Su tercer título mundial, conseguido en México-1970 con la mejor selección de todos los tiempos, quedará en el recuerdo como la obra maestra de Pelé, deslumbrante durante el torneo y movido por un espíritu de revancha tras lo sucedido en Inglaterra-1966.
De Pelé conocíamos su talento infinito, su inagotable amor por el juego, pero también su emotividad, descubiertas con sus lágrimas de felicidad cuando a los 17 años ganó su primer Mundial en Suecia-1958.
En cambio, de Pelé conocíamos menos su carácter tenaz, su voluntad de hierro y su rechazo al fracaso. Y el más grande que sufrió fue en 1966, donde su deseo de conseguir un tricampeonato mundial histórico se desvaneció por los golpes alevosos que le dieron el búlgaro Zhechev y el portugués Morais, que lo dejaron maltrecho y le costó a Brasil la eliminación en primera ronda.
Pero Pelé se juró tomarse revancha y disputa un Mundial más. Durante dos años, tras Inglaterra-1966, no jugó ni un partido con la selección auriverde.
Pero a partir de 1968, una joven generación de talentosos jugadores fue madurando a su alrededor. Y comprendió que junto a Jairzinho, Tostao, Rivellino y Carlos Alberto tenía una oportunidad única: convertirse en el primer jugador en ganar tres Mundiales. Y hasta el presente el único en la historia.
Su convicción se convirtió en certidumbre cuando su gran hermano Mário Zagallo, con el que fue campeón del mundo en 1958 y 1962 en la cancha, aceptó convertirse en el director técnico de la Seleção.
En su mejor momento
Nuevamente en forma, fresco y determinado como nunca, a los 29 años Pelé escribirá la página más bella de su historia.
La muestra la dio desde el inicio mismo del torneo contra Checoslovaquia (4-1), al anotar el segundo gol de Brasil con un remate inatajable para el portero Ivo Viktor desde larguísima distancia. El tanto recorrió el mundo, por primera vez en colores. Nunca antes se había visto algo igual.
Ese golpe de genio, seguido de otros, hizo brillar también a sus adversarios. El portero inglés Gordon Banks hizo ante Pelé la llamada "atajada del siglo" al desviar un cabezazo de pique de O Rei, que luego lanzó una frase para el recuerdo: "marqué un gol pero Banks lo impidió".
Fue Jairzinho el que se encargó de batir a un enorme Banks y darle a Brasil la victoria sobre la entonces campeona del mundo Inglaterra por 1-0.
Tras un doble contra Rumanía, en la victoria por 3-2, que pudo ser una tripleta si el árbitro no le anulara un gol, unos cuartos de final tranquilos contra Perú (4-2), Pelé se topó con Uruguay en semifinales, y con el fantasma del Maracanzo de 1950.
Alejando fantasmas
Veinte años después de la mayor derrota del fútbol brasileño, que marcó a fuego a una generación, llegó el tiempo de la revancha y de secar las lágrimas de todo un país, incluido su padre, que lloraron la derrota de 1950. La revancha llegó y Brasil derrotó a Uruguay por 3-1 y Pelé a punto estuvo de marcar un gol excepcional.
Lanzado en carrera tras un pase desde la izquierda, Pelé se encontró con el portero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz. El 10 dejó pasar el balón por entre sus piernas y fue a buscarlo por el otro lado, burlando al portero, pero su remate cruzado salió apenas desviado.
Ninguna decepción para Pelé, que ya estaba en una nueva final de un Mundial.
Y el genio volvió al gol en dicho partido, frente a Italia, al anotar el primer tanto de la victoria 4-1 con un estupendo cabezazo tras sostenerse en el aire que quedó grabado en la memoria de todos.
Pero Pelé tenía guardada otra obra de arte para asombrar al Estadio Azteca cuando asistió con categoría suprema a Carlos Alberto para que éste anotara el cuarto gol de Brasil en la final.
Llevado en andas por sus más jóvenes compañeros al final del partido, Pelé no lloró esta vez como sí lo hizo en la conquista de Suecia-1958, cuando era apenas un joven de 17 años.
Fue ese día en México donde definitivamente se consagró Rey.