Puede que la designación de Marco Rubio como secretario de Estado no sea un “palo” político, porque era una de las opciones que más se habían trasegado en los medios de comunicación, pero sí es demostrativa del profundo cambio que sufrirán las relaciones exteriores de los Estados Unidos. Comenzando, precisamente, por el hecho de ser el primer funcionario de origen latino en ocupar un cargo de ese nivel. Lo cual también demuestra la lectura que hace el presidente electo, Donald Trump, sobre la gran importancia que tuvo la votación latina en su contundente victoria del pasado 5 de noviembre. Y eso ha quedado claro, no solo en cuanto a La Florida, de donde Rubio ha sido congresista en múltiples ocasiones, sino en el resto del país, como lo comprueban los diferentes análisis poselectorales.
De hecho, la votación latina ya no será, como ocurrió durante décadas, patrimonio exclusivo y excluyente del Partido Demócrata. En efecto, y ya incorporada en el censo electoral sin estos distingos, es evidente que, al igual que ocurrió en su momento con otros inmigrantes como los irlandeses, italianos o judíos, ha quedado matriculada dentro de la corriente principal del electorado norteamericano.
En consecuencia, los intereses de los latinos serán en adelante los mismos que los de cualquier población que ya tiene dos, tres o más generaciones afincadas en los Estados Unidos. Y que, por tanto, es hoy tan estadounidense como cualquiera de la misma condición que se ha vinculado al país dentro de la legalidad y los anhelos de prosperidad legítimos y propios de las oportunidades que allí se brindan a quienes tratan de hacer las cosas bien, buscan la excelencia y realizan sus aportes dentro del sistema de libertades y de orden que configuran la democracia por excelencia del planeta.
Por otra parte, Marco Rubio es asimismo un exponente del Partido Republicano desde que comenzó, siendo muy joven, su carrera política hasta llegar a la cúpula de la colectividad conservadora en su estado originario y luego a nivel nacional. Efectivamente, ha sido una carrera valiente, apegada a esta ideología. Por lo demás, muchas veces perteneciendo a la minoría, pero siempre denunciando la erosión de la familia, defendiendo a la educación y en particular a la democracia frente a muchas de las distorsiones sufridas en América Latina, especialmente por cuenta del terrorismo de toda laya y de las dictaduras que han sometido inmisericordemente a pueblos como el cubano, el venezolano o el nicaragüense. No se trata, pues, de una postura reciente, sino que en Rubio es inherente a su pensamiento desde el mismo instante en que por primera vez presentó su nombre a los electores, hace ya décadas.
En ese sentido, es posible que en el exterior se preste poca atención al esfuerzo hecho por el Partido Republicano para presentar, en las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias, una plataforma programática sucinta, resumida en poco menos de 25 puntos, por la cual votó la mayoría de estadounidenses y que compone la ruta a seguir en los próximos cuatro años. Es esta, ciertamente, la carta de navegación que de modo sencillo y pedagógico convenció al electorado norteamericano. Y que permitió, no solo ganar el voto popular a nivel presidencial, sino triunfar en los llamados estados bisagra, conquistar las mayorías en la Cámara Alta y mantener las de la Cámara Baja. Como se sabe, allí la plataforma programática no es un trompo de quitar y poner, sino que se considera indisolublemente ligada al dictamen electoral, tanto bajo la conducción del presidente −jefe natural del partido−, como por parte de los congresistas elegidos, sin los divisionismos a que los derrotados opositores aspiran.
Quien se pregunte, entonces, cuál será la acción de Rubio como secretario de Estado le bastaría con revisar ese contenido. Suficiente con decir que, en lo correspondiente, se trata de la recuperación del liderazgo norteamericano global y de recobrar la conducta que se siguió internacionalmente en el primer mandato de Trump. Y si en la época de Nixon se hablaba, verbigracia, de la “paz con honor”, en esta segunda presidencia de Trump se podría consignar algo, así como la “paz con sentido común”. Lo cual, de una parte, no excluye la negociación, pero de otra tendrá a la fuerza o a los elementos de presión como factor disuasivo esencial. Y ese es el balance que Rubio deberá sopesar en los diferentes focos planetarios −incluso país por país− que se inflamaron como una llamarada en el interregno de Biden.
En estos días muchas son las adivinanzas de analistas y expertos en tantos flancos internacionales, pero no hay ninguna certeza, salvo por la retoma o énfasis de las acciones del mandato previo de Trump y el ajuste a las realidades actuales. En todo caso, lo que sí es claro es que él no será, en absoluto, un errático evasor de la arena internacional, al estilo Biden, menos con la supuestamente nueva geopolítica de por medio. Sin duda Trump ha elegido un acertado segundo de a bordo en la figura de Marco Rubio. Pero lo que no hay que llamarse a engaños es que él vaya a soltar un ápice la rienda para lo cual fue elegido: liderar a Estados Unidos en estas épocas mundiales turbulentas.