Israel toma la iniciativa | El Nuevo Siglo
/ AFP
Domingo, 29 de Septiembre de 2024

Cualquiera que indague la sucesión de guerras en la historia sabe que una de las lecciones militares más claras es no abrir dos frentes de batalla al mismo tiempo, puesto que un esfuerzo de esa magnitud es por lo general insostenible y desdibuja el objetivo estratégico. Como ejemplos tradicionales de estas circunstancias están, por supuesto, los casos similares de Napoleón y Hitler, que al abrir dos centros de operaciones simultáneos en el este y oeste de Europa, llevaron a pique su intención de dominar el continente.

En ese sentido, muy pocos pensaron que Israel pudiera, en la actual guerra que libra en el Medio Oriente, sostener su embestida defensiva contra los terroristas de Hamás, en la franja de Gaza, y de modo paralelo atacar al norte a sus correligionarios de Hizbulá, en el Líbano.

No obstante, al cumplirse un año del genocidio que sufrió la democracia judía y que cobró la vida de 1.200 ciudadanos indefensos de manos de Hamás y que también significó el secuestro de al menos 220 víctimas inermes en su propio territorio, el 7 de octubre de 2023, se ha producido el desdoblamiento de la conflagración en dos frentes, cuando los israelitas han podido en principio proclamar una victoria (para muchos impensable) ante ambas organizaciones terroristas afincadas territorialmente en Gaza y el sur del Líbano y patrocinadas a la distancia por el gobierno teocrático de Irán, como títeres.

Al fin y al cabo, podría decirse entonces que no necesariamente es una guerra en dos frentes y acaso otros, como en Yemen, si se entiende que el enemigo real para Israel es el islamismo fundamentalista iraní y sus tentáculos terroristas. Un islamismo extremista que se sustenta en la creencia unilateral de que Irán goza exclusiva y excluyentemente de la verdad revelada para gobernar al mundo, por demás y ante todo despojado de libertad y autodeterminación y con un tratamiento lesivo de la dignidad de las mujeres tal como, en igualdad de condiciones, pertenecen y determinan a la especie humana.

Son estas, en efecto, las creencias de los ayatolas, cuyo peor enemigo es, por tanto, el sistema de libertades que en el Medio Oriente es precisamente encarnado por la democracia israelí. No se trata, pues, solo de establecer una autoritaria hegemonía religiosa, sino asimismo de anular la libertad democrática que tanto les escuece en el espejo de la nación judía a la que por ende buscan arrasar. Y que ni siquiera pasa por la idea de dos estados en la zona (uno israelí y otro palestino) porque, sea la raza o religión que sea, lo que interesa a los iraníes en el poder es proscribir a toda costa la libertad y la organización civil que nace de ella. Y que fue el motivo esencial para la escabrosa matanza de hace un año contra la indefensa población israelita cercana a la franja de Gaza.

En la actualidad, doce meses después y contra todos los pronósticos, el gobierno de unidad nacional de Israel, que compromete a las orillas más disímiles del espectro político interno y que está sujeto a la libertad de prensa democrática, ha eliminado las cúpulas terroristas de Hamás y Hizbulá. De hecho, los magnos arúspices iraníes dijeron una y otra vez, luego de la masacre y más recientemente, que Israel era un país demasiado pequeño e incluso atrasado (¡!) para imponerse a Hamás y en particular sobre Hizbulá. Efectivamente llevada a cabo la operación terrorista por Hamás, en la frontera gazatí, desde el Líbano, Hizbulá comenzó, de inmediato y en tenaza, el disparo de misiles por el norte hasta contabilizar, a hoy, un número cercano a nueve mil lanzamientos y el desplazamiento de pueblos y ciudades israelíes enteras del área.

Si los testaferros de Irán pretendían un atenazamiento definitivo de la democracia judía, asfixiada y rendida con base en el terrorismo, el resultado ha sido por lo pronto completamente divergente. La situación se tornó complejísima desde el propio comienzo, visto que los jefes terroristas de Hamás y Hizbulá se escudaron, contra los dictámenes del Derecho Internacional Humanitario, entre la población civil tanto en Gaza como en las afueras de Beirut. Pero ni túneles kilométricos, ni ninguna guarida ha servido a sus propósitos de mantener la barbarie. Como objetivos militares han caído todos a una: inclusive la semana anterior en el Líbano Hassan Nasrallah, el máximo exponente de Hizbulá y uno de los símbolos del terror en el Medio Oriente que en décadas causó estragos a múltiples nacionalidades del mundo. De repeso, los iraníes tampoco han quedado exentos en otras partes.

Luego de la sorprendente aplicación de inteligencia militar y enorme capacidad tecnológica que en los últimos meses ha desplegado Israel y que, de suyo, ha dejado avizorar aquí y ahora las guerras del futuro, ese país toma la iniciativa política que por todos los medios se le ha querido quitar en su derecho a la defensa. Pero aun nada está dicho. Si bien ha quedado demostrado que los terroristas no eran los “intocables” que se pretendían, el camino es todavía largo e incierto. Y el único antídoto a largo plazo sería precisamente una democracia real tanto en Gaza como en especial en el Líbano, donde ojalá se liberen de la coyunda terrorista de Hizbulá, que la ha bloqueado e impedido por lustros.