La urbe sudafricana, de cuatro millones de habitantes, se encuentra en una de las peores crisis de su historia.
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El 22 de abril de 2018 marcaba el día cero en el que Ciudad del Cabo, Sudáfrica, se quedaría sin agua. Con sus cuatro millones de habitantes, sería la primera gran metrópoli en cortar el suministro de este líquido. La urbe, sin embargo, logró posponer la fecha luego de una enorme campaña orientada a cambiar los hábitos de consumo de sus habitantes. Aún así el día cero sigue siendo un fantasma en el calendario que podría ser una radiografía del mundo actual: un cóctel que mezcla cambio climático, malos manejos políticos, y división social y racial.
El viacrucis de Ciudad del Cabo se puede trazar desde la década del noventa. En 1996 la Constitución sudafricana estipuló que el Gobierno central es el encargado de garantizar el acceso al agua potable, lo cual generó una fuerte competencia entre el poder regional y el nacional.
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La provincia Cabo Occidental, de la cual Ciudad del Cabo es la capital, es la única entidad territorial que no es controlada por el Congreso Nacional Africano, el partido de Nelson Mandela. La Alianza Democrática, una agrupación liderada por blancos progresistas, tiene el poder sobre la ciudad, lo que ha generado una rivalidad y serios problemas en la coordinación de políticas públicas.
El Departamento de Agua y Sanidad, que es una autoridad nacional, declaró una alerta ante la necesidad de que Ciudad del Cabo encontrara nuevas fuentes para el suministro del agua para 2015. El Gobierno local se tomó en serio la advertencia y lanzó una estrategia de manejo de agua que incluyó un cambio en la presión del suministro y la detección y reparación de filtraciones en las tuberías. La ciudad se convirtió en un ejemplo mundial del manejo de agua y logró mover la fecha límite al 2017.
Pero en 2015 vino el desastre. La ciudad sufrió la mayor sequía de su historia, que se extendió durante tres años. El Gobierno local le solicitó al Departamento de Agua y Sanidad que destinara menos agua a actividades agrícolas, con un estimado en consumo del 40%, y que realizara inversiones en la perforación de pozos y en el reciclaje de agua. Pretoria se negó a la petición.
Ciudad del Cabo cayó en una nueva crisis, pero esta vez se quedó sin un plan de emergencia y sin la infraestructura para palearla. El Gobierno central vio una oportunidad política para culpar a la Alianza Democrática de la situación, al tiempo que los malos manejos dilapidaron los dineros públicos.
Una espiral de corrupción secó las arcas públicas antes que a las represas; los políticos se gastaron el dinero disponible para la inversión pública. El Estado solo gastó cerca de USD 1.200 millones de los más de 7.000 millones necesarios en recursos hídricos , según la ONG Water Shortage South Africa.
Esta situación, sostenida durante años, significa que tomará más de una década en corregirse el retraso en infraestructura, aun tomando los correctivos necesarios.
Sequía y cambio climático
La principal reserva de agua de Ciudad del Cabo, la represa de Theewaterskloof, es en gran parte un enorme desierto. El agua que antes hacía que se asemejara a un mar interior se evaporó y solo quedan dunas y árboles muertos. Las fuertes sequías y la presión demográfica son los culpables.
Los tres años de una sequía que se supone solo ocurre una vez cada mil años pasó factura, y la pregunta ahora no es si volverá a pasar sino cuándo. Existe un amplio consenso entre los expertos acerca de la repetición inminente de este tipo de eventos debido al cambio climático.
El éxito económico de la región también ha jugado un rol en esta problemática. La provincia de Cabo Oriental tiene una alta concentración agrícola y es reconocida por sus viñedos, que demandan inmensas cantidades de agua. Ciudad del Cabo, por su parte, es un importante centro económico y turístico, lo que la convierte en un polo de desarrollo. En pocos años pasó de tener tres millones de habitantes a ser una metrópoli de cuatro.
El crecimiento demográfico ha supuesto una enorme presión sobre las insuficientes reservas de agua que alimentan la urbe. El consumo, si bien se ha moderado gracias a las campañas de ahorro, sumado a los viñedos, supera la capacidad instalada en infraestructura hidráulica.
Theewaterskloof galopa hacia un escenario en el que el volumen de agua llegará a tan solo el 13,5% de su capacidad, momento en el que se tendrá que cerrar el suministro. A pesar de los esfuerzos por ahorrar en consumo realizados en la ciudad, el fantasma del día cero parece gozar de muy buena salud.
El agua como reflejo de la división social
Las largas filas en los puntos de suministro colectivo de agua se han vuelto un lugar común en Ciudad del Cabo. Los hoteles, restaurantes y centros comerciales han cerrado sus grifos. Las piscinas de los lujosos barrios cercanos a las playas están desocupadas. Todo hace parte de un esfuerzo colectivo para ahorrar el preciado líquido en el que se busca que los habitantes no consuman más de 50 litros por día.
Estas condiciones podrán ser nuevas para la minoría blanca de la ciudad, que asciende al 15,7% del total de la población, pero para la mayoría negra es una realidad con la que conviven desde hace décadas. La escasez, aun en las condiciones actuales, sigue teniendo un tinte racial en Ciudad del Cabo.
Las políticas del Apartheid en Sudáfrica (1948 - 1994) implantaron una segregación racial en la cual la población negra era enviada a las periferias de las ciudades, en lo que ha sido considerado uno de los mayores desplazamientos de personas en la historia reciente. Esto creó zonas urbanas como Imizamo Yethu, un área densamente ocupada por poblaciones negras empobrecidas que no tienen servicios públicos. La vida allí ha sido siempre de escasez y ningún hogar tiene acceso directo al agua potable; siempre han dependido de los puntos públicos de suministro.
Las soluciones para los habitantes pobres de Ciudad del Cabo no llegan. Muchos no tienen cómo transportar el agua desde los puntos de acopio hasta sus hogares. El largo recorrido hace que muchas veces lleguen tarde a sus lugares de trabajo y pongan en riesgo su supervivencia económica.
A raíz de la amenaza del día cero, estos puntos de suministro podrían quedarse secos mientras los ricos barrios blancos se llenan de tanques de almacenamiento, situación que podría desencadenar en un conflicto social y racial de violencia exacerbada y consecuencias imprevisibles.
Mientras tanto, las universidades y las autoridades de Ciudad del Cabo continúan en su campaña de ahorro de agua, sin que una solución definitiva aparezca en el horizonte. Una realidad que estalla en sus manos y que parece ser el presagio de una situación que podría vivir el resto de los más de siete billones de personas que habitan el planeta.