Con su reciente reelección estará en el poder hasta el 2024, como mínimo. Y es desde septiembre pasado, con excepción de Stalin, el líder ruso que más ha estado en el poder
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No todos están convencidos, pero sí, quizá este sea el último mandato de Vladimir Putin (1952 -) cuya carrera en el poder ruso dio inicio en 2000 y se extenderá hasta 2024, como mínimo, hasta ese año. Pero no hay certeza. En todo caso, al momento de no reelegirse, el ahora continuado gobernante debe dejar un sucesor. No sea que se coloque alguien de la oposición y le haga ver aspectos cuestionables y se enreden las cosas con la justicia y la legalidad.
En todo caso, como lo puntualiza el diario La Vanguardia desde España y el Washington Post desde Estados Unidos, Putin es desde el 12 de septiembre de 2017, el líder ruso que más ha estado en el poder con la excepción de José Stalin (1878-1953). Este último dirigió lo que fue en su tiempo la Unión Soviética de 1924 a 1953, fueron 10.636 días, casi tres décadas de gobierno.
Luego de Stalin, quien más había estado al frente del Ejecutivo había sido Leonid Brezhnev (1906-1982), quien encabezó el gobierno soviético por casi 18 años, 1964 a 1982, un total de 6.602 días. Bueno, como varios analistas internacionales lo hacen ver, Adam Taylor por ejemplo, aquellos eran dirigentes de “a dedo” dependiendo de la “nomenclatura soviética”, al menos Putin teóricamente se ha ganado los votos de manera “democrática” como sus seguidores desean pensar: con resultados y aceptación demostrados, a puño limpio.
Si Putin continua más allá de 2024, cuando tenga 72 años de edad, es algo que, sea como fuere, está por verse. Ciertamente ese cuestionamiento de seguimiento, ese no tener una perspectiva garantizada es uno de los factores que se impondrá en la política rusa a partir de ahora. Las apuestas están abiertas.
Tal y como ocurre en regímenes autoritarios, la gran fortaleza central, incluyendo la eventual presencia del caudillo, se traduce usualmente en debilidad institucional. Esto se hace por lo general evidente tanto en la flexibilidad y adaptación de la planeación, como el diseño organizacional, la asignación de recursos y la correspondiente evaluación de las gestiones. A eso se agrega un ingrediente esencial, que se requiere en los sistemas políticos que tratan de ser funcionales: la pertinencia estructural, operativa y organizacional del Sistema Judicial.
En la Rusia actual parece imponerse un sistema que puede ser generalizado a muchos países subdesarrollados o emergentes como se les dice últimamente: el poder implica procesos de acumulación de dinero, de fortunas, se utilizan las palancas del Estado. El sistema se retroalimenta también en la vía contraria y complementaria. Esto hace más dramático el sentido de que ejercer el poder político es “montar un tigre”. Este concepto se enraíza desde los preceptos asiáticos, pasando por “El Príncipe” (1532) de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) hasta la obra “Las 48 Leyes del Poder” (2012) de Robert Greene.
Precisamente, los caudillos al sobrepasar sus propias normas, no pueden bajarse del tigre, dado que éste puede devorarlos. Y la variable de disfrutar las fortunas, bien o mal habidas, también se impone. Es el abandono del poder lo que exacerba la vulnerabilidad y la vida misma, hay delitos que no prescriben.
En el caso de Putin es posible distinguir elementos que centran su liderazgo en el “carisma del líder fuerte”. De manera específica este sería el caso concreto luego de que Rusia se anexara la península de Crimea, y la ciudad de Sebastopol el 18 de marzo de 2014. No es de olvidar que en esa región, las luchas en diferentes grados de hostilidad continúan, y las esperanzas de una anexión del este completo de Ucrania no se han disipado de los cálculos políticos en Moscú.
Líder indiscutido
A partir de estos movimientos Putin se fortalece en el líder indiscutido y fuerte. Esto es muy llamativo en contingentes sociales que pertenecen a los estados pre-modernos tal y como lo caracteriza Max Weber. En estas condiciones, los ejes de la conducción política giran en torno a la tradición, los valores nacionalistas, el imperativo de los imaginarios históricos, la patria, la influencia de la religión, giran en torno a los caudillos.
En los estados modernos se imponen, por contraste, el orden surgido del consenso, las leyes, la dirección técnica del Estado, la división de los poderes y los sistemas de pesos y contrapesos. Son los estados modernos los surgidos del Siglo XVIII, del Siglo de las Luces, de la Revolución Francesa y los planteamientos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948).
Continuando con la política soviética del control, este es uno de los rasgos que poco ha cambiado desde los tiempos de Boris Yeltsin quien cedió el poder a Putin. Desde hace más de 18 años, ese control parece estar inalterado. Se tiende a centralizar el poder sobre los medios de comunicación, la población, la economía, los países vecinos -unos 16 en total-, producto de los 17 millones de kilómetros cuadrados del territorio.
Se estima que no obstante los procesos de apertura y privatización que han ocurrido en cierto grado, el 70 por ciento del total de la economía está en manos del Estado y con ello el formidable poder que brinda la contratación, la asignación de puestos y tareas; el control sobre las oportunidades que busca la población económicamente activa. Esta dinámica en función del ejercicio de lo público, ha sido parte de la respuesta rusa a los problemas que han ocasionado las sanciones externas a la economía, tanto por parte de Estados Unidos, como -en menor grado- la efectividad de las medidas europeas.
El último evento ha sido la acusación del envenenamiento del ex-espía ruso y doble agente Serguéi Skripal y su hija. Se le asignan las culpas a Moscú, en hecho ocurrido el 4 de marzo en Salisbury. Este hecho tuvo lugar en pleno trecho final de las elecciones rusas y fue presentado oficialmente por el gobierno de Putin como un “conjunto de acusaciones gratuitas de las autoridades británicas contra Rusia”.
Este caso, junto con otros que han ocasionado sanciones, a veces más formales que concretas, no ha dejado de ayudar a Putin, quien se presenta como un valeroso dirigente, con la astucia y la sagacidad necesaria para reivindicar el papel de la Madre Rusia en lo internacional. Véase el caso de la mediación diplomática y militar en el caso sirio y del laberinto de Medio Oriente que involucra a Turquía y los diversos grupos minoritarios que luchan desde marzo de 2011 en la región.
Se mantiene el liderazgo de Putin, quien se consolida y da mayor vigor a la coordinación política con China. Sabe que Rusia es un actor de clase mundial, que tiene influencia. De allí que su política exterior, con todos sus altibajos, va llenando el vacío que la caótica administración del mandatario Trump va dejando por donde pasa, estelas de ineptitud en los trayectos actuales de la globalización.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.