Llevamos tres meses largos de este 2022, pero es posible que pasen 30 años antes de que las cosas vuelvan a ser como en diciembre pasado.
Sentíamos que el covid-19 era ya un cambio de época. No nos imaginábamos que era un preámbulo para los verdaderos problemas. Estos escasos tres primeros meses del 2022 pueden significar cambios más duraderos para la humanidad que la pandemia.
La culpable, esta vez, no es la biología sino la maldad y el poder omnímodo. La guerra de Ucrania, con la que despertó el 2022, sacó del sopor pacifista a Alemania, un gigante con remordimientos; puso a en guardia a los asépticos y neutrales suecos y finlandeses; llevó a Dinamarca a adelantar un referendo para unirse a una estrategia europea de defensa e hizo que Emanuel Macron propusiera un ejército pan-Europeo.
En sólo tres meses, los hechos de Ucrania cambiaron las estrategias energéticas de Europa, con repercusiones duraderas y profundas en el mundo entero. Si no se puede depender confiablemente del gas y petróleo rusos, eso implica redibujar el mapa mundial de los hidrocarburos, e inclusive del carbón y la energía nuclear, que habían sido relegados al descrédito por las estrategias de cambio climático. En adelante, por cruciales y urgentes que éstas sean, se las debe compatibilizar con los riesgos geopolíticos y de suministro energético confiable.
De contera, la inflación, que entre los años setenta y ochenta del siglo pasado azotó al mundo, y se creía una enfermedad curada, reapareció con venganza, de la mano de combustibles caros, fertilizantes por las nubes, microchips escasos, y cadenas de suministro mundiales fracturadas. En Colombia se sumaron los paros de 2021, que iniciaron una escalada alcista de precios, que no se reversó una vez pasaron los bloqueos. Por último, La Niña, que afectó cosechas y plantaciones en 2021 con repercusiones en 2022.
Adicionalmente, si los estadounidenses habían iniciado hace un lustro el denominado reshoring y near-shoring para traer más cerca de sus costas a empresas que la globalización había repartido por todos lados, y muy especialmente en China, e incluso Rusia, en estos tres meses eso se volvió estampida.
Por último, las crisis de deuda pública, que azotaron al mundo en los años ochenta de la mano de naciones excesivamente endeudadas y tasas de interés por las nubes, volverán en este 2022, y pueden dar al traste con la recuperación económica de muchos países. En efecto, la subida de tasa de la FED, la autoridad monetaria de EE.UU. impactará a muchos países inundados de deuda Keynesiana. Mucho dinero se irá a pagar intereses caros en lugar de a ayudar a los más pobres. Renegociaciones, reestructuraciones e impagos de deuda volverán a nuestro argot.
En suma, la globalización, el pacifismo europeo, la transición energética mundial, la estabilidad de precios y la sostenibilidad fiscal, vivirán de ahora en adelante una resaca de desglobalización, armamentismo, relevancia de combustibles fósiles, inflación, crisis fiscales y de deuda pública.
2022 cambió todo eso. Y todo porque a Putin y a la élite económica, política y religiosa rusa le gusta la Rusia imperial, no aguantaron caer de estrato, ni perder la cola de pavo real con la que se pavoneaban y sembraban regímenes seudo-comunistas por doquier. Cualquiera que sea el presidente, navegará sobre mares muy picados, para lo cual requerirá claridad, unidad y el timón bien cogido.