La soledad de los pacientes y los médicos en las UCI | El Nuevo Siglo
Foto Anadolu
Domingo, 26 de Abril de 2020
Redacción Nacional

Tomás Ribero* de 30 años, un médico especialista en anestesiología, en medicina crítica y cuidado intensivo, piensa en la muerte todos los días. Tiene claro, como todos sus colegas, que en algún punto del camino se va a enfermar, pero su obligación es la de estar en el frente de batalla, poniéndole la cara al Covid-19, utilizando una especie de escafandra hecha de máscara, un respirador con filtro, mono gafas, guantes y una careta.

Aun así y a pesar de esa certeza, todos los días llega a su lugar de trabajo, se cambia y desinfecta (acción que tiene que hacer varias veces al día) y comienza sus rondas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de un hospital de alta complejidad en la Capital del país.

Desde que se desató esta crisis, ha tenido a 7 pacientes contagiados con coronavirus y no todos han logrado salir adelante. Así, con la muerte como una vieja conocida que llega sin avisar y que siempre se va acompañada del lugar en el que él trabaja, aún en esos días tristes e inundados de pérdidas, Tomás no ha sido abrazado ni reconfortado por nadie.

Hace ya casi dos meses que no ve a sus papás y no puede dejar de pensar que si ellos se enferman, les da Covid-19 o por alguna razón terminan hospitalizados en una UCI, tendrán que estar solos y algún colega tendría que darle una pésima noticia por teléfono y sin ningún gesto físico de consuelo, como él los ha tenido que dar en estos días de cuarentena. Esa es una cosa a la que le teme y que no quiere tener que experimentar jamás.

Pero así es la guerra que están librando a diario estos soldados: en soledad absoluta y aislamiento, aún al interior de sus casas. Porque aunque ya cuentan con protocolos y con cada paso de lo que tienen que hacer para cuidarse. El aislamiento social está ahí y no va a dejarlo por varios meses más. Entre colegas, amigos y los familiares más cercanos, médicos como Tomás se han ido haciendo a la idea que tienen meses duros, solitarios e, incluso, de discriminación por delante.

 

El reto de trabajar en una UCI

 

Ribero siempre quiso trabajar en una UCI, ese lugar de los hospitales que todos los seres humanos temen y esperan no tener que conocer jamás, pero que en calidad de médico representa todo un reto pues, este es un sitio que los pone a prueba de manera permanente.

Para trabajar en estas unidades hay que ser rápido, ágil y las acciones y las decisiones que toman los médicos que trabajan allí, en fracción de segundos y a veces en el lujo de minutos, pueden significar la vida o la muerte.

 

Acostumbrados a un visitante inadvertido que siempre se va en compañía de un paciente, todos los enfermos que allí residen están, de forma literal, jugándose la vida.

“En cualquier parte de la medicina, los médicos tenemos, en alguna medida, la vida de los pacientes en nuestras manos, pero cuando una persona ingresa a la UCI, hay una amenaza real y directa en donde su vida realmente depende de ti”, le dijo a EL NUEVO SIGLO Ribero, el médico especialista que lleva cinco años trabajando en estas unidades.

 

Un aislamiento en casa

 

Esta semana Tomás perdió a un paciente que padecía Covid-19. No fue un día fácil y cuando llegó a su casa, de hecho cada noche que llega a su casa y deja su ropa a la entrada de su hogar, no puede besar a su esposa o pedirle un abrazo de consuelo. Ella también es médica y durante todo este mes de cuarentena han tenido que mantener la distancia, aun en los momentos más difíciles.

Aún así agradece su suerte, pues no tiene hijos, lo que al parecer hace que el aislamiento al interior de los hogares de de los miembros del sector de la salud sea mucho más difícil de llevar. “Nosotros tenemos la facilidad de que somos pocas personas en el apartamento, pero tengo amigos, compañeros y colegas de trabajo que tienen que dejar su ropa a la entrada y no tienen contacto con sus hijos, lo que es aún más difícil”.

Pero esa no es la peor distancia que ha tenido que vivir este médico, que recuerda con alegría el día que un paciente con este virus que ha puesto al mundo en jaque mate, logró superarlo.

Pero, efectivamente, la de su hogar no es la peor situación que tiene que afrontar este médico que, durante sus primeros años de entrenamiento, tuvo que tratar a cientos de heridos y mutilados que terminaron perdiendo su vida innecesariamente, producto de una guerra absurda y sin sentido como la refiere él. Es la distancia que se ha creado con sus pacientes, con personas que están luchando solas y con quienes es cada vez más difícil manifestar muestras de humanidad.

“Nosotros seguíamos atendiendo a nuestros soldados, a nuestros héroes (así los veo yo), y vimos con mucha frecuencia cómo estos jovencitos estaban poniendo sus vidas en un conflicto absurdo y sin sentido. Eso nos hacía vivir situaciones muy complejas que no tenían el otro tipo del personal de la salud y eso, a uno lo cambia y le enseña a acompañar a los pacientes. Eso es algo que hoy no podemos hacer. No nos podemos acercar a ellos y se han tenido que dar muy malas noticias por teléfono”.

De hecho, para Ribero, un caso que marcó su carrera profesional, fue el de un soldado muy joven que llegó al hospital con una infección muy severa, consecuencia de una bacteria muy peligrosa. “Estuve con él seis horas haciéndole todo tipo de procedimientos pero no lo pude salvar. Estuve con él todo el tiempo. Murió, pero siempre estuve con él”, dice.

Por eso, lo más difícil que él ha tenido que afrontar en estos días de pandemia, ha sido ver a los pacientes de las UCI en completa soledad, con una sola visita de 10 minutos.

Y mientras luchan solos entre el sonido de los ventiladores y una luz menos brillante que la del resto del hospital, los médicos, envueltos en caretas, gafas y mascarillas, no pueden tomarles la mano, mirarlos fijamente a los ojos con una mirada compasiva y decirles que todo estará bien, así eso no sea necesariamente cierto.

Es por eso que lo más difícil para Tomás ha sido tener a un paciente que está perdiendo la batalla, al lado de otro que va a salir adelante y tener que transmitirle a cada uno de ellos su situación: diariamente hace una mueca de alegría, así por dentro este llorando al paciente que acaba de perder.

“Hay que poder expresar a cada una de las familias, con sinceridad, desde todo tipo de lenguajes (no solo el verbal), cómo está su familiar y si no está bien, expresarlo de una manera  humana y clara. Es mucho más fácil dar estas noticias presencialmente, pero ahora cuando podemos hablar con alguien tenemos que tener la cara cubierta”, dice Tomás, segundos antes de referir que no se imagina esa situación cuando la noticia se la den a él.

Por eso insistió en que el reto de trabajar en una UCI es sobre todo humano. Los médicos no son lienzos en blanco: son personas que sienten la pérdida, que quieren evitar la muerte y que tienen que darle la cara a los pacientes y a sus familiares. Y ahora, en medio de esta crisis, estas son noticias que se están dando de una manera distante y hasta cierto punto impersonal, pues así lo dictaminó el virus.