México, -11%; Argentina, -9.9%; Brasil, -9.2%; Chile con -7.5%; Colombia, un -8.2%; siendo el caso más dramático el de Perú donde se espera una baja de -13.8%. No obstante, al escribir esta nota, un reporte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) prevé para el caso argentino, un descenso de -11.4%.
De manera complementaria, la recuperación aparece como muy probable para el año entrante, no obstante que su desempeño será lento. Esto se traduce en que para 2021 se tendrán avances, ciertamente, pero en todo caso insuficientes. De manera regional, el FMI pronostica que para 2021 la economía regional latinoamericana estaría aumentando en 3.4%.
Un dato bastante alejado del 6.3% que fue la recuperación en 2010, en comparación con el 2009. Año este último en que, como se recordará, se tuvo el impacto de la crisis financiera cuyo punto de inflexión tuvo lugar el 13 de septiembre de 2008, con la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers. Lo que siguió fue una importante crisis sistémica en los circuitos de la economía bancaria, misma que arrastró a la economía real -relacionada con bienes, servicios y empleo. De allí los casi 7 trillones -millones de millones- que los gobiernos erogaron a fin de implementar el denominado rescate a los bancos.
No sólo ha sido la acometida impresionante del Covid-19. En Latinoamérica se padecen condiciones del desmantelamiento institucional, de corrupción, de disfuncionalidad de entidades, de sistemas fiscales muchas veces regresivos.
Es de recalcarlo: es con agendas de paz en lo interno, de convivencia pacífica en lo internacional, de desarrollo y de respeto a los derechos humamos, como podemos superar estas crisis de manera sostenible. Resistimos con la tenacidad de la esperanza. Nos mantenemos en ello, a pesar de las sombrías diatribas y absurdas frivolidades que peligrosamente, nos acechan cada día.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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