El verdadero legado de Lorenzo Marroquín Osorio | El Nuevo Siglo
PORTADA del libro PAX en una de sus traducciones al inglés. Muchos críticos le atribuyen el mérito de haber sido una novela precursora del costumbrismo urbano en la literatura latinoamericana. /Foto tomada de Universidad El Rosario



Viernes, 7 de Junio de 2024
Francisco Flórez Vargas

MÁS ALLÁ de la reciente polémica en torno al Castillo Marroquín, cuyo primer dueño ha generado intensos debates por haber intervenido, en tanto hijo del presidente y senador, en los complejos eventos que llevaron a la pérdida de Panamá, poco o nada se ha comentado sobre el verdadero legado del “hijo del ejecutivo”: la novela PAX.

Según Alberto Sánchez “es una novela que debe figurar entre las primeras del continente”. Para Eduardo Santa se trata de una novela diferente de toda la narrativa colombiana escrita hasta entonces, y le atribuye el mérito de haber sido precursora del costumbrismo urbano, género que más tarde desarrollarían autores como José Antonio Osorio Lizarazo, El día del odio, o Clímaco Soto Borda, Diana Cazadora.

PAX también resulta antecesora de las grandes novelas à clef escritas en Colombia, entre las cuales no pueden faltar Los elegidos (escrita por Alfonso López, otro hijo del ejecutivo) y El Tío, cuyo autor aún resulta misterioso. Lo cierto es que, publicada en 1907 con la colaboración de José María Rivas Groot, PAX fue un Best seller que impactó por la agudeza y el humor de su crítica, el escándalo que ello provocó y el contenido altamente sofisticado de su conmovedora trama.

Crítica implacable

Se trata de una crítica irreverente contra el poder en la política, las artes y la sociedad.

La novela es primeramente una crítica implacable a nuestras guerras civiles, fabricadas, según PAX, por los mezquinos intereses de pequeños personajes que ganan con ellas cuotas de poder o de fortuna, sin importar que en el camino el país se despedace.

Así, la novela incluye personajes como los generales Landaburo ‒Rafael Uribe Uribe‒ y Tulbacaín –Benjamín Herrera‒ o políticos como el doctor Alcón –Marco Fidel Suárez‒ que prefieren destruir un país entero con tal de gobernar sobre sus ruinas. De Suárez hace Lorenzo Marroquín una caricatura tan grotesca, de burócrata zalamero y servil, que cambia de partido según las horas de su conveniencia, que el mismo don Marco Fidel tuvo que defenderse y publicar todo un libro en su defensa: Análisis Gramatical de PAX.

PAX se burla encarnizadamente del ya para entonces sacrosanto José Asunción Silva, ‒S. C Mata‒ dibujándolo como un pretencioso afrancesado que en sus delirios de morfina declamaba cualquier perorata que los impresionables provincianos de la época aplaudían como focas. La mofa al Nocturno de Silva –incluida entera en la novela‒ es una joya de la parodia literaria y una protesta de la última generación de románticos, como Marroquín y Restrepo, a los poetas que con Silva y Guillermo Valencia encarnaban el género modernista.

PAX también es un manifiesto nostálgico por parte de quienes se sentían dueños de un mundo hidalgo y bucólico que se acababa, para ser irremediablemente desplazado por el progreso industrial, liderado por clases emergentes que la novela ejemplifica con don Pepe Sierra.

En efecto, Montellano ‒la tosca ridiculización de Sierra, un advenedizo millonario que se enriquece de los empréstitos del gobierno con cada guerra civil‒ compra al héroe de la novela, Roberto Ávila (muy probablemente Roberto De Narváez) su vieja casona paterna, el último patrimonio de la antigua familia Ávila, cuya ruina empezó con la independencia y la interminable ola de violencia que sacudió el Siglo XIX. “Usted asciende –le dice Ávila a Montellano‒ mientras yo desciendo”.

En otro episodio, el melancólico Ávila se queja de los nuevos tiempos y afirma para sí: “mis antepasados, desdeñando la existencia luchaban por la gloria, a mí me ha tocado un tiempo en que, desdeñando la gloria se lucha por la existencia: strugle for life!”

Lo cierto es que, pasados más de 115 años de escrita la novela, ya olvidados los personajes objeto de burla y desvanecidos de la actualidad los incidentes políticos a que hace referencia, PAX sigue teniendo un valor literario único. No solo se trata de una ingeniosa sátira, llena de fina irreverencia y humor. El texto también relata una emocionante historia en que las bajas pasiones de este mundo caído son retratadas magistralmente, mientras una época social y política termina para dar lugar a otra. Es una mirada desde las clases altas ‒las que llegan y las que se van‒ al tránsito del Siglo XIX al XX.

Con las recientes y muy airadas críticas al autor de PAX, ocurre lo que suele pasar cuando desde una época cultural y estéticamente inferior a la pretérita se ataca al pasado: los actuales detractores de Marroquín comparten todos sus vicios y ninguna de sus virtudes. Porque quienes desde hace varias semanas vienen despotricando de Lorenzo Marroquín Osorio son como él, sectarios, arrogantes, intransigentes y malos líderes políticos. Sin embargo, ninguno de ellos, como él, sería en su vida capaz de escribir una composición de la trascendencia, gracia e importancia literaria como tiene PAX.

* Para El NUEVO SIGLO, de la Revista Colombiana de Estudios Hispánicos.