¿El conservatismo en crisis? | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Julio de 2019
  • Gajes de una entrevista a Putin
  • Avemarías ideológicas en predio ajeno

 

 

El conservatismo no es exactamente lo que dice la prestigiosa revista The Economist en la edición que comenzó a circular, ni mucho menos es cierto que la “idea conservadora” esté en crisis en el mundo…

Este aserto lo trae la publicación británica en un extenso ensayo político de esta semana, por demás bastante completo al tenor del actual contexto internacional, para contradecir los comentarios de Vladimir Putin en una entrevista al Financial Times, según la cual lo que verdaderamente está en crisis en el planeta es la “idea liberal”. Que además califica de “obsoleta”. Y para replicarle al líder ruso, palabras más palabras menos, The Economist sostiene que no es el concepto del liberalismo el que está en problemas, sino el del conservatismo por cuanto la derecha en el poder, en diferentes países, ha erosionado los fundamentos doctrinarios conservadores.

De este modo, y para hacer hincapié en su línea editorial, se pasa al predio del vecino y retoma sus principios liberales para exigirle, de algún modo, al conservatismo que despierte frente a la usurpación de su ideario por parte de la derecha en naciones como Estados Unidos, el Reino Unido y Brasil, o ante el programa de los partidos derechistas en ascenso, en países como Francia, Italia, España, Hungría y Alemania, entre otros. Y esa es la manera paradójica de contestarle a Putin.         

De hecho, en una publicación más o menos reciente la misma revista, al cumplir los 175 años de fundación, ocupó buena parte de su ejemplar de aniversario en hacer un extenso recorrido del concepto del liberalismo universal, desde entonces, para llegar en suma a la conclusión de que el antídoto que el mundo necesita, frente a la supuesta regresión de la “idea liberal”, es extremar el liberalismo. Pero una cosa, en nuestro sentir, es el liberalismo como un conjunto de instituciones que permiten vivir armónicamente en sociedad y que por esa vía asimismo permite buscar el bien común, a través de los canales democráticos y las reformas necesarias, y muy otra es la noción de que lo ideal es recargar la sociedad de un individualismo extremo como catalizador y respuesta de los tiempos contemporáneos.

Por el contrario, esa exacerbación de lo individual sin ningún sentido colectivo, siendo esto último el corazón de lo conservador, es el abismo al que puede llevar la era tecnológica sin en vez de personas lo que se produce son autómatas. Que es, a fin de cuentas, el riesgo que se corre cuando la noción de lo humano pierde todo alcance y vigencia, abandona el terreno y queda libre para la incursión del materialismo de cualquier índole. La ingeniería social, bien practicada por los totalitarismos de izquierda o derecha, desde el punto de vista político, bien por la tecnología materialista, desde el punto de vista económico, concurre al mismo propósito de reducir lo humano a la inanidad. Y eso, desde luego, es anti conservador, puesto que en el conservatismo prima ante todo el factor humano y el desenvolvimiento personal y social.

Por supuesto, como dice The Economist, el conservatismo es una forma de ser. Y también es cierto que liberales y conservadores son hermanos ideológicamente desde las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa. Pero también es cierto que el concepto de “contrato social” es, desde que surgió el mundo moderno, diferente en el liberalismo y el conservatismo. En el primero, con base en Rousseau, la sociedad es apenas la suma de intereses particulares inmediatos que en ese resultado amorfo llevan al interés general; para el segundo, con fundamento en Burke, la sociedad es, en cambio, un todo colectivo en donde comparten las generaciones previas, las presentes y las venideras.

De este canon ideológico, por ejemplo, proviene la tesis contemporánea y eminentemente conservadora del desarrollo sostenible, de acuerdo con la cual la naturaleza y los ecosistemas deben explotarse en el presente, dentro de la economía de mercado, pero sin desmedro para las generaciones futuras. En consecuencia, no tiene ello que ver con el llamado neoliberalismo, cuya prioridad es la prospección individual sin mayores vínculos sociales, mucho menos intergeneracionales.

Es por ello, tal vez, que el conservatismo prefiere la experiencia a la experimentación; la certeza a la aventura; la cultura común y la proyección de una identidad compartida a la utopía y el cambio incesante. Desde luego, propicia el cambio como una fuerza motriz indispensable, pero como medio y no como fin. Las tesis de Von Hayek, que The Economist trae a cuento para señalar que el conservatismo quiere el statu quo, hace tiempo dejaron de ser válidas al respecto. No es a partir de la premisa del progreso indefinido como se puede medir la condición humana.

Ciertamente no es la derecha la que tiene la interpretación conservadora adecuada, si ello implica populismo, antidemocracia, y fractura institucional. Pero tampoco es la “idea liberal”, si ella se traduce en un individualismo a ultranza y un materialismo enfermizo, la que pueda señalar el sereno y práctico horizonte conservador.