De víctimas a emprendedores | El Nuevo Siglo
Foto Andrés Foronda/El Nuevo Siglo
Sábado, 7 de Abril de 2018
Vivieron el horror del conflicto armado, fueron desplazados y padecieron penurias. Hoy, de vuelta a sus terruños siembran, cultivan y viven en paz.

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Años de abandono pero sobre todo de terror por haber tenido el infortunio de vivir en las llamadas “zonas rojas”, lo que los llevó a ser desplazados por la violencia, tienen en común las historias de la familia Potosí y Oviedo, dos de las miles que durante largo tiempo vivieron ese calvario en varias regiones del país.

La primera está conformada por Milton, Rosa Elvira e hijos; y la segunda por Ruby Esperanza y sus vástagos. Tras ser víctimas de la guerrilla, la que  marcó sus corazones, les hizo pasar penurias y en determinado momento les hizo perder la esperanza de un futuro mejor, hoy tienen un norte de vida y echan raíces en las montañas de los Andes, una en su cima y otra en sus faldas, en Nariño.

Campesinos, colombianos hasta los tuétanos y sobre todo con el tesón que caracteriza a los hombres y mujeres del campo, Milton, Rosa Elvira y Ruby Esperanza son tan solo tres de los cientos de ejemplos que actualmente hay en el país de que hay que sanar para construir y que con la ayuda adecuada es posible volver a empezar, emprender y hasta convertirse en generadores de empleo.

Los Potosí fueron desplazados por las Farc en el año 2000 y con una familia ya a cuestas debieron salir de su terruño. Fueron años difíciles, haciendo rancho donde pudieran y trabajando duramente para sobrevivir. Todo ello en medio de los dolorosos recuerdos de su casa, su tierra, pero sobre todo de la violencia de la que fueron testigos y que llegó hasta a quitarles la palabra. Se volvieron silenciosos, taciturnos y muy temerosos.

Con la firma del acuerdo con las Farc y la partida de los guerrilleros hacia las zonas de concentración, el ambiente en las entrañas de esas gigantescas y hermosas montañas del suroccidente colombiano volvió a ser calmo, se enfrió como es el clima de esa región. Y ello avivó una llama de esperanza para los Potosí. Milton se dio a la tarea de ver cómo recuperar su parcela y fue en esos ires y venires cuando se encontró, un día cualquiera, en la oficina local de la Restitución de Tierras. Y cuál sería su sorpresa cuando al contar su caso fue informado que sería uno de los beneficiarios del programa, que tendría una parcela, por haber sido víctima, junto a los suyos, de la guerrilla.

Con la buena nueva volvió a su rancho, contó la noticia a su esposa e hijos y tras una mezcla de sentimientos, la alegría por tener un pedacito de tierra para poder trabajarla,  la nostalgia tanto por la que habían dejado y el resentimiento por quienes los obligaron a hacerlo, los Potosí comenzaron a trazar un nuevo plan de vida, un porvenir que auguraba mucho mejor.

Así, al poco tiempo, la Unidad de Restitución entregó una parcela a Milton en el corregimiento de Tagua, en esas montañas de los Andes nariñenses donde el frío es intenso aunque el sol esté irradiando con toda su fuerza. En ese terruño a más de 2.400 metros sobre el nivel del mar, empezaron un nuevo capítulo de vida. Una huerta que les da la comida diaria no sólo a ellos sino a varios de sus vecinos, un cultivo de papa próspero y mini-hato ganadero, donde gracias a la tecnología y la ayuda estatal trabaja Milton y da empleo a campesinos de la zona.

“Un día encendí la televisión y vi un programa de campo que me inspiró en el aprovechamiento lechero. Allí me fijé como meta tener una máquina de ordeño y con persistencia y trabajo duro logré tenerla. Hice mi empresa familiar”, narra muy emocionado Milton quien gracias a las capacitaciones aprendió no sólo a maximizar el negocio sino a convertirse en un emprendedor y empleador.

Agrega que “la leche ha sido la bendición que Dios nos ha regalado, hoy puedo decir que la máquina de ordeño me ha facilitado la vida, pues de ella logró obtener 1000 litros diarios, que en cantidad son bien vendidos y además me permite ofrecer empleo a campesinos de fincas aledañas”.

Su mujer, más callada y reservada, lo mira y en principio teme dar opinión alguna. Cuando se decide explica a EL NUEVO SIGLO que “siento dolor y nostalgia por todo lo que vivimos”, pero  que al mismo tiempo “siento muy alegre y agradecida porque hemos logrado sacar adelante”

Rosa Elvira nos cuenta su rutina: “me levanto muy temprano, sin haber salido el sol. Para empezar el día atendiendo primero a mi familia, a los que les hago un desayuno para que se vayan bien alimentados a hacer sus cosas, de ahí arreglo mi casa muy rápido para dedicarme al trabajo que más amo: atender la huerta de verduras que hemos logrado sacar adelante con mi esposo y de la que nos alimentamos cada día. También cuido y alimento a 30 cuyes”.

Los Potosí viven ahora tranquilos, viendo crecer su familia y proyectos, trabajando en comunidad y sanando las heridas que les dejó una violencia que nunca llegaron a entender.

De dos plantas a una empresa

En las faldas de esas mismas montañas, cambia el paraje y el clima. Allí encontramos otra de esas bellas poblaciones nariñenses que aunque alejadas de la capital (a más de dos horas) son fieles representantes de la cultura y costumbres de este bello departamento del suroccidente colombiano.

Más al sur de Tangua, donde los Potosí viven su nuevo amanecer, está el Tablón de Gómez, un municipio de tradición cafetera gracias a su clima templado. Allí, en uno de sus corregimientos, Pitalito, conocimos a Ruby Esperanza Oviedo, otra víctima de las Farc, quien tras haber sido desplazada de sus tierras, en dos ocasiones y presenciar sus bárbaros actos contra la población, pudo volver a ellas, donde hoy día no sólo es una líder comunal, sino una próspera empresaria.

De mediana contextura, expresivos ojos verdes y hablar fuerte, Ruby Esperanza hace honor con su historia de vida, a su segundo nombre. Porque es precisamente la esperanza que siempre tuvo y su aguerrido carácter la que no la dejaron desfallecer en los momentos difícil que vivió por culpa de un frente guerrillero.

Comienza su historia recordando: fui desplazada por el bloque dos de las Farc, a cargo de alias “El Mono”, quien me obligó abandonar mi tierra en dos oportunidades, por sus actos macabros contra la comunidad”.

Pero para ella, al igual que a la familia Potosí, de su vecina Tangua, la vida le cambió en los últimos dos años, ya que no sólo pudo volver y quedarse en su tierra, en el mencionado corregimiento, sino que gracias a su tesón y a la capacitación recibida por la Unidad de Tierras se volvió una emprendedora, se empoderó y hoy funge como una líder de su comunidad en proyectos productivos como el suyo, uno de café.

“Mi mente solo puede pensar  en tres cosas: mi familia, mi negocio y mi comunidad”, dice ella, quien gracias a su labor ha ido empoderando a varios miembros más de la comunidad.

Ruby Esperanza nos relata su rutina: “me levantó a las 5 de la mañana y agradezco todos los días a Dios por las oportunidades que me ha dado, por mis plantas de café que  me he llenado de conocimientos y que me permite manejar esta empresa de manera correcta. Incluso recibo capacitaciones de la Unidad de Restitución de Tierras. Lo primero que hago es atender a mi familia y llenarla de mucho amor, mando a mis hijos al colegio con la bendición de Dios y parto hacia mi cultivo, el cual visito dos veces al día. Es una labor a la que se le debe poner amor y dedicación. Por eso estoy a cargo junto a mi esposo para que juntos lo ayudemos a crecer”.

Su voz fuerte se torna en emoción pura cuando nos dice que actualmente el café que produce hace parte de las exportaciones de Nariño y señala que “es irónico pensar que cuando sembré un par de plantas creí que no iban a progresar, hoy tengo 13.000 mil y gracias a Dios no solo me he beneficiado yo, pues este proyecto me ha posibilitado generar empleo a otras personas que me ayudan a hacer de este café el mejor de Nariño”.