Un primer aspecto a aclarar aquí es el concepto de economía real. Se refiere la misma al ámbito de la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Se distingue de la economía financiera, la que se ocupa de operaciones más bien bursátiles, transacciones de acciones y bonos, actividades con derivados financieros.
Mientras la economía real tiene un indicador en el producto interno bruto mundial, de cerca de 84 trillones -millones de millones de dólares, 10 elevado a la potencia 12- al año, la economía financiera estaría movilizando anualmente unos 800 trillones. Esto es muy importante para comprender las crisis localizadas o sistémicas que se han producido últimamente. Para sólo mencionar algunas de ellas: México, 1994; Sudeste Asiático, 1997; Rusia-Brasil, 1998; crisis sistémica de bolsa 2000, 2001; crisis inmobiliaria, 2007; crisis sistémica financiera 2008.
Lo que se desea destacar aquí es que la competitividad y la productividad de todo país es algo indispensable para lograr crecimiento de la producción. Esto es indispensable, aunque no suficiente para alcanzar el deseado desarrollo económico y socio-político en los diferentes países. Un desarrollo que sea competitivo en lo económico, equitativo en lo social y sustentable en el manejo racional de los recursos, especialmente aquellos que pertenecen a los sistemas naturales renovables -agua, suelos, bosque, germoplasma-.
A su vez, asegurar el crecimiento económico va acompañado de garantizar cuotas satisfactorias de formación de capital fijo en los mercados. Este rasgo, como se sabe, relacionado con la incorporación de tecnología, equipos y procesos productivos, edificios, bienes inmuebles. Esta formación de capital fijo se relaciona estrechamente con la creación y fomento de empleos productivos. A partir de esto, se pueden promover efectivamente niveles mayores de demanda en los mercados, lo que constituye un poderoso estímulo para el desempeño empresarial.
Con base en lo anterior es importante determinar cuáles han sido los niveles de formación de capital fijo en las diferentes economías de Latinoamérica y el Caribe.
De manera resumida, existe un primer grupo -extraordinario- Panamá con 42% del producto interno bruto (PIB), seguido de República Dominicana con 35%. Con estos niveles de inversión en la economía real, los países referidos confirman su trayectoria: la tendencia ha sido que estas dos naciones han tenido el mayor crecimiento acumulado en las primeras dos décadas del Siglo XXI en Latinoamérica y el Caribe.
Un segundo grupo, arriba de 25% de inversiones en la economía real, como proporción del total del PIB, está conformado por Paraguay, 27%; y Chile, 25%. A ellos les siguen un tercer grupo (con inversiones entre 20 y 25%): El Salvador, 20%; Colombia, Ecuador, México, Nicaragua y Perú, cada uno con 22% y Honduras con 23%.
Es de aclarar que el ajuste de estos datos se basa en una actualización que llevó a cabo el Banco Mundial en una reciente publicación. No todos los países reportan el mismo año, pero el período se refiere a cuantificaciones de entre 2019 y 2022.
El último grupo está conformado por los países que invierten entre 15% y 20% en formación de capital fijo, en función de su PIB. Aquí está Uruguay y Costa Rica, cada uno con 19%; Brasil y Bolivia, cada uno con 18%; Argentina y Jamaica con 17%.
Finalmente, el país de más baja formación de capital fijo como indicador de inversión en la economía real en el ámbito de su mercado interno -en comparación con los otros países de la región latinoamericana- es Guatemala, con un 15%. Este es un dato bastante bajo que se relaciona con la naturaleza disfuncional de la sociedad guatemalteca. Un ejemplo de ello lo vemos en las dinámicas caóticas que acompañan los procesos políticos de las pasadas elecciones, por ejemplo, de segunda ronda electoral del pasado 20 de agosto.
Con base en los datos anteriormente referidos, solamente los países de Panamá y de República Dominicana, tendrían una condición comparable con la de naciones del Sudeste asiático. Es decir, tienen este ingrediente estratégico, vital, de la inversión en la economía real, mediante el cual se aseguraría una vía sostenible de crecimiento económico. Todo ello, basado en los efectos multiplicadores que repercuten en el empleo, el consumo, la perspectiva optimista del futuro, y en función de ello, el mayor dinamismo del crédito.
De nuevo, es de reiterar que tanto en el sudeste asiático como en América Latina, existen dos enfoques contrastantes de política económica. En el primero de los casos se privilegian las dinámicas que desembocan en crecimiento económico y empleos, más que en compensaciones por la elevación de precios. En Latinoamérica, la mayor preocupación es la estabilidad. Se sacrifica muchas veces el crecimiento y el aumento de oportunidades laborales en función del control inflacionario.
Por supuesto, nadie desea regresar a las inflaciones galopantes que azotaron a las economías latinoamericanas durante buena parte de los años ochenta. Nadie. Pero, por otra parte, en función de un vigoroso devenir de los mercados internos, un enfoque más integrado entre crecimiento económico, control de inflación y generación de empleo se impone como perspectiva fundamental de los bancos centrales y los sistemas económicos de la región.
* Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
(El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna)