Muy acorde con estos tiempos en donde el entusiasmo por discutir y tener oposición es superior, con creces, a los fundamentos racionales de un diálogo constructivo, ocurren estos resultados de las elecciones italianas. Las mismas, llevadas a cabo el domingo 4 de marzo pasado nos hacen alejar, al menos en lo inmediato, las esperanzas respecto a soluciones de armonía con la Unión Europea.
Es de rendirse ante la evidencia: Italia, siendo la tercera economía más importante de la Europa actual, tan sólo superada por Alemania y Francia, es el primer país en el cual las fuerzas políticas nacionalistas, en impúdica oposición a la Unión, tienen ahora mayoría en el Congreso. Existen causas variadas para comprender esta condición. Muchos votantes han ejercido su derecho en los comicios, “con la ira en el corazón” como mencionaba en su tiempo Oriana Fallaci (1930-2006) –véase su obra “La Fuerza de la Razón” (2004).
De allí que fuerzas adversas a la Unión puedan formar gobierno y con ello desestabilizar lo que se mantiene todavía en pie del pacto comunitario, cuyo soporte inmediato más contundente viene del Tratado de Maastricht, del 7 de febrero de 1992. Pero como siempre, es de reconocer que existieron razones para ello y saber ahora que los grandes derrotados han sido las posiciones -para variar- de los partidos tradicionales que han mandado desde Roma.
Los resultados le dan mayoría a los nacionalistas que ven con profundo recelo las disposiciones unionistas desde Bruselas: el Movimiento 5 Estrellas –fundado por el comediante Pepe Grillo- logró hacerse con 221 escaños en la Cámara de Diputados y 112 en el Senado; la coalición de centro derecha tiene ahora 260 puestos en la Cámara y 135 en el Senado. La coalición de izquierda que incluye al Partido Democrático del exprimer Ministro Matteo Renzi (1975 -) se queda con 112 puestos en la Cámara y 57 en el Senado.
Por supuesto que ningún partido por si sólo puede formar gobierno en esas condiciones. Nadie tiene por sí sólo la mayoría. Pero es posible advertir las líneas de convergencia de quienes ganaron: los de la coalición de derecha dominando el norte de la península y los de Pepe Grillo con hegemonía en el sur del territorio italiano.
Se ratifica una vez más que Italia en realidad está formada por dos naciones dentro de un mismo territorio. Un norte con mayor influencia de Alemania, Francia, y Suiza; y un sur más parecido a América Latina, con una cultura de disfrute y de salón más ampliada. No es de olvidar que el sur de la península, en todo caso, vivió bajo el dominio español desde 1442 con Alfonso V de Aragón. Era el reino de Nápoles cuyo territorio partía del centro de la península y se extendía hasta el extremo sur. Todo este territorio se incorpora en 1860 al proceso de la unificación italiana.
Con todo, los resultados de las pasadas elecciones, han constituido el peor escenario para los dirigentes de la Unión Europea, quienes desde Bruselas ensayan ya variadas fórmulas cabalísticas y de ecuaciones diferenciales, para contener al menos, la embestida de oposición que se ha establecido en Italia.
Como sustentación de la contundencia que se percibe en el mensaje, existen factores y causas para este desenlace en la política italiana. En primer lugar es de resaltar que casi un 73 por ciento de los votantes acudieron al llamado de los comicios. Se trata de un número significativo, alejado de más del 60 por ciento de abstención, mediante el cual los estadounidenses eligieron al “mustard boy” como resultado del rocambolesco sistema del Colegio Electoral.
Estrictamente hay razones para que los italianos se sientan decepcionados de la Unión Europea y arrojen estos desafiantes resultados. Uno de esos factores es la evolución del empleo. Los italianos ven que si bien es cierto los índices de desempleo generales podrían ser peores -allí están los comparativos con España y Grecia, por ejemplo- las oportunidades laborales no se amplían.
Esto es particularmente válido en el sur del país. Véase cómo en esta región prevalecieron los voto castigos que le dieron la predominancia electoral al Movimiento 5 Estrellas. Además, los niveles de incremento salarial parecen estancados, sin tener el dinamismo que las cifras adjudican a los empleados en Alemania y Francia.
Por otra parte, y relacionado con el asunto del desempleo, la percepción de calidad de vida de los italianos los coloca en la posición 22 de un total de 34 países con mayor desarrollo; incluso se muestran peor siguiendo este indicador, que los españoles, los rumanos, los polacos y los irlandeses. No se tiene la sensación de seguridad económica.
Sin esta expectativa de mejora en los ingresos es sabido que tiende a desplomarse la confianza de los consumidores y con ello a no operar, con todo su potencial, la demanda efectiva de los mercados internos. Estas condiciones de estancamiento provocan que mucha de la población más joven de Italia busque en otras naciones europeas o en Estados Unidos oportunidades que domésticamente no perciben.
En medio del escenario que conforman los factores antes mencionados, resalta un componente cuyas implicaciones son dramáticas e incuestionables. Es quizá el factor más importante detrás de los votos de la ira: los italianos se sienten solos frente al problema de la migración ilegal ya sea que la misma provenga de África o de las sangrientas cotidianidades que asolan Siria y países del Medio Oriente.
Se trata de una profunda contradicción -casi esquizofrénica- de los países europeos, de Estados Unidos y de los grandes productores de armamento. Se produce armamento, los gastos militares son exponenciales, los países emergentes compran esas armas y se matan entre ellos. Como la gente no se suicida tan fácilmente, busca oportunidades en países más desarrollados. Es allí donde les cierran las puertas, propiciando sufrimiento humano que desde luego es evitable, pero que ocurre mientras los más desarrollados, en este sentido, miran para otro lado.
Italia siente cómo los socios comunitarios enredan procesos de ayuda potencial a los refugiados. Es evidente que de manera solitaria, la península tiene que lidiar con estos problemas. Ante todo ello, es de encarar la situación. La Unión Europea debe traducir su legitimidad formal y la esperanza de sus esfuerzos, en legitimidad concreta. Esto es, en beneficios que se perciban por los ciudadanos de a pie en los diferentes países. No nos engañemos. Las evidencias están allí. Si Europa no enfrenta esos desafíos, los nacionalismos, la “ira en el corazón”, y las protestas sin mayores perspectivas se continuarán imponiendo.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.