NUEVA YORK – El izquierdista francés Pierre Goldman fue un soñador revolucionario y un delincuente. Acusado de matar a dos mujeres durante un atraco en una farmacia de París y de robar varias otras tiendas admitió los robos, pero negó los asesinatos, y recibió cadena perpetua en 1974.
Fue absuelto en un segundo juicio celebrado en 1976, que es el tema de The Goldman Case (2023), una buena película dirigida por Cédric Kahn. Para entonces, ya se había convertido en un héroe de la izquierda francesa, y las sesiones del tribunal contaron con la presencia de muchos simpatizantes, incluidas luminarias del ambiente literario y cultural parisino. Cuando en 1979, en circunstancias confusas, lo mataron a balazos, Jean‑Paul Sartre asistió a su funeral.
Este héroe improbable nació en Lyon de inmigrantes judíos polacos que lucharon en la resistencia comunista contra la ocupación nazi de Francia. El genocidio de los judíos fue una mancha permanente en la vida de Goldman. Obsesionado con el antisemitismo, quiso ser como su padre un resistente, y viajó a Cuba y Venezuela con la esperanza de ver acción revolucionaria; luego regresó a Francia y se convirtió en ladrón. Durante el juicio declaró que siempre había deseado ser un “guerrero judío”, pues era en su opinión el único modo de erradicar la “vergüenza judía”.
El deseo de proyectar una imagen de dureza como modo de superar la humillación de siglos de persecución culminados en el Holocausto no es exclusivo de Goldman. También es útil para entender la historia de Israel y la belicosidad de su primer ministro Benjamín Netanyahu. Por supuesto, las razones por las que Netanyahu no ha dejado de extender la guerra contra Hamás y Hezbolá son muchas. Si cediera, los halcones de su gobierno lo abandonarían, y una vez fuera del poder, podría terminar en prisión.
Pero en la retórica de Netanyahu hay mucho de Goldman. Suele justificar el combate a los palestinos invocando el Holocausto, cuando los judíos debieron sufrir su destino solos. Presionado para detener la guerra en Gaza, dijo: “Derrotaremos a nuestros enemigos genocidas. Nunca más es ahora”.
La capacidad militar ha sido parte del ethos de Israel desde su creación en 1948; el nuevo país se poblaría con un nuevo tipo de judío: un guerrero. Pero en los años cuarenta y cincuenta, nadie invocaba el genocidio nazi. El primer jefe de gobierno israelí, David Ben‑Gurión, quería dejar atrás ese pasado europeo. Los sobrevivientes del Holocausto eran un incómodo recordatorio de una humillación histórica.
Ben‑Gurión sólo cambió de opinión tras el juicio de 1961 en Jerusalén a Adolf Eichmann, arquitecto del Holocausto.
A partir de entonces, al Holocausto ya no se lo consideró un símbolo de vergüenza, sino más bien prueba de la misión de Israel de asegurar que los judíos nunca más fueran víctimas de una matanza. A los escolares israelíes que visitan los campos de exterminio en Polonia se les dice que si el estado‑nación judío hubiera existido cuando Hitler llegó al poder, se habrían salvado seis millones de vidas.
Netanyahu se enorgullecía de ser portador de esa responsabilidad. Era “el Sr. Seguridad”, y bajo su duro liderazgo, los judíos israelíes estarían a salvo. Por eso el brutal ataque del 7 de octubre de 2023 (en el que Hamás asesinó, violó y secuestró a judíos) fue un momento de profunda humillación: para las Fuerzas de Defensa de Israel, que no estaban preparadas; para los organismos de inteligencia, que pasaron por alto muchas señales de advertencia; y sobre todo, para el propio Sr. Seguridad.
Respuesta legítima
Netanyahu tuvo que contraatacar (y seguir haciéndolo), en primer lugar para no perder el cargo y terminar en prisión, pero también para eliminar la vergüenza y demostrar que los judíos iban a luchar, incluso sin ayuda externa de ser necesario.
Los enemigos son reales: Hamás y Hezbolá son organizaciones terroristas que están decididas a borrar a Israel del mapa. Pero el 7 de octubre resurgieron viejos traumas judíos, de modo que Israel también está luchando contra fantasmas del pasado; de allí que se repita que las organizaciones islamistas son los nazis de hoy.
Estos ciclos continuos de violencia pueden fácilmente salirse de control y provocar una guerra más amplia que involucre a potencias nucleares. Además, contra un movimiento ideológico, alcanzar sólo por la vía militar el objetivo de Netanyahu de una “victoria total” es imposible. Pero, sobre todo, la guerra y la opresión generan más vergüenza. Por muy justificada y necesaria que haya sido la fundación de Israel, su resultado fue la humillación continua de los palestinos.
Hombres y mujeres denigrados, impedidos de regresar a sus hogares ancestrales, maltratados todo el tiempo en controles viales y cruces fronterizos, intimidados por colonos judíos violentos ante la pasividad de soldados israelíes, obligados a vivir bajo ocupación permanente o enfrentar la opresión de sus propios líderes extremistas no harán otra cosa que volverse más militantes. Como Goldman, muchos palestinos querrán convertirse en guerreros para borrar su vergüenza.
De modo que mientras ambos lados busquen infligir el máximo daño al otro para reparar agravios pasados, la violencia no terminará. Netanyahu podrá pensar que con Hezbolá y Hamás muy dañados y Gaza reducida a escombros, la victoria total está a la vista, pero se engaña. Lo único que ha logrado es crear más enemigos dispuestos a restaurar su honor matando en una guerra interminable.
*Autor de Spinoza: Freedom’s Messiah (Yale University Press, 2024).
(Traducción: Esteban Flamini)