El tema ha estado transitando con bajo perfil en la prensa internacional. Incluso en la propia Bolivia la situación no ha sido tan analizada como podría esperarse, estando el país como está, tan vulnerable ante la pandemia del Covid-19, con la débil presencia del Estado y la débil infraestructura institucional en particular, en el ámbito de la salud. A ello es de agregar, la persistente convulsión política interna, con elecciones presidenciales que se han pospuesto ya en varias ocasiones.
El caso que se aborda aquí es el del litio. Se trata de un metal que es relevantemente estratégico para la fabricación de dispositivos tecnológicos de última generación. Crecientemente se tendría la necesidad de contar con este recurso en el desarrollo de tecnologías de punta.
Tómese en cuenta que las baterías con base en iones de litio (BIL) se hacen indispensables en particular por su carácter recargable. Con base en esta propiedad, se han hecho imprescindibles en la fabricación de bicicletas eléctricas, teléfonos inteligentes, construcción de baterías fijas, una gran variedad de herramientas de trabajo industrial, equipos de medicina y autos eléctricos. Es decir, son dispositivos que se ubican en el corazón del desarrollo tecnológico más avanzado, en los sectores productivos que conllevan mayor valor agregado en los circuitos del comercio mundial.
Se ha insistido que Bolivia tendría los mayores depósitos mundiales de litio. Eso, como es de suponerse, coloca a este país en la mira de grandes consorcios internacionales, de empresas transnacionales y multinacionales. Muchas de ellas, en la rama tecnológica, han visto aumentar significativamente sus ganancias durante la actual pandemia.
Una prueba de ello es que este jueves 20 de agosto de 2020, Apple se llegó a valorizar, por más de 2 billones de dólares. Es la primera vez que una empresa llega a una valoración de esa cuantía. Una cifra absolutamente sideral. Esto se relaciona obviamente con el poder y la influencia que estas organizaciones pueden tener con gobiernos de casi cualquier tipo y tamaño. No se diga de Estados latinoamericanos, especialmente pequeños y con débil institucionalidad como es el caso de Bolivia. Ellos están más vulnerables.
Hace tan sólo pocos meses, a raíz de la destitución que las fuerzas armadas hicieron del Presidente Evo Morales, el 10 de noviembre de 2019, mucho se comentó sobre los factores reales que estarían explicando la crisis política que desemboca en que, en las condiciones actuales, quien ocupa la presidencia de Bolivia, es Jeanine Áñez (1967 -). Uno de los factores señalados desde ese entonces ha sido el litio. Como se puntualizaba, Bolivia tendría los mayores yacimientos de este metal en el mundo.
El mayor detonante de lo que sería esta denuncia del factor litio, se tuvo con un tweet dado a conocer por Elon Musk, jefe ejecutivo de Tesla. De todos es conocido que se trata de una empresa multinacional líder en la industria automotriz eléctrica mundial, con una contratación que involucraría a unos 45,000 empleados.
El caso es que Musk, en un mensaje más propio de la película “El Padrino”, llegaría a puntualizar: “Derrocaremos a quienes queramos derrocar”. Típico componente de los anacrónicos caudillos que extrañan el Siglo XIX, que de empresas socialmente responsables. El mensaje fue borrado a los pocos días. Oficialmente se habría aclarado que la empresa Tesla estaba ya obteniendo el litio que requería, desde Australia.
Más allá de la superficie de los hechos, con toda la dinámica y materia prima de estudio que nos puede brindar, más allá de la mención de la superficie de los acontecimientos, es de subrayar el problema fundamental que tienen muchas naciones latinoamericanas relacionado con el extractivismo, con el rentismo.
Uno de los mayores desafíos que en general tiene la región es la transformación de la naturaleza de sus exportaciones. Se requiere que, con la secuencia y los procesos que ello implica, los productos vayan incrementando cada vez con mayor nivel, el valor agregado del portafolio que competitivamente se ofrezca en los circuitos internacionales.
Es obvio que no es lo mismo vender azúcar, banano y café que establecer procesos de producción competitivos en ramas particulares de alta tecnología, con todo el nivel de inversión, de formación del talento humano especializado y toda la voluntad política sostenida, constante, que ello implica.
Todos sabemos, a partir de los postulados sobre comercio exterior, de Singer-Prebisch, que existe una tendencia a los deterioros de los términos de intercambio para Latinoamérica. Esta situación es general. Aunque existan períodos en los cuales el favorable ingreso por exportaciones nos haga olvidar esta condición. A veces creemos “superada” la necesidad de diversificación, de nuevos productos -se insiste- con mayores valores agregados.
Uno de esos tiempos de notables ingresos por exportación fue el comprendido entre 2003 y 2014. Véase en todo caso que, más que por volumen de exportación, los ingresos positivos se debieron a los precios, a la factura que se lograba tener en los mercados.
Exportar mayor valor agregado, requiere de competitividad, de voluntad política como medidas de Estado, más allá de los rasgos de cada gobierno. En todo esto es de valorar también los esfuerzos de integración regional que pueden ayudar significativamente a esta finalidad. Se trata de objetivos recurrentemente postergados en la región.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario.
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