Es indudable, desde ya los procesos de elecciones que culminarán este martes 5 de noviembre están teniendo significativas repercusiones dentro y fuera de Estados Unidos. Las tensiones y la polarización no se han hecho esperar. Son fuerzas que se exacerban y que permiten identificar dinámicas previsibles tanto para la sociedad estadounidense como para América Latina, el Caribe, las actuales zonas de tragedia bélica, y los nexos económicos en el planeta.
Tal y como es de conocimiento general, los resultados previsibles están por demás apretados. Con base en las tendencias del voto popular, hay evidencias contrastantes. Unas encuestas aún persisten -en el voto popular- en establecer lo que sería la victoria de Kamala Harris con cifras de victoria que varían de 1.7% a 2.15%. Otras sostienen que, a una semana de la elección, Trump tiene una favorabilidad de 0.4% sobre su adversaria demócrata.
Considerando que son ciertos esos números, en ninguno de esos casos se puede identificar -ni mucho menos- ninguna victoria segura. Hay antecedentes inmediatos. Hillary Clinton aventajó al republicano en noviembre de 2016 por 2.1% y no fue suficiente. La noche del 9 de noviembre, en ese entonces y contra todo pronóstico, resultó vencedor Donald Trump en el Colegio Electoral.
Exactamente. Es el Colegio Electoral el que cuenta. Se trata de lo que sería una anacrónica institución, cuya estructura y funcionamiento hace que no todos los votos valgan lo mismo. Las tendencias se inclinan porque aquellos Estados de la Unión que tienen menos votantes, marginalmente tienen mayor valor los votos individuales.
Quien sale victorioso en un Estado se lleva todos los electores. De allí que ganar –por ejemplo- en Pensilvania en el voto popular, así sea por un sufragio, es llevarse completos los 19 electores, que en las condiciones actuales son estratégicamente cruciales.
Esto tendería a favorecer a los Republicanos en Estados poco poblados, tal los casos de Iowa, Nebraska, Oklahoma, las Dakotas, Montana, Arkansas. Se trata de la América Profunda, tan rural como necesitada de consignas fáciles y entendibles sin mayores diálogos. Planteamientos simples, donde se impongan las creencias más que el análisis de los argumentos.
En estas condiciones donde el expresidente y candidato republicano Trump lleva ventaja. Se trata del contenido de su campaña, incluyendo insultos y como era de esperarse, de las repercusiones derivadas de la caja de resonancia de personajes como aquellos de la lucha libre profesional en Estados Unidos.
Se sabe cómo votarán, en esta elección, 42 Estados. De allí que son ocho de ellos los “pendulares” o “bisagra” donde se decidiría la contienda. Estos distritos son: Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Minnesota, Nevada, Pensilvania, Wisconsin. De manera oficial -aunque en los pocos días que quedan muchas cosas pueden ocurrir- Kamala Harris se estaría imponiendo en Minnesota, pero las cifras dan muestras de un ascenso sostenido de los republicanos en estados del “muro azul”, es decir Pensilvania, Michigan y Wisconsin.
Como parte esencial de esta dinámica electoral, surgen implicaciones importantes y temas críticos que se han hecho evidentes. Uno de ellos, que ha prevalecido durante toda la campaña electoral es la polarización. Trump, en medio de múltiples cuestionamientos está inmerso en varios casos judiciales. La creciente lucha entre el electorado complica las estrategias de ambos partidos, de allí lo vital de ganar indecisos con más intensidad, en particular en Georgia, Pensilvania, Nevada y Wisconsin.
Además de la polarización, otro tópico que polémico es el referente a la economía y la inmigración. Estos temas están en el centro del debate. Existe consenso entre analistas en cuanto a que, si Trump regresa al poder, es probable que recrudezca su enfoque restrictivo hacia la inmigración y adopte políticas proteccionistas. En cambio, una victoria de Harris puede llevar a mayor apertura hacia la cooperación internacional y a un enfoque quizá más humanitario en la gestión de la frontera con México.
Un tercer tema que implica choques es el referente a la política exterior y con ello, las incidencias en los conflictos internacionales. Es indudable, Estados Unidos enfrenta múltiples desafíos en esta esfera, incluyendo la guerra en Ucrania y las tensiones en Oriente Medio. Un cambio en la administración podría significar un viraje en la postura estadounidense hacia estos conflictos y en las relaciones comerciales globales.
En este sentido es claro que la tendencia a la continuidad -con todo el desgaste del ejercicio del poder para Kamala Harris- está en el bando de los demócratas. Trump juega, como es habitual, a la carta de ser el dado en el aire. Es la expectativa, lo temerario; cada quien identificándose con lo que desea que ocurra.
La tendencia más clara, con una victoria de Trump sería un gobierno centrado en el nacionalismo populista, al menos basado en las ofertas de campaña. Esto conllevaría seguridad fronteriza a lo vaquero, sin remilgos. También aquí se identificarían nacionalismos para impedir la competencia con otros países, ya sea que esos correspondan a emergentes economías latinoamericanas, europeas o del lejano oriente.
Se identificaría una tendencia de continuidad, obviamente, con la elección de Harris. Pero la administración de quien podría ser la primera mujer mandataria en Washington también requeriría de ajustes políticos, económicos y sociales con un fin: acrecentar o bien rescatar la legitimidad interna a la vez que se establecen renovados contenidos y modalidades en cooperación exterior.
Es totalmente explicable, los resultados de la noche del martes 5 de noviembre próximo mantienen a la población en vilo. Puede tocarse el suspenso, mientras las apuestas continúan creciendo: ¿A quién favorecerá la mayoría probablemente silenciosa que no se manifiesta en las encuestas?
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario