EN LA mañana del 12 de julio de 1785 un fuerte terremoto causó “mucha ruina” a la naciente ciudad de Santafé de Bogotá. El movimiento telúrico casi destruyó por completo varias iglesias contiguas a la Plaza de Bolívar, casas particulares y otras edificaciones, y dejó varias personas muertas y heridas. Al día siguiente se sintieron otras dos réplicas de menor intensidad.
La noticia del fenómeno natural fue publicada en un impreso que se llamó ‘Aviso del Terremoto’ que, con un tiraje de escasos tres números, dio origen al periodismo colombiano.
“El 12 a las 8 de la mañana se experimentó un fuertísimo terremoto que ha ocasionado no poca ruina en la ciudad; la iglesia de Santo Domingo cayó, la nave de el medio de ella, ocasionando la muerte a seis, que se sacaron ya cadáveres y otro cuatro, dos de ellos muy lastimados, y los otros dos sin mayor lesión: la iglesia catedral se ha sentido bastante y su torre se ha abierto de modo que será preciso la descarguen: San Carlos se ha sentido también. El convento de San Francisco está gran arruinado y su torre casi en el suelo: casas particulares son muchas las que amenazan su total ruina, y en fin, todo ha sido origen de confusión y lastimoso el estrago, a las 10 del mismo día repitió y, aunque con fuerza, fue corto; en la noche del trece volvió a repetir otras dos veces, pero no con la fuerza que el primero (sic)”, dice la publicación que reposa en el Archivo General de la Nación (Sección Colonia, Fondo Milicias y Marina).
Este registro forma parte de la muestra documental “Desastres naturales en Colombia” en la que aparecen documentados más de 20 eventos naturales ocurridos en nuestro territorio y en países vecinos como Venezuela, Ecuador y Perú, ocurridos entre 1644 y 1983.
La muestra incluye testimonios de otros eventos telúricos de importancia como los de 1644, que azotó la ciudad de Pamplona; el de 1743 en pueblos del oriente cundinamarqués, como Cáqueza; los temblores en Popayán y Buga en 1766; los de Chaparral, Honda e Ibagué en 1826, que también afectó la Provincia de Tunja.
Igualmente, se describe el terremoto de Tumaco de 1840 y que dio pie para que en 1870 se ordenara a las iglesias “mantener las puertas de los templos abiertas y sujetas a la pared con ganchos y cadenas, por temor a los temblores”, así como el terremoto de Cúcuta de 1875, y el que azotó a Popayán, Timbío y Cajibío (Cauca) en 1983.
La exposición ilustra también fenómenos naturales en países vecinos como los ocurridos en Mérida (Venezuela) en 1674; Lima (Perú) en 1746, y los sismos de 1745 en Esmeraldas y Quito en 1797. De este país también están documentadas la erupción de los volcanes Cotopaxi (1745 y 1768) y Tunguragua (1773), ambos en Ecuador; y las graves inundaciones en Popayán hacia 1942.
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Exposición
La muestra documental, que se inauguró el pasado 13 de octubre, coincide con la conmemoración del Día Internacional para la reducción del Riesgo de Desastres, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 1989, y que para este año se celebró con el lema “Alerta y acción tempranas para todos”.
De acuerdo con el secretario General de la ONU, António Guterres, el propósito de esta fecha era “conseguir que en un plazo de cinco años todas las personas del planeta estén protegidas frente a desastres por sistemas de alerta temprana”.
Y es que, en el caso colombiano, a lo largo de nuestra historia las calamidades por fenómenos naturales han sido tantas y tan variadas, que algunas están documentadas desde la misma llegada de los conquistadores europeos a nuestro territorio.
Pero no han sido solo sismos. Inundaciones, erupciones volcánicas, avalanchas y lluvias inclementes, mareas, vientos y ciclones, incendios, rayos y tormentas eléctricas, sequías, plagas, pestes y epidemias forman parte de este tipo de situaciones, muchas de ellas ocasionadas por acción del propio hombre.
Entre otros testimonios que reposan en los documentos que custodia el Archivo aparecen algunos casos sobre escasez de víveres, derrumbes e inundación en minas, asonada de langostas, desbordamiento de ríos, incendios en Guayaquil, Magangué, Támara, Portobelo, Barbacoas, Mompós, y contagio de viruelas, de sarampión y pestes, entre muchos otros.
Algunos testimonios
“(…) a los tres de abril de este año de seiscientos y cuarenta y seis, con un grave terremoto, cual jamás se ha visto en esta Provincia desde su primera fundación, el cual, aunque no duró mucho tiempo, fue tan vehemente y fuerte, que si se continuase algo más, totalmente arruinaría esta afligida y opresa Ciudad (sic)”. Así describió el presbítero Bartolomé de Mázmela y Poveda cómo se vivió el terremoto ocurrido en la provincia de los Muzos, en el Nuevo Reino de Granada, en el año 1646.
Entre muchos otros documentos de desastres naturales aparecen el desabastecimiento de trigo por sequía en Santafé (1606); la reconstrucción de la iglesia de Cajicá, afectada por el temblor de 1616; el terremoto de 1743 que golpeó los municipios de Ubaque, Choachí, Fosca, Une, Chipaque, Cáqueza, Fómeque y Usme; y de 1744, que dejó la iglesia del pueblo en ruinas y cuya reconstrucción fue avaluada “en cuatro mil quinientos patacones”.
También se documentan los incendios de Panamá en 1756, Guayaquil (1765), Magangué (1767); los temblores de 1766 en Popayán, Buga y Cali, y las conflagraciones provocadas en 1770 en Mompós y Santa Marta, “costumbre anual de dar fuego a las sabanas y playones para mejorar pastos y facilitar más aumento de a la cría de ganado vacuno (sic)”.
La muestra documental señala que entre 1780 y 1787 se registraron fuertes vendavales y lluvias de gran intensidad en Cartagena, Riohacha, Barbacoas y Darién (Chocó), y el terremoto de Riohacha de 1801.
En la Sección República, Fondo Gobernación Varias, se documenta el sismo de 1834 en Mocoa. Incluso, en 1848 se registró en Honda (Tolima) el derrumbe del Páramo de Ruiz, quizás el primer antecedente del deshielo que sufrió el volcán Nevado del Ruiz en 1989 que sepultó a Armero dejando 25 mil muertos.
Este testimonio recoge lo dicho por el Gobernador del Cantón de Mariquita donde informa que “la cantidad de nevado que amenaza caer sobre las vertientes del río Gualí, puede producir en el deshielo una inundación que arruinaría todo lo establecido a las orillas de aquel río, principalmente la ciudad de Honda, que sería inevitable”.
La respuesta oficial a este documento, en nota marginal, señala al Gobernador que “se debe dar toda la publicidad posible al hecho, para estar prevenidos todos los habitantes”.