Nuevo mapa político augura sinuoso camino a la Constitución | El Nuevo Siglo
EN UN año los 155 constituyentes recién elegidos deberán presentar a los chilenos la nueva Carta Magna
Foto archivo AFP
Domingo, 30 de Mayo de 2021
Giovanni Reyes

Chile prosigue la senda de cambios que aspiran a ser estructurales. En esa perspectiva se ubica esta fase, en pro de una nueva Constitución y como parte de ello, los resultados de las elecciones del pasado 15 de mayo, son un elemento esencial a fin de determinar la vocería de la población. La afiliación a colectividades políticas por parte de los constituyentes electos permitiría identificar tendencias de contenido de lo que será la nueva Carta Magna del país austral.

De allí, que sea muy importante tener en cuenta los resultados.

En primer lugar, un dato que fue sorpresivo: la abstención llegó a ser de 57% de la población políticamente activa. Esto es importante, dado que afecta la base de “legitimidad efectiva” más sólida que se esperaba hubiese emergido de la votación. Se podrá luego indicar que menos de la mitad de la población se pronunció al respecto, pero en todo caso esta es una condición de los procesos electorales.

Un segundo rasgo muy llamativo.  Las fuerzas más a la derecha en el espectro político, agrupadas en especial en Chile Vamos y en Unidad Constituyente, alcanzaron un bajo número de sufragios. El peor resultado que han obtenido desde el retorno a la democracia hace 31 años.

La coalición oficial -a la que pertenece el actual presidente Piñera- obtuvo 21% de los votos, que se traduce en 37 constituyentes.  Se esperaba que hubieran obtenido unos 52 representantes. Con ello, los más conservadores se habrían ganado el derecho de “bloquear” acuerdos en la nueva Asamblea Constituyente.  Se trata de un resultado que no se tenía incluso antes de la dictadura de Pinochet (1973-1990).  La última vez que se había obtenido un desastre electoral comparativo había sido en 1964.



A fin de confirmar el rezago en que han quedado las fuerzas más conservadoras véanse estos datos adicionales.  Los partidos de la “concertación conservadora” que se identificaban como “Lista de Apruebo” quedó en el cuarto lugar de las preferencias, con cerca de 15% de los votos. 

Un tercer aspecto: en medio de todo, y haciendo alusión a agrupaciones más bien tradicionales, se confirma que el partido de la Democracia Cristiana logró tan sólo dos escaños, mientras que el Partido Socialista tiene 15 constituyentes. Aunque de estos últimos, cinco se declaran “independientes”.

Un cuarto componente: las agrupaciones ganadoras se ubicaron a la izquierda en las posiciones políticas. En tal sentido, véase cómo los independientes -muchos de ellos personajes que se dieron a conocer con las movilizaciones populares- se hicieron con 48 escaños.  Adicionalmente, la coalición “Apruebo Digno” del Partido Comunista y el Frente Amplio lograron 28 escaños.  Al momento que puedan coordinar posiciones y conformar alianzas, estos grupos podrían ejercer el bloqueo constitucional, algo que evidentemente anhelaban los sectores más a la derecha.

A esos números de las posiciones más liberales se debe agregar que la “Lista del Pueblo” se hizo con 27 constituyentes.  Las variadas agrupaciones de los denominados movimientos sociales lograron colocar 7 representantes, y los “independientes no neutrales” tienen 11 escaños.

Aunque es notoria la práctica en los parlamentos en cuanto a arreglos entre bancadas, en un ir y venir que puede traducirse efectivamente en transfuguismo de representantes, es de notar que se trata de una Asamblea Constituyente.  La misma deberá sepultar, mediante una nueva Constitución, la hasta hoy vigente Carta Magna que había sido calcada de conformidad con los intereses de la cruenta dictadura pinochetista. 

Se trata de que estos procedimientos y constituyentes puedan interpretar los intereses y las inclinaciones mayoritarias del electorado. Ante esto, es de subrayar cómo los partidos políticos tradicionales dan muestras de no constituir instancias organizativas de representatividad política.  Es decir, los ciudadanos de a pie no se sienten representados por esas colectividades más tradicionales. De allí, el rechazo más bien generalizado de los políticos, sus planteamientos y procesos en la conducción del poder nacional.

Ese sería el mensaje que se concreta en la derrota de las agrupaciones de siempre en la vida política chilena y la emergencia, consecuentemente, de nuevos actores representativos. Este rasgo de dinámica en cuanto a la efímera vida de agrupaciones políticas no es ajeno, ni mucho menos, a otros países latinoamericanos.

En la medida que los representantes electos, en particular en los congresos nacionales, no son vocería de prácticamente nadie, se terminan representando a sí mismos. Saben que fácilmente pueden no ser reelectos. De manera que se empeñan en ser un híbrido entre tigre y piraña. Todo ello impone una lógica de acelerados inmediatismos pragmáticos, condimentado con el aprovechamiento exclusivo de prebendas y de abierta corrupción. 



De ello hay evidencias en varios casos.  Una situación llamativa, al respecto sería el de Guatemala, luego que las movilizaciones de 2015 lograron la renuncia del presidente y de la primera mujer vicepresidente en ese país.  Ahora esos logros parecen haberse diluido.

En medio de todo, en la espera de la nueva Constitución por redactar, el escepticismo se mantiene en sectores de la sociedad chilena. Una muestra de ello sería la alta abstención. Un taxista de Santiago de Chile lo señala de manera sucinta y desconfiada: “Quién sabe señor.  Hasta no ver, yo no creo en nada.  Tal vez haya allí alguna gente honesta, sólo Dios sabe.  El problema es que los políticos nos han defraudado permanentemente, nos han mentido desde siempre”.

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