‘Mamá, estoy del otro lado’, el último mensaje de Melvin | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Julio de 2022
Redacción internacional con AFP

JOSÉ Mario y su familia pasaron 18 horas en la caja helada de un tráiler rumbo a Estados Unidos. Aunque fue tormentoso, agradece no haber corrido la suerte de 53 migrantes que aparecieron muertos en un container asfixiados por el calor en San Antonio.

Hasta último momento este hondureño, que permanece en México con su esposa y tres hijos, intentó eludir la opción del remolque porque sabía que muchos migrantes han fallecido en esos vehículos, por lo general atestados y sin ventilación.

Pero los "coyotes" (traficantes de personas), a quienes parientes habían pagado 13.000 dólares por llevarlo a Texas junto con su familia, no le dieron alternativa.

"Uno cuando hace el trato lo primero que les pide es que no lo vayan a montar al contenedor, pero ya en el camino hacen lo que quieren", dice José Mario Licona, de 48 años, en un albergue de Ciudad Juárez (Chihuahua, norte).

Allí llegó hace dos semanas con su esposa e hijos de ocho, seis y dos años, tras ser expulsados por autoridades estadounidenses.

Habían cruzado la frontera desde Reynosa (Tamaulipas, noreste), a donde llegaron en tráiler desde Ciudad de México, un medio que aterroriza a José Mario

Tenía en la memoria el accidente de un remolque que dejó 56 migrantes muertos en una carretera de Chiapas (sur) el 9 de diciembre de 2021; ahora se suma la tragedia de San Antonio (Texas), donde otros 53 murieron asfixiados el pasado lunes.

"Muchas veces dejan abandonados los contenedores" con la gente encerrada, señala.

José Mario cuenta que en el camión viajaban un centenar de personas y "no fue revisado nunca por ninguna autoridad" en los más de mil kilómetros de recorrido.

El de la desgracia de San Antonio, cuyo punto de partida se investiga, pasó por dos puntos de revisión migratoria en Texas, según el gobierno mexicano. Sus placas, licencia y logotipos fueron clonados.

En un hecho similar en San Antonio, en 2017, murieron ocho migrantes; otros 19 perecieron en un contenedor en 2003.

Comerciante, José Mario emigró de su natal Colón el pasado 20 de mayo tras sufrir un asalto en el que recibió un disparo en el brazo, que aún le produce fuertes dolores.

El viaje en tráiler fue tan "terrible" que hoy se arrepiente. "Estaba muy frío, ese sí traía aire helado. A mis niños les puse dos pantalones, tres camisas y una colcha para arroparlos. Durmieron, no sintieron el camino, traíamos suero para darles pero al final no los quise despertar. Gracias a Dios, aquí estamos", relata.

La baja temperatura también le intensificó el dolor del brazo, pero su mayor preocupación era alcanzar Texas, donde finalmente la familia se entregó a la patrulla fronteriza con la esperanza de obtener refugio.

Hoy esperan una "excepción humanitaria" para ser admitidos.

Migrantes entrevistados por la AFP en otros refugios fronterizos cuentan que los viajes en remolque duran hasta dos días y que van amontonados como "animales", pues en un vehículo pueden meter a 400 personas.

Por el calor extremo, algunos se desmayan o se quitan la ropa, abren desesperadamente huecos en las cabinas, además de que no reciben comida y evitan tomar agua para no tener que orinar.

Cuando los contenedores son refrigerados es como estar en un "congelador", describió una joven luego de la tragedia de Chiapas.

Por eso Jenny, quien emigró de Honduras con sus hijas de 8 y 14 años, rechazó subir a un tráiler en Villahermosa (México) y continuó su travesía sin "coyotes".

Pese a ser denigrantes, los viajes en tráiler son costosos y a menudo financiados por familiares en Estados Unidos. A Jenny le cobraban 7.500 dólares por persona.

Son manejados por "redes cada vez más complejas. No viajan con un solo coyote, estamos hablando de empresas criminales", declaró Dolores París, especialista en migración del Colegio de la Frontera Norte.



La reciente tragedia

El mundo volvió a sorprenderse el lunes pasado con el macabro hallazgo de un trailer abandonado en cuyo interior murieron 53 migrantes, de los cuales 27 eran de México,14 eran de Honduras, siete de Guatemala, dos de El Salvador y se desconoce aún la nacionalidad de otros tres.

Especialistas estiman que dentro de ese remolque la temperatura pudo alcanzar los 65ºC, en esta zona donde el sol golpea con furia.

La última vez que Melvin se conectó con su madre, en Guatemala, fue para decirle que ya estaba "del otro lado", en Texas, Estados Unidos, donde horas después moriría dentro de ese remolque.

En Houston, su destino final, lo esperaba su padre, Casimiro, quien trabaja allá hace un año. La familia en su aldea natal Tzucubal, en el municipio de Nahualá, unos 160 km al oeste de la capital guatemalteca, aguardaba la confirmación del arribo exitoso de este adolescente indígena de 13 años.

Pero la llamada que entró fue la de las autoridades para confirmar lo que ya presumían. Que su familiar estaba entre los migrantes hallados muertos dentro del contenedor de un camión abandonado en San Antonio, Texas.

"En el caso de nuestro familiar, nos enteramos (que había llegado a Estados Unidos) a través de un mensaje que él mandó con su mamá el lunes por la mañana. Luego el martes (supimos de la tragedia) por las redes sociales", narra María Guachiac, prima de Melvin. La familia no sabe cómo terminó dentro del camión.

Melvin, quien aún estaba en la escuela, viajaba junto con su primo Wilmer Tulul, de 14 años, quien había dejado el colegio para buscar trabajo en el pueblo, dedicado al cultivo de maíz y frijol para consumo propio.

Entre los árboles de pino, las casas de barro y techos de zinc de esta aldea maya quiché resaltan otras viviendas de varios niveles hechas de cemento, construidas por quienes tienen familiares en Estados Unidos y envían dinero.

Melvin tenía "grandes sueños, de tener un buen futuro, salir de la pobreza, seguir con sus estudios y ayudar a sus padres a tener una buena vida y a su hermanito", de seis años, explica María.

Wilmer emprendió la travesía hacia Estados Unidos para reunirse con un hermano mayor y solo pretendía vivir un par de años para construir una vivienda y retornar.

Su abuelo materno, Juan Tepaz, de 63 años, dice que su nieto partió por la miseria en que viven y sin posibilidades de mejorar la vida en su propia tierra. No habla mucho, sus palabras se ahogan en lágrimas.

Cada año, miles de centroamericanos intentan llegar a Estados Unidos de forma irregular en busca de un empleo, huyendo de la pobreza y violencia de sus países, y una crisis económica agudizada por la pandemia de covid-19.

En México también hay dolor. Entre los migrantes fallecidos hay 27 mexicanos.

"Jair, háblame, 'mijo'. Hijo, háblame". Los mensajes escritos por WhatsApp de Teófilo Valencia a su hijo permanecen con un solo check gris, sin confirmación de entrega ni de lectura, desde el 28 de junio, un día después del accidente en Texas.

Jair, de 19 años, su hermano Jhovani, de 16, y su primo Misael, también de 16, mexicanos, partieron desde San Marcos en Naolinco, Veracruz. Cruzaron el río Bravo el lunes y entraron a Texas por la madrugada.

La familia sabía que las personas que los transportaban iban a subirlos posiblemente a un tráiler para llevarlos a San Antonio. Desde aquel día no tuvieron noticias de ellos.

"Ellos estaban bien emocionados porque estaban a un pasito de llegar con la persona que los iba a recibir para buscarles trabajo (...) Por lo que pasan las noticias, por los horarios, estamos seguros que iban allí", en el tráiler, dice Yolanda Olivares, madre de Jair y Jhovani.