Elecciones de antaño: entre el dedo entintado y la papeleta | El Nuevo Siglo
Se destaca la tranquilidad que se vive hoy en día alrededor de los puestos electorales, que contrasta con lo que algunos calificaron como la ‘fiesta’ que se vivía en otras épocas.
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Domingo, 13 de Marzo de 2022
Redacción Política

Eran otros tiempos en los que un ciudadano, para demostrar que había cumplido con su derecho de votar, no debía mostrar el certificado electoral; solo debía levantar un dedo con la mancha roja en la falange: esa era la mayor prueba de que la persona había introducido su voto en la urna.

Hoy se recuerdan aquellos días de votaciones en que la algarabía y el bullicio acompañaban los alrededores de los puestos electorales, donde el voto era una papeleta y no un tarjetón y donde, incluso, lejos de la Ley seca, y para ir mucho más atrás, la gente se reunía en las tiendas alrededor de un radio junto con unas ‘polas’ o la tradicional chicha para esperar el anuncio de los resultados; otros más acaudalados lo hacían con whisky o brandy.

Anteriormente se podía llegar al puesto de votación con el voto listo. Unas cuadras antes de llegar al lugar, algunas jovencitas o seguidores jubilosos de algún partido entregaban unas papeletas blancas donde se encontraba la lista o el nombre del candidato por quien se quería sufragar; distinto a lo que existe hoy en día, por cuanto el tarjetón únicamente se encuentra en la mesa y es entregado por el jurado de votación.

Así lo recordó el exmagistrado José Gregorio Hernández a EL NUEVO SIGLO: “En elecciones para cuerpos plurales como el Senado o la Cámara, Asambleas o Concejos municipales, no había el actual tarjetón. Antes de la elección presidencial del 90, se depositaban unas papeletas en las que había una lista con todos los nombres, no existía el voto preferente, no había listas abiertas, todas las listas eran cerradas y los primeros puestos eran los que clasificaban según el número de votos”.

“Los partidos recurrían a personas que en las proximidades de los puestos electorales hacían propaganda a la respectiva lista. El votante iba por la calle y de pronto se le presentaba una niña muy querida con gran alegría, le entregaba la lista que ella quería defender; entonces el votante recibía esa lista pero también recibía la de otros candidatos o de otros partidos y él depositaba solo aquella papeleta que le parecía era la mejor. En cambio ahora tiene que reclamar la tarjeta al jurado en el puesto y sobre esa tarjeta marca su voto y lo deposita en la urna. Es muy diferente el sistema, pero igualmente democrático”, narró Hernández.

Hernández sostuvo que por eso cuando se hablaba de la Constitución se nombraba la séptima papeleta, porque había seis papeletas en juego para 1990, la número siete decidía si se quería una asamblea constituyente.

También recuerda lo que muchos llamaban como la ‘fiesta’ de la democracia: muchos pitos, cornetas, afiches, camisetas, confetis, el domingo de la elección, lo que se prohibió por completo por unas normas que se establecieron para evitar que estas personas de las campañas se acercaran a los lugares de votación y garantizar que hubiera total independencia de los votantes.

Hernández asegura que con la proliferación de candidatos que hay ahora se complica un poco desde el punto de vista logístico, “entonces muchas veces las personas no saben muy bien dónde está su candidato, el votante se demora buscando. En esa época había básicamente dos partidos, el Conservador y el Liberal, y algunos movimientos disidentes, pero eran menos partidos; ahora hay muchas listas y mucho candidato, eso hoy por hoy le complica la vida un poco al votante por el manejo de los tarjetones”.



Recuerdos de un votante

Jorge Alba, quien también habló con EL NUEVO SIGLO, hoy cuenta con 75 años y recuerda los buses que llegaban a Corferias en Bogotá, que hoy sigue siendo el principal lugar de votación del país, llenos de simpatizantes con camisetas y gorras de su candidato o partido de turno. Además, recuerda el uso de la tinta indeleble: “Recuerdo muy bien que uno tenía que meter el dedo índice en un frasco de tinta roja con el fin de controlar que no hubiera una doble votación. Pero para esto había trampa porque algunos salían, se bañaban rápido y se aplicaba vaselina en el dedo y votaban otra vez, siempre ha habido la trampa”. Agrega que tanto los curas como las monjas introducían el dedo meñique.  

También recuerda que antes del tarjetón se engañaba a la gente analfabeta, a la cual se le entregaba una papeleta diferente a la que él solicitaba para cumplir con su voto.  

 

La tinta indeleble

El ingeniero químico José Vicente Azcuénaga Chacón, según informa la Registraduría Nacional, elaboró la tinta que durante años tiñó los dedos de los ciudadanos que ejercieron su derecho al voto en Colombia. El plebiscito de 1957 no fue ajeno al uso de esta herramienta que, literalmente, marcó la historia de los procesos democráticos en el país.

“La tinta era una solución de solventes y colorantes, la mayoría de los elementos eran importados”, recuerda Evita del Carmen Barbosa, asistente de Azcuénaga, responsable de teñir el dedo índice de los votantes colombianos con su fórmula de tinta indeleble.

Evita, estudiante de química y flamante funcionaria de la Registraduría Nacional en la oficina de registro y tramitación de la cédula antigua en 1980, obtuvo el aval de trabajar durante cuatro horas como asistente de José Vicente Azcuénaga Chacón, científico reconocido que pasó a la historia como el creador de la llamada tinta indeleble.

Según Evita, a partir de 1982 la tinta siempre fue roja; sin embargo, no siempre fue así, dado que la norma hasta 1948 facultó a los alcaldes para adquirir la tinta o sustancia óptima para teñir la primera falange de los electores.

Durante la primera administración del Registrador Nacional Juan Carlos Galindo Vacha en 2007, se utilizó por última vez este sistema de tinta indeleble para controlar la multiplicidad de votantes.

Curiosamente, esta metodología aún se usa en México, Nicaragua, incluso en países de Europa, para evitar el fraude electoral.

 

La jornada tranquila de hoy

Aunque antes la jornada sin duda era una fiesta, ahora las elecciones transcurren en frío, sin gritos ni arengas, y se concluye que a la larga ha sido positivo que haya tranquilidad alrededor de las elecciones, que la propaganda vaya hasta cierto tiempo, que las encuestas también, porque según afirman las personas consultadas todo esto sugestionaba al elector, alegraba a unos y desesperaba a otros.

Y por eso ellos consideran que hoy se tiene una ventaja en Colombia y es que gracias a esa metodología el día de elecciones es el más tranquilo en el país; están las tropas del Ejército y la Policía desplegada por todas partes, y por eso normalmente ese día no pasa nada en cuanto a orden público.