Apenas amanece y 150 voluntarios empiezan a rodear poco a poco, en uno de los estanques de las salinas de Aigues-Mortes de Francia, a cientos de crías de flamencos para poder etiquetarlas, con el fin de proteger mejor a esta especie emblemática de las zonas húmedas, amenazada en todo el mundo.
Cuando los humanos, vestidos con camisetas de vivos colores, se acercan a los cerca de 900 polluelos grises, los flamencos adultos echan a volar hacia las murallas doradas de Aigues-Mortes.
“¡Venga, vamos!”, lanza Pierre, responsable del equipo “amarillo” de voluntarios que, ya dentro del estanque, van dirigiendo a los polluelos hacia un recinto cerrado de yute y madera, en la orilla.
La operación está dirigida conjuntamente por el instituto de investigación para la conservación de humedales del Mediterráneo Tour du Valat y el grupo Salins, que gestiona 8.000 hectáreas de paraje excepcional en Aigues-Mortes y sus alrededores.
Apretujados en la orilla, los polluelos, de entre uno y tres meses, todavía no saben volar. Los voluntarios los van tomando uno a uno, antes de que expertos les anillen las patas, desmesuradamente largas.
Algunos se estrujan contra su “cargador” (el voluntario) y otros se debaten por escapar. Se miden las patas y las alas de los polluelos, que también son pesados.
Tras esto, el “cargador” lo de vuelve al agua. “¡Venga, poco a poco!”, le murmura Magali a un polluelo que patina en el fango y que no consigue llegar al agua.
Un huevo al año
“Esta mañana anillamos a unos 675 polluelos, lo que consiste en ponerles los anillos, uno metálico con un número único del Museo de Historia Natural y uno de PVC con un número alfanumérico único que identifica a cada individuo y que se puede leer a distancia”, explica Jean Jalbert, de 57 años, director del instituto Tour du Valat.
“Gracias a estos anillos, desde hace 41 años, hemos podido seguir el rastro individualmente de los flamencos un poco por todas partes”, especialmente en torno a la cuenca mediterránea, explica.
Científicos y oenegés ecologistas de España, Italia, Turquía, Argelia, Túnez, Marruecos y Mauritania constituyeron una red internacional de intercambio de datos de estas aves de entornos húmedos, amenazadas por la urbanización y la contaminación.
Así, Tour de Valat cuenta con cientos de miles de datos para entender el comportamiento y la historia de cada flamenco etiquetado. “Es absolutamente valioso para comprender la ecología y la biología de esta especie y poder adaptar las medidas de conservación adecuadas”, subraya Jalbert.
Gracias al anillado, se sabe que el flamenco común vive varias décadas, que cambia todos los años de compañero, a los que busca entre su grupo de edad, mientras que los “viejos” y las “viejas” están considerados los mejores reproductores. Las hembras solo ponen un huevo al año.
Se trata de una especie “atípica” en términos de migración, algunos se quedan en Camarga (sur de Francia) y otros migran hacia África del Norte en invierno. Otros tienen un comportamiento “errático” y migran en función de las circunstancias.
En todo el mundo habría censados unos 500.000 flamencos rosa. De estos, 50.000 estarían presentes en la costa mediterránea francesa en época de reproducción, mientras que en invierno solo se quedan 20.000.
La especie se vio muy amenazada en los años 1960. “En la actualidad, se estima que está en buen estado de conservación”, señala Jalbert. Pero las salinas y las grandes lagunas litorales que son “necesarias para la supervivencia están desapareciendo a una rapidez alarmante en el planeta”, advierte el especialista.