Un análisis hecho en la cuenca Las Palmas (en Envigado, Antioquia) demostró que cuando llueve las parcelas de cultivo de papa aportan 15 % más sedimento -partículas de suelo, rocas, arena- que aquellas de pasto destinado para ganadería, y un 80 % más que las de bosque. Este hallazgo es crucial para avanzar en la toma de decisiones para prevenir y mitigar la problemática.
La erosión del suelo es la pérdida de su capa superficial, en la que están la mayoría de nutrientes, y se trata de un problema mundial porque evita el cultivo exitoso de la tierra y el paso o la infiltración de agua, lo que pone en riesgo la disponibilidad de estos recursos para todas las formas de vida.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), casi 2.000 millones de hectáreas de tierra se han visto afectadas por la erosión, lo que perjudica a más de 2.000 millones de personas en el mundo, y que tiene como uno de sus principales causantes la lluvia. “Las gotas de agua golpean con fuerza el suelo, levantando y arrastrando partículas de tierra. A eso lo llamamos erosión hídrica, cuyo nivel de impacto dependerá de otros factores, entre ellos, el uso que se le esté dando al suelo”, explica María Marcela Pérez Jiménez, magíster en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la Universidad Nacional (UNAL) Sede Medellín.
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Por eso, y como hasta ahora no se habían hecho investigaciones en condiciones reales bajo lluvia natural -en su mayoría se han hecho con simuladores de lluvia o modelos matemáticos-, la magíster Pérez decidió evaluar qué tan susceptibles son los andisoles a la erosión hídrica. “Los andisoles constituyen el 30 % del territorio colombiano y son suelos casi perfectos: derivados de ceniza volcánica, fértiles y con muy buen drenaje porque son porosos y presentan alta permeabilidad. Sin embargo, también se están viendo degradados”, agrega.
Se ubicó entonces en la cuenca Las Palmas, en el municipio de Envigado (Antioquia), en una época de transición: de mayor a menor intensidad de lluvias (de octubre a diciembre). “Allí instalamos unas parcelas de lluvia-escorrentía, que básicamente consisten en delimitar el suelo en porciones y poner al final de la delimitación de la parcela y de la pendiente un canal que recoge el agua de escorrentía, infiltración y percolación a un sistema de tanques”.
También instaló pluviómetros manuales para medir el volumen de lluvia, y sensores para monitorear la humedad del suelo. Así mismo, tomó muestras del suelo cada ocho días y las llevó al laboratorio para correlacionar la información. “En total instalamos 6 parcelas: 2 en bosque, 2 en pasto (destinado para ganadería) y 2 en cultivo de papa, todas con diferentes características. Cada día las visité y tomé muestras del agua de los tanques, filtré los sedimentos, llevé los filtros al laboratorio, los puse a secar al horno y los pesé”.
Luego todos esos datos (volumen de lluvia, humedad del suelo, cantidad de sedimento, etc.) los correlacionó estadísticamente. “Así nos dimos cuenta de que efectivamente los andisoles, aunque tienen propiedades muy favorables, sí se ven afectados por el manejo y el uso que se les da. Las parcelas de cultivo de papa, por ejemplo, fueron las que tuvieron mayor arrastre de sedimentos: 15 % más que las de pasto y 80 % más que las de bosque”.
Esto último puede explicarse porque para cultivar se debe remover la tierra, lo que acelera “manualmente” el desprendimiento y la exposición del suelo. “Por otra parte, las coberturas de bosque fueron las que mostraron mejores características, pues tenían mayor humedad –lo que permite que la zona se regule hidricamente (propiciando la disponibilidad del agua)– y mayor presencia de hojarasca y cobertura vegetal, lo que disminuye el impacto de las gotas de lluvia.
“En general, la respuesta de los andisoles estuvo altamente influenciada por el uso y el manejo del suelo, más que por las propiedades del mismo. Por esto, desde la ciencia y los entes tomadores de decisiones se debería controlar la dinámica del uso y manejo del suelo, especialmente en zonas que son susceptibles a la erosión hídrica. De igual modo, deberían aumentar los estudios en entornos naturales y bajo diferentes condiciones y épocas, como el fenómeno de La Niña, con el fin de ampliar los conocimientos en la relación suelo - agua”, finaliza la magíster Pérez. puntualiza la magíster Pérez.